Cuando
un adolescente debe elegir una carrera para estudiar luego de culminar la escuela,
son muchas las expectativas y los miedos que se cruzan en su cabeza, lo desorientan
y hasta, a veces, lo paralizan.
¿Qué quiero estudiar? ¿Qué puedo estudiar?
Los adolescentes tienden a pensar primero en
lo que más les llama la atención y que puede relacionarse con algunas materias
que les entretengan más que las demás en el colegio o por las notas que obtienen
en algunas otras. Luego suelen asegurarse de que la carrera elegida les permita
obtener una entrada suficiente de dinero para mantenerse al menos a sí mismo.
En este punto suelen establecer una especie de “ranking” de las carreras exitosas,
con las que se puede ganar mucho dinero, pero lo cierto es que no existen carreras
exitosas, sino profesionales exitosos, es decir, depende de ellos mismos. Por
último, piensan en alguna carrera que puedan “profesar”, que se adecue a una
vocación y que les devuelva placer por lo que hacen.
Quizás esta sea la expectativa fundamental de
un adolescente y el temor que la acompaña siempre será fracasar.
¿Para qué voy a estudiar, si no voy a conseguir
trabajo?
La sociedad, en general, le muestra al adolescente,
a través de ciertos personajes populares, que el esfuerzo de una persona por
crecer en lo laboral, con estudio y esfuerzo, no tiene resultados relevantes
y en la realidad de todos los días es frecuente saber de profesionales sin trabajo
o con una vida sin demasiados lujos. Por el contrario, el menor esfuerzo representa
un modelo a seguir con resultados sorprendentes como fama, dinero, prensa…
La suba de los índices de desocupación suele ser, también, un factor que coopera
en el desconcierto del adolescente en busca de su vocación.
¿En qué puedo trabajar?
Paradójicamente, el empleo más elemental, requiere
hoy antecedentes universitarios. Basta con leer los avisos de empleos en algún
diario en donde para un puesto de repositor de mercadería en un supermercado,
los estudios universitarios son excluyentes. También aparecen en estos avisos
palabras claves como “experiencia” y “edad”. Hoy la mayoría de los empleos para
los jóvenes requieren experiencia de entre dos y cinco años y solicitan que
la edad de los jóvenes postulantes no exceda los 23 años. Entonces al adolescente
no le alcanza ni con la experiencia obtenida de la escuela, ni con la edad y
además sus estudios universitarios aún no comienzan.
¿Qué hago de mi vida, entonces?
Por todo esto compruebo que si bien es cierto
lo de la falta de oportunidades y espacios para que los adolescentes puedan
mostrarse tal cual son y con todo lo que han aprendido y están dispuestos a
aprender, las oportunidades deben nacer de la propia persona de los adolescentes.
Cuando el adolescente, finalmente, se decide por una carrera universitaria para
estudiar, esta eligiendo el resto de su vida y debe ser consciente de esto,
por ello son alarmantes las cifras que se manejan en relación con la desorientación
vocacional y la deserción universitaria, esto tiene su razón de ser en todo
lo anterior.
Debemos pensar, en primer lugar, que más de un
80 % de los estudiantes de enseñanza media de colegios privados de la zona norte
del Gran Buenos Aires, continúan su ciclo educativo con estudios superiores,
principalmente universitarios.
Luego, pensando en los estudiantes del primer
año universitario, las estadísticas nos muestran que alrededor de un 40% de
los mismos equivocan la elección de la carrera, fluctuando, en el término de
aproximadamente dos años, entre dos o tres carreras nuevas dispares, y una parte
de éstos, terminan desistiendo de este nivel de educación con las consecuentes
frustraciones. Por otro lado, la demanda laboral exige crecientemente mayores
niveles de educación y de especialización.
¿Qué podemos hacer?
Ahora bien, sabiendo que los adolescentes suelen
equivocar su elección de carrera por varias y variadas razones, debemos preguntarnos
para poder dar respuestas desde los planos educativo, familiar y profesional.
La escuela, ante la creciente competitividad del mercado educativo y laboral,
debe replantearse sus objetivos, que deben tender a la formación integral de
la persona, capacitándola, fundamentalmente, para enfrentar la realidad actual
y desarrollar con plenitud y convicción el proyecto de vida construido desde
los espacios diversos que una escuela, en su ciclo educativo, debe brindar en
los ámbitos académico, reflexivo, orientador y de ideales y valores.
Los padres, orientadores primordiales por naturaleza,
deben acompañar la tarea de la escuela, contener emociones, responder preguntas
y orientar a sus hijos adolescentes en todas las decisiones que deban enfrentar,
desde las más insignificantes hasta las más trascendentales de la vida, dándoles
una base de confianza que les devolverá algo de seguridad. Los profesionales
especialistas en orientación vocacional suelen cooperar con esta tarea y, en
muchas oportunidades, su intervención resulta de fundamental importancia tanto
para el adolescente como para todo el sistema familiar que lo rodea.
Aprender a vivir y construir un proyecto de vida
sobre la base de valores genuinos, tolerancia, actitudes solidarias, constancia
en el pensar y el actuar, amando profundamente la vida, quizás sea un objetivo
difícil de alcanzar, pero no imposible… Así, en conjunto padres, educadores
y profesionales especialistas, deberemos orientar a los adolescentes para que
logren encontrar en su vocación -vocare: llamado-, más allá de una carrera,
un verdadero proyecto de vida.
Y los adolescentes deben estar preparados, a
través de un profundo trabajo reflexivo y orientador, para escuchar el “llamado”
de su vocación y dar este paso fundamental en sus vidas que marcará el comienzo
de una etapa en la que las decisiones más importantes estarán cada vez más en
sus manos y a la orden del día.
Si todos nos comprometiéramos para esto… ¿No
sería algo simple elegir una carrera?