Es curiosa la forma en la que los personajes históricos llegan hasta nosotros. La imagen que nos dejan, muchas veces poco o nada tienen que ver con los hechos y los tiempos que les tocó vivir. En primer lugar, deben pasar el filtro de los historiadores. Bien sabido es que la historia la escriben los vencedores.
Por desgracia para los perdedores, no está en su mano atenuar su derrota. El vencedor alecciona a los escritores de su séquito, (que le deben el pan y el sueldo) y alaban sus gestas y echan por tierra lo mucho o poco bueno que hubiera en el perdedor.
En otros casos, el cine nos da una visión sesgada de los personajes. En estos casos, las filias y las fobias del productor o del director, pueden lavar la cara a un personaje histórico siniestro, o al contrario, sembrar dudas en el buen hacer de personajes de reconocido prestigio.
Felipe I de Castilla.
Por unas razones o por otras, nunca he sentido especial simpatía por Felipe I de Castilla, más conocido por el apodo de “El Hermoso”, que le puso el rey francés Luis XII. Probablemente sea debido, a la bella imagen que tenemos, a través del cine, de Pilar López de Ayala, interpretando a una Juana la Loca atormentada por los celos y las continuas infidelidades de su esposo.
Intentaremos, dejar de lado la chulesca figura cinematográfica del “Hermoso” y ceñirnos a los hechos históricos. Felipe fue hijo de Maximiliano I de Austria, que era el Emperador del Sacro Imperio Germánico, y de María de Borgoña. Como primogénito del Emperador heredó numerosos títulos y territorios: Flandes, Amberes, Holanda, Luxemburgo, Brabante, Tirol y Zelanda. Por el lado materno heredó el ducado de Borgoña.
Matrimonio con la Infanta Juana.
Su padre urdió una estrategia matrimonial para sus hijos con la ayuda de los muy católicos Reyes de España, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Establecieron una doble alianza, para aislar en Europa el poder creciente del rey francés. Por un lado, Maximiliano casó a su hija Margarita con Juan, príncipe de Asturias, primogénito y heredero de los reinos de Castilla y Aragón. Por otro lado, casaron a su hijo, Felipe El Hermoso con Juana, hija de los Reyes Católicos y tercera en la línea sucesoria al trono.
Tras un accidentado viaje a tierras flamencas, llegó Juana con todo su séquito, siendo apenas una niña de quince años. En el camino, plagado de incidentes, la flota española perdió una de las naves, donde iban gran parte de los vestidos y joyas de la futura esposa de Felipe.
Si hemos de hacer caso a los cronistas españoles, Felipe dio plantón a su prometida y no acudió a recibirla, mandando en su lugar a los embajadores de la Corte. Cuando más tarde, Juana y Felipe se encontraron, la llama de la pasión prendió en ellos, pues él encontró a Juana sumamente atractiva. Aunque la historia le ha dejado a él, el sobrenombre de “El Hermoso” no son pocos los cronistas de la época que afirman que la verdaderamente bella era la princesa Juana.
No pudiendo reprimir el deseo, se casaron ese mismo día, para consumar el matrimonio sin pecar. Más tarde se celebró una boda más formal en 1496 en la ciudad de Lier. Juana quedó perdidamente enamorada de Felipe, y éste al menos de forma temporal la correspondió con no menos vehemencia.
Los celos de Juana.
Los hijos no se hicieron esperar, la pasión de Felipe por Juana fue decayendo y los escarceos amorosos se sucedían en la corte borgoñona, ante la mirada incrédula de Juana, que iba enfermando de celos, ciertamente justificados.
La muerte de sus hermanos, Juan e Isabel, y de su sobrino Miguel, convirtió a Juana en la futura Reina de España, al ser la sucesora de sus padres en los reinos de Aragón y Castilla. Pero Juana era muy desgraciada en la corte flamenca. Se sentía ajena al lujo y las refinadas costumbres, viniendo ella de una Corte austera y sobria como la Castellana. Por otro lado, los celos la atormentaban y su comportamiento escandalizaba a los cortesanos.
En 1504 al morir Isabel I de Castilla, Juana y Felipe viajan a tierras castellanas para ser coronada Juana como reina de Castilla. La posibilidad de ser rey de los castellanos, hizo aplacar la ira que Felipe albergaba hacia su esposa, que no disimulaba lo más mínimo sus enfados ante las aventuras amorosas de su marido.
Fernando II de Aragón había declarado a Juana como reina, mientras en su ausencia el ostentaba la regencia. Felipe se granjeó la amistad de los nobles castellanos para quitar el poder a Fernando. Tras numerosas disputas, firmaron un pacto de paz, la Concordia de Salamanca en 1505, acordando gobernar los tres: Juana, su padre Fernando y su esposo Felipe.
Un reinado muy breve.
Pero Felipe, estaba llamado a pasar a la posteridad como el rey más breve de la historia de España. Tras un partido de pelota contra un capitán de navío vizcaíno, bebió una jarra de agua helada y pocos días más tarde moría, entre esputos hemoptoicos, al parecer de una neumonía, tan sólo dos meses de haber sido coronado. Los enemigos de Fernando no dudaron en declarar que había sido envenenado por su suegro.
Tras su muerte, Juana perdió la razón, no se separaba del cadáver de su esposo, y en una macabra comitiva, genialmente reflejada por el pintor Pradilla, atravesaba de noche los campos de Castilla, con un séquito de frailes entorchados, embarazada y acompañada de los miembros de la Corte. La siniestra procesión se interrumpió al ponerse Juana de parto en Torquemada, en enero de 1507 y dar a luz a su hija la infanta Catalina.
Juana llegó a un acuerdo con su padre, renunciando a gobernar. Fue internada en el Castillo de Tordesillas, donde pasó cincuenta años encerrada hasta su muerte, por orden inicial de su padre Fernando II de Aragón y posteriormente de su hijo Carlos I de España.
Los restos mortales de Felipe El Hermoso fueron depositados en la Capilla Real de la catedral de Granada, junto con los de su esposa, la Reina Juana I de Castilla.
Autor: Gerardo Castaño Recio. También ha escrito un estudio sobre Juana La Loca.