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En su artículo “La internacional de la tortura”, Alizia Sturtze hace un alegato contra la práctica de la tortura en nuestras sociedades presuntamente democráticas.

Sin embargo, llama la atención la descalificación que hace de la violencia de género o del maltrato animal, como si estos temas no fueran comparables e incluso fueran cuestiones light, y por tanto dignos entretenimientos de audiencias descerebradas.

Hay mucho material disponible que desmenuza al detalle el papel del tercer poder en la vida de las personas. Sin pretender ser exhaustiva, creo que Ulises Casas Jerez en su artículo “El imperio de los medios de comunicación” explica en una oración el papel que juegan los medios cuando dice que “El mundo actual se encuentra secuestrado por los Medios de Comunicación en manos de los representantes ideológicos del gran capital internacional y nacional” Y Pedro Honrubia, en su trabajo “La historia de un monopolio en un mercado ideológico que debe ser liberalizado”, señala que “cuando existe algún tipo de acontecimiento social, político, económico o mediático en el mundo que pueda poner en peligro el normal funcionamiento de los intereses de las clases dominantes, la transmisión de información es puesta inmediatamente al servicio de la defensa de estos intereses ”.

Y es que la violencia de género es mucho más que “una enfermedad universal relacionada con el machismo”. En realidad, no tiene nada de enfermedad pero igual que la tortura, está normalizada e invisivilizada. Paradójicamente, la difusión de este tipo de argumentos permite que esta situación se perpetúe, más aún si se dirigen a lectores presuntamente de izquierdas.

La izquierda anticapitalista tiene una deuda ancestral con las mujeres. A pesar de que los teóricos marxistas señalaron hace más de un siglo que la mujer es al hombre lo que el proletario al burgués, al día de hoy la izquierda institucional y radical se escabulle como gato entre la leña para hacer propias las reivindicaciones del movimiento feminista. Lo más que ha apoyado ha sido los cambios legislativos y la necesidad de servicios públicos, unos cambios cosméticos que cambian algo superficialmente pero dejan intactas las bases del capitalismo patriarcal. Un sistema, el patriarcado, que no tiene nada que ver con el gobierno de los ancianos (que no ancianas), que se sustenta en la opresión sexual de un género sobre otro y que mantiene a la mujer excluida del poder y sin capacidad para gestionar su autonomía. Otro sistema, el capitalista, que saca pingües beneficios de la división sexual del trabajo, utilizando a la mujer como ejercito de reserva con peores salarios y reproduciendo el sistema con el trabajo no remunerado.

La violencia de género es producto de estos dos sistemas que juntos, utilizan todo su poder para meter en cintura a las mujeres que se niegan a cumplir a rajatabla el papel que se les ha asignado. Es solamente desde este análisis que se puede entender que haya cada vez más mujeres torturadoras y violadoras, ya que ser mujer y oprimida no nos hace mejor que los hombres. Como dice Amelia Valcárcel: “Me niego a cualquier moral que esté sexualmente dividida, que juzgue según quién hace las mismas cosas, que diga que una misma conducta es loable en un varón y vituperable en una mujer. Si lo que hace uno está bien, la otra también. Y si lo que yo hago está mal, entonces mi derecho al mal existe.”

En esta línea de pensamiento, yo no diría que la tortura no tiene presencia en los medios por ser políticamente incorrecta. Hay infinidad de artículos y programas televisivos que hablan de los “excesos”, y de esa manera se manipula la verdad para poner el malestar que genera socialmente al servicio de las clases dominantes. Ha habido infinidad de programas sobre torturados en América Latina y muchos sobre África o Asia. Es más, últimamente está de moda hablar de Guantánamo y es políticamente correcto pedir el cierre de este campo de tortura. Ahora bien, de lo que no se habla ni se va a hablar es de las torturas en el Estado español y mucho menos de las torturas y los torturados en Euskadi. Este tema no existe en las televisiones, radios ni periódicos porque no interesa dejar al desnudo la política represiva y racista que se ejerce sobre la izquierda arbertxale y el pueblo vasco, especialmente cuanto hay una lucha organizada de resistencia que cuestiona la validez de todo el sistema. Contra esta realidad no hay democracia ni derechos humanos que valgan, y esto es así porque hay 20 millones de “ciudadanos de bien” que revalidan cada cuatro años este nefasto sistema en las urnas.

Son demasiados los que están de acuerdo con este sistema que tortura a la oposición, que maltrata a las mujeres, que disfruta con el maltrato de los animales. Atribuir mayor legitimidad a una clase de delito a los derechos humanos por encima de otra, no contribuye precisamente a avanzar en la lucha por una sociedad mejor.

Alicia Couselo

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