El azúcar refinado, comúnmente llamado
“blanco”, es un producto cristalizado de sabor dulce, que se extrae de
la caña de azúcar y de la remolacha, sobre todo, y que, calentado a más
de 200 grados, se convierte en caramelo.
El proceso de obtención industrial del azúcar refinado lleva consigo la
destrucción de 64 nutrientes vitales para el organismo, presentes en
las materias primas de las que se obtiene: azufre, calcio, fósforo,
vitaminas (A, B y D), fibra… Es, pues, un producto sin apenas valor nutritivo y que presenta algunos riesgos para la salud.
El azúcar refinado puede:
1) Paralizar la inmunidad natural, favoreciendo la proliferación de
bacterias nocivas. Parece ser que disminuye la actividad fagocitadora
de los glóbulos blancos.
2) Dañar el esmalte de los dientes y estimular la formación de placas de sarro y caries.
3) Perturbar el equilibrio biológico de la flora intestinal.
4) Provocar la aparición de afecciones como la cistitis, la rinitis o la faringitis.
5) Elevar rápidamente el nivel de azúcar en sangre, a causa de su fácil absorción.