Ocurren entre los primeros diez o quince días de vida y se prolongan hasta el tercer mes. Sin causa aparente que lo justifique, el bebé comienza a llorar desconsoladamente, flexiona las piernas y su carita se pone roja. Las crisis de llanto se repiten uno y otro día, casi siempre al atardecer.
No parece haber una única causa que explique los cólicos del lactante. La principal parece ser la inmadurez del aparato digestivo del pequeño, aunque también se apuntan como posibles la intolerancia a las proteínas de la leche de vaca, la ingestión de aire durante las tomas, debido generalmente a una mala técnica al amamantar o una mala colocación de la tetina del biberón, e incluso factores ambientales o la actitud con la que los padres afrontan la crianza de su hijo (padres nerviosos, demasiado agobiados).
En cualquier caso, se trata de un trastorno benigno y normal que tiende a desaparecer por sí solo al final del tercer mes.
¿Qué pueden hacer los padres?
Lo primero que hay que hacer es asegurarse de que lo que tiene el bebé son cólicos, y no otra cosa. Para ello es imprescindible la visita al pediatra, quien examinará al pequeño y descartará cualquier otra causa de llanto. Saber que lo que le pasa al niño es algo normal, y no el síntoma de una enfermedad, ayudará a los padres a enfrentar con paciencia y optimismo los cólicos de su hijo.
Cambios en la dieta
Si sospecha que la causa puede ser una intolerancia a las proteínas de la leche de vaca, el pediatra aconsejará a la madre lactante que retire la leche de su dieta y observe si su hijo mejora. Si el bebé toma biberón, optará por un hidrolizado de proteínas, es decir, una leche especial cuyas proteínas son de más fácil asimilación.
Estas recomendaciones debe hacerlas únicamente el pediatra. No debes preocuparte si, a pesar de los cambios dietéticos, el bebé no mejora. Probablemente, y también afortunadamente, ésa no era la causa de sus cólicos.
Cómo alimentarle
Una mala técnica a la hora de alimentar al bebé puede hacer que trague demasiado aire y empeorar los cólicos. Es importante, por tanto, asegurarse de que la técnica es la adecuada:
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Alimenta a tu hijo en un lugar tranquilo, y procura estar relajada.
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Obsérvale mientras le das de mamar: su boca debe abarcar el pezón y toda la areola mamaria, no sólo el primero.
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Si le alimentas con biberón, mantenlo en la posición más vertical posible, utiliza una válvula antihipo, y comprueba que el chorro de leche no fluye muy deprisa -se atragantaría- ni tampoco demasiado despacio -se cansaría y tragaría más aire-.
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Para a mitad de la toma e incorpórale para que eructe. Repite esta operación cuando haya terminado.
Tener paciencia
Una vez que el cólico haga acto de presencia, deberás actuar de la siguiente forma:
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Asegúrate de que las causas de su llanto no son el hambre, el frío o el calor, y satisface sus necesidades: dale su toma, cámbiale de pañal, y abrígale o desabrígale.
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Si continúa llorando, has de intentar calmar su llanto. El llanto facilita la entrada de aire en el estómago, facilita la aparición de gases y empeora el cólico.
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Ármate de paciencia y procura mantener la calma. Si no lo haces, difícilmente podrás transmitirle la tranquilidad que necesita.
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Organizaos de la mejor manera posible para evitar el cansancio y las noches en vela atendiendo al bebé. Estableced turnos para atenderle.
Practica los consejos que te ofrecemos a continuación.
El contacto físico
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Paséale en brazos, acunándole con movimientos rítmicos.
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Si después de permanecer un rato en tus brazos, con la cabecita sobre tu hombro, no se ha calmado, cámbiale de postura. Coloca su espalda contra tu pecho: tal vez le ayude distraerse con lo que ocurre a su alrededor.
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Siéntate en una mecedora con tu hijo en brazos. El movimiento de ésta suele ser eficaz. Pasear con él, de un lado a otro de la habitación, tiene parecidos efectos.
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Si ninguno de tus intentos ha funcionado y empiezas a perder la paciencia, tienes dos opciones: pedirle a tu pareja que te “releve” o dejarle un rato solo en su cuna. Tal vez así consigas que se calme; si al cabo de diez minutos continúa llorando, hay que tomarle de nuevo en brazos y seguir intentándolo.
Los masajes
Parecen ser uno de los métodos más efectivos para aliviar los cólicos del lactante. El contacto físico les proporciona seguridad y placer. Puedes darle a tu hijo masajes de varias maneras:
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Túmbale boca abajo sobre tus rodillas y masajea lentamente su espalda, dándole pequeñas palmadas.
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Acuéstale boca arriba, sobre la cama o sobre sus rodillas, y masajea su abdomen con movimientos suaves y circulares, en el sentido de las agujas del reloj.
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Báñale y después dale el masaje directamente sobre la piel. Cuida que la temperatura de la habitación y la de tus manos sean agradables, y úntate un poco de aceite de almendras antes de empezar. El aceite ayudará a que se deslicen mejor por su piel y le transmitirán calor.
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Prueba a darle masajes en las plantas de los pies. Deberás hacerlo suavemente, pues se trata de una zona muy sensible, durante no más de cinco minutos. Sujétale los pies por el empeine y desliza tu dedo pulgar sobre la planta, desde el talón hacia los deditos
La música
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Llévale a un lugar tranquilo y muy silencioso, donde sólo pueda oír tu voz, y háblale bajito o cántale una nana.
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Ponle música: clásica, o cualquier otra, siempre que sea suave.
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Algunos ruidos “rítmicos”, como el sonido de la lavadora o el de un ventilador, también le ayudarán a calmarse.
Las infusiones
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Prueba con la de manzanilla. Aunque los resultados no son espectaculares, en ocasiones proporcionan alivio. No es necesario que la endulces.
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El chupete puede ser muy útil, pues chupar le ayuda a relajarse.
Y un último consejo: no te desanimes ni te sientas culpable si después de haberlo probado todo no has logrado calmarle. Un bebé que padece cólicos suele ser, en la gran mayoría de los casos, inconsolable.