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El primer paso para la solución de un problema es localizarlo. La curación pasa por saber que estás enfermo, luego podemos discutir el tratamiento. Y aquí está nuestro primer combate: muchos musulmanes siguen empeñados en un discurso esencialista y defensivo, sobre “la alta posición de la mujer en el islam”, y bla bla bla. Detrás de todos los discursos que nos recuerdan que “el islam liberó a las mujeres hace catorce siglos” se esconde el mismo inmovilismo, una actitud autosatisfecha que no deja lugar para la lucha. Si “el islam liberó hace catorce siglos…” ya está todo hecho.

Y sin embargo, la situación de la mujer en el mundo islámico es lamentable. Debemos confrontar los hechos con las idealizaciones del pasado. No hablamos de la libertad interna o de la condición espiritual de las personas, sino de sistemas legales discriminatorios, de políticas de Estado, de ejecuciones de homosexuales, de lapidaciones, de códigos de vestimenta y de conducta impuestos por la fuerza, de un totalitarismo que segrega y discrimina. Hablamos de la vida de cientos de miles de mujeres en Irán, en Arabia Saudí, en Egipto, en Afganistán, en Jordania o Mauritania. Hablamos de leyes injustas dictadas en nombre del islam, que se pretenden emanadas del Corán y de la Sunna, y bajo las que se hace la vida irrespirable a las mujeres, permitiendo toda clase de abusos contra ellas.

Una vez localizado el mal, se trata de curarlo. A la medicina para curar el machismo la llamamos feminismo. Sabemos que a muchos musulmanes les desagrada esta palabra. Se recuerdan los abusos de un cierto feminismo agresivo contra el hecho religioso, de aquellos discursos que se nos presentan como la avanzadilla del colonialismo. En palabras de la catedrática de historia contemporánea y feminista Mary Nash: “la imposición de un imperialismo cultural en la proyección de un feminismo proyectado desde un canon universalista de signo blanco occidental” (Mujeres en el mundo, p. 25). Este discurso coincide con el orientalismo, en su definición del islam como una religión esencialmente machista, una religión patriarcal que no puede dejar de serlo. Una religión cerrada y definida por los peores rasgos del atraso y del oscurantismo. Por tanto, para liberar a las mujeres hay que arrancarles el velo, hay que desarraigarlas de sus tradiciones. La buena mujer blanca viene a salvar a la pobre mujer sumisa musulmana. Tras la feminista agresiva contra el hecho religioso viene el buen evangelista. La historia es conocida, se viene repitiendo desde hace más de un siglo.

Frente a este feminismo occidental agresivo, existe un movimiento de mujeres que reivindica la posibilidad de realizar la liberación de la mujer musulmana en el marco del Islam. Este movimiento considera que se ha producido una degradación de la tradición islámica y una tergiversación de los textos sagrados, que ha tenido como resultado la actual estructura patriarcal que domina en los países de mayoría musulmana. Postula, asimismo, que el Islam genuino contiene importantes elementos de liberación, y propone la recuperación de estos como marco de la emancipación de la mujer musulmana.

En muchos casos, se trata de mujeres que luchan en condiciones muy difíciles, y cuyo activismo despierta toda nuestra simpatía. Así, Ayesha Imam, defensora de las mujeres nigerianas condenadas a morir lapidadas en Nigeria. En Mali, las miembros de organizaciones feministas musulmanas organizan seminarios a través de los cuales dan a conocer el fiqh (jurisprudencia islámica) a las mujeres. Así, las malienses descubren que la excusa religiosa no justifica su opresión, y adquieren instrumentos de combate contra un machismo que nada tiene que ver con el islam.

En esta línea vienen trabajando desde hace años mujeres de Malasia, Indonesia, Pakistán, Marruecos… El feminismo islámico es ya un hecho, y se presenta como una fuerza arrolladora. Mientras haya discriminación de la mujer, debemos hablar de feminismo. Mientras se obligue a las mujeres a vestirse de determinada manera, bajo pena de cárcel u otros castigos inhumanos. Mientras haya países que prohíban a las mujeres salir de casa, o viajar acompañadas sin un hombre, donde la segregación de los sexos se mantenga, imposibilitando a las mujeres trabajar, desarrollar iniciativas sociales, culturales o económicas. Mientras existan leyes discriminatorias y que vulneren los derechos de la mujer, mientras a la mujer se la restrinja el acceso a la mezquita, debemos hablar de feminismo.

El feminismo es un movimiento de protesta ante una situación de injusticia manifiesta. Nadie quiere ser feminista, tener que combatir contra la lapidación, la ablación, la violencia de género, la segregación de la mujer. En el momento en que se acabe la discriminación, dejaremos de hablar de feminismo.

Abdennur Prado

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