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El ser humano ha demostrado a lo largo de la historia una increíble capacidad para cometer las crueldades más inimaginables, al mismo tiempo que ha realizado grandes actos de amor y solidaridad.

 

Somos seres extraños. Puro y deformado reflejo del universo. Orden y caos. Odio y amor. Demonios y ángeles. Todo al mismo tiempo, en un mismo individuo y en todo lo conocido. Así que para entender las guerras del mundo, hay que conocer las luchas internas de nuestra alma.

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Como buena hija de mi tiempo y de mi espacio, puedo llegar en cuestión de segundos a acumular sentimientos de los más violentos y oscuros. Me es difícil contener mis instintos de odio, las acciones más o menos las transformo. Me atrae ese monstruo que duerme dentro de mí, me siento tentada a dejarme ir con esa fuerza natural que poseo hacia el mal. En mí late muy fuerte esa capacidad innata de crueldad y de amor, que también se respira en el ambiente. Pero soy más que eso. Soy también amor y paz.

¿Qué nos impulsa a uno u otro lado del camino?

Somos una cadena de hechos y reacciones. Nos movemos con estímulos y todo el tiempo estamos tirando señales.

Latinoamérica entera está llena de violencia y aún más allá del continente. Violencia política, social, personal. Violencia diaria, sicológica, física. Vivimos a la sombra de la muerte y hemos sido testigos de las facetas más horribles de la represión y las dictaduras. Hay una guerra latiendo en cada casa, un feto deforme que se alimenta de un odio que es producto de miles de años de injusticia y desigualdad. Cosechamos lo que sembramos.

Cada niño de la calle que es maltratado, humillado y olvidado, es un poco de la pólvora que va acumulándose hasta un día explotar. Cada ser humano que llora y odia en silencio es un asesino en potencia. Y todos, por lo tanto, somos responsables directos de cada asesinato, violación, secuestro o tortura que sucede en nuestro país y a nuestro alrededor. No sentirnos culpables y cómplices de todo esto sería reconocernos inútiles e incapaces de tomar decisiones que afecten nuestro entorno. Es declararnos piedra, mueble. Es desaparecer.

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¿Cómo le puedo hacer la guerra a la guerra?

No puedo hacer nada por la forma en la que actúan los demás. No me queda otra que enfocar mis fuerzas en lo único que puedo cambiar, y ese dominio sólo sobre mí misma lo tengo. Sólo. Gran paso.

No puedo hablar de paz sin mencionar la tolerancia, y para tolerar lo intolerable hay que conocerlo. Darle la oportunidad. Se trata de volver nuestros defectos virtudes, de trabajar nuestros demonios, domarlos un poco. Las cadenas de maldad dan la impresión de que cuesta romperlas, pero no es cierto. Es tomar conciencia y cambiar de actitud.

Acción y reacción. Ante el florecimiento de sentimientos negativos, hay que empezar a saber manejar nuestros odios. No podemos ir tirando mierda por ahí.

El arte, el amor, el trabajo, la fe y la filosofía pueden ser las mejores y más divertidas alternativas ante la violencia. Hay que armarse, pues.
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