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La pareja: ¿Qué nos atrae del otro?

El aspecto físico

A pesar de que estamos cansados de
escuchar que el aspecto físico no es lo verdaderamente
importante mientras que la personalidad sí lo es,
los estudios demuestran que nos gusta mirar a las personas
atractivas por simple placer estético, son mejor
tratadas, mejor consideradas como personas (su belleza exterior
se extiende a su interior: simpatía, competencia,
bondad…), y se cree que tienen posibilidades de un futuro
mejor y de ser más felices que las no atractivas.

Este comportamiento generalizado se
observa desde la infancia, donde los niños guapos
tienen más probabilidades de ser elegidos como
amigos y menos de ser culpados por los profesores de mal
comportamiento, por lo que posteriormente van a desarrollar
una mayor confianza en sí mismos y una mayor autoestima.




También las personas consideradas
por la mayoría atractivas va a influir en que les
sea más fácil el relacionarse con otras
personas y sean menos reservados a la hora de hacer amigos
o parejas. Tienen más posibilidades puesto que
saben que gustan mientras que sus amigos o parejas se
van a sentir más valorados al ser “elegidos”
entre una amplia oferta.

La similitud

Existen una gran cantidad de características comunes
entre las personas que establecen una relación
íntima. La raza, la edad, la inteligencia, el nivel
socioeconómico y educativo, la religión,
los valores…, son características que solemos
compartir con nuestras amistades y pareja.

Las personas solemos querer proseguir
una relación con aquellas en las que encontramos
similitudes, sobre todo en la personalidad. La teoría
de que las complementariedades se atraen no está
justificada, aunque sí puede pasar que en una pareja
ambos miembros se vayan volviendo complementarios o desarrollen
y se intercambien diferentes papeles según la ocasión
(por ejemplo, ser un buen oyente cuando el otro necesita
hablar).

La razón de que nos gusten las
personas que comparten cosas con nosotros es la de que
nos apoyan en nuestras convicciones. Pensamos que si el
resto está de acuerdo con nosotros, nosotros debemos
de estar en lo cierto. Esto nos agrada y hace que nos
gusten esas personas que nos hacen sentir a gusto con
nosotros mismos, también aquellas de las que recibimos
halagos.

La regla de la similitud no funciona
en el caso de la gente que tiene un bajo concepto de sí
mismo. En este caso se buscan relaciones que no nos recuerden
para nada a nosotros. Tampoco se aceptan gratamente los
cumplidos, porque son interpretados como falsedad.

La proximidad

La mayoría de nuestros mejores amigos viven en
nuestra proximidad. Desde pequeños nos relacionamos
más con la gente que más asiduamente vemos.
La probabilidad de conocer, y más aún íntimamente,
a alguien que viva a cientos de kilómetros nuestro
es más baja que la de conocer profundamente a alguien
de nuestra ciudad. El tiempo en común, las vivencias
compartidas, el poder dar ayuda y recibirla, la implicación…,
siempre va a poder desarrollarse mejor si dos personas
viven próximas.

Pero no solo interviene la disponibilidad
y la conveniencia, también se ha demostrado que
la gente a la que más vemos, más familiar
nos parece y menos nos cuesta el relacionarnos. Nos sentimos
más cómodos y podemos llegar a predecir
más su comportamiento y adaptarnos en base a éste,
de lo que lo haríamos frente a un completo extraño.

También se desarrollan pensamientos
más positivos frente a las personas que creemos
que volveremos a ver. Incluso se ha demostrado que las
cosas que nos resultan familiares (una canción,
un cuadro…), simplemente por el hecho de estar expuestos
a ellas, nos hacen estar más receptivos y nos gustan
más.

Pero teniendo en cuenta que hay muchas
excepciones que no pueden explicarse según esta
característica, hay que tomar en consideración
otro tipo de factores.




Atracción: La reciprocidad

Según las investigaciones, se ha confirmado que
la gente se siente atraída por aquellas personas
a las que gusta. Esto les demuestra que esas personas
tienen un buen criterio al apreciar sus cualidades. Pero
no siempre funciona así.

Si una persona tiene un buen concepto
de sí misma, apreciará y responderá
bien a las adulaciones, mientras que si su propio concepto
es bajo o negativo, entenderá tales adulaciones
como un modo de intentar aprovecharse de ellas, es decir,
serán adulaciones falsas destinadas a un fin.

También existen otros motivos
por los que una persona puede incomodarse con los halagos
a pesar de creerlos sinceros: porque siente la obligación
de devolver el cumplido, porque se teme el ser criticado
más tarde o el tener que mantener ese “buen
nivel” y fracasar, el parecer engreído o poco
modesto…etc.

El halago satisface mayormente cuando
es recibido de alguien a quien respetamos y admiramos,
sobre todo si además le consideramos sincero.




Otras características
personales

Existen otros rasgos en las personas, además del
atractivo físico, que influyen en la atracción
que desarrollamos por una persona.

a) La cordialidad, que incluye sociabilidad,
afabilidad, sentido del humor y buen carácter,
es una cualidad muy apreciada y que incluso podemos creer
que existe en una persona sólo por el echo de que
otras personas nos la hayan definido así. Sin ser
necesario el tomar contacto directo con esa persona, la
atracción va a empezar a desarrollarse y posteriormente
la vamos a considerar de ese modo aunque la correspondencia
no sea tal, es decir, aunque su cordialidad no sea tal
y como nos habían hablado, tenemos tendencia a
considerarla como si lo fuese.

b) La competencia también es
un factor muy importante. Nos gustan la gente que tiene
habilidades antes que aquella que resulta torpe, pero
preferimos a las personas habilidosas que cometen de vez
en cuando algún fallo. Esto nos da la impresión
de que son humanos como nosotros, y no unas máquinas
de absoluta precisión.

Existe aquí una diferencia
entre las mujeres y los varones. Mientras ellas prefieren
a una persona muy competente, los varones prefieren antes
a aquella que tiene algún fallo de más.
Esto puede explicarse debido al sentimiento competitivo
que la sociedad desarrolla en los niños antes que
en las niñas. Sobre todo, los varones con una autoestima
muy alta prefieren al sujeto que comete más errores
frente a los varones con una autoestima baja, a los que
parece no afectar tanto el sentimiento competitivo y no
se sienten tan presionados por seguir siendo los mejores.





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