Alimentarse es una acción fisiológica que implica efectos y
consecuencias que crean el marco de desarrollo de los individuos. Hablando seres humanos,
la acción fisiológica de nutrirnos por medio de los alimentos está íntimamente ligada
con las condiciones socio-económicas y culturales de los individuos.
De una buena o mala nutrición, situación que en todo momento será
reflejo de la calidad de nuestra alimentación, van a depender una serie de situaciones
que afectan no sólo al organismo como ente biológico, lo que ya de por sí es
fundamental, sino que interfieren de manera definitiva en las posibilidades de
integración social, de capacidad intelectual. Una mala nutrición por carencias, la
desnutrición, es así un dique, un obstáculo en las oportunidades de desarrollo de quien
la padece.
La desnutrición social es una enfermedad que interfiere, que
obstaculiza la vida y las oportunidades de quienes se subalimentan y ocasiona un circulo
vicioso de desnutrición-pobreza-desnutrición difícil de romper. Las personas
desnutridas se enfrentan a las situaciones particulares con menos instrumentos, con menos
capacidades. Disminuye el aprendizaje, la asimilación de conocimientos, y también se
dificultan las relaciones sociales.
Lo más grave es que los efectos nocivos de una nutrición
insuficiente no son del todo reversibles. Tal vez un niño afectado por desnutrición en
un momento dado pueda recuperar peso y talla, pero la maduración del sistema nervioso, y
por tanto del cerebro, ya no se recupera por lo que los daños son permanentes.
La deficiencia de hierro en la infancia, por ejemplo, afecta la
capacidad de los niños para obtener la información más relevante de lo que escuchan o
leen; la suplementación del mineral y la corrección de la deficiencia no llevan a la
superación del problema. Los niños aun cuando ya no padezcan anemia les cuesta más
trabajo obtener información relevante en comparación con infantes que no hayan
presentado la deficiencia.
La severidad de los daños va mucho más allá, incluso ocasiona la
muerte de miles de niños en nuestro país. La desnutrición es la principal causa de las
infecciones respiratorias y gastrointestinales, la principal causa de muerte en los
menores de cinco años.
El problema, sin embargo, no es consecuencia natural, ni nada
parecido. Es la injusticia social, la insolidaridad, el punto central. La pobreza y la
miseria extrema son producto de una sociedad que privilegia lo material, de una sociedad
individualista hasta el extremo del egoísmo que cierra los ojos frente las condiciones
del prójimo. Es también consecuencia de la carencia de políticas adecuadas de
nutrición, de la carencia de programas de alimentación que lleguen a los lugares donde
son más necesarios.
Enfrentar la desnutrición no es una cuestión que implique
inversiones fuera del alcance del presupuesto; lo que si implica es conciencia y voluntad.
Conciencia de que el esfuerzo debe partir de la educación y voluntad para superar el
burocratismo y la corrupción que suelen empañar la acción gubernamental.
La sociedad, por su parte, debe asumir la parte de la
responsabilidad que le toca; la crítica de los programas de gobierno, de las políticas
sociales debe realizarse a partir de propuestas y de voluntad para participar en su
implementación.
La solución del problema no es únicamente a través de la
legislación, pero ese es un buen principio. Reconocer en la Constitución el Derecho a la
Alimentación de todos los que vivimos en este país es una necesidad urgente.
No podemos esperar todas las soluciones del gobierno, pero si
podemos exigir que el Estado asuma su obligación de garantizar la igualdad de
oportunidades para todos, y para que eso ocurra todos debemos nutrirnos adecuadamente.
Juan Pablo GUTIÉRREZ REYES