La distancia entre generaciones puede parecer a veces un abismo. Los padres descubren entonces, que no entienden las exigencias o los intereses de sus hijos, y los abuelos se sienten desconcertados ante la vida moderna.
¿Siempre ha existido el abismo generacional?
La respuesta a esta pregunta es “SI”. Siempre ha existido un abismo generacional. No es difícil averiguar el motivo. La niñez es la fase de la vida adecuada para la exploración del mundo y para sentir curiosidad. Las inclinaciones, afectos, antipatías e intereses surgidos en esos años son fuertes e intensos, porque son nuevos. Pero es escasa la capacidad de independencia de los niños y han de contar con los adultos para satisfacer la mayor parte de sus necesidades.
Sin embargo, la visión que los adultos tienen de la vida resulta que poco se parece a la de sus hijos: su curiosidad ha disminuido. Es posible que hayan olvidado los amores y odios intensos de la juventud, y probablemente su situación social y económica ya se ha estabilizado. Sus afectos, necesidades y emociones han perdido el brío de la juventud.
Estos factores crean inevitablemente una distancia entre las generaciones, que origina una falta de comunicación. Por desgracia, esta falta de comunicación también puede perpetuarse y mantenerse largo tiempo después de haber quedado atrás la niñez y la adolescencia.
Dispuestos para el sexo.
En la sociedad moderna la situación es aún peor, debido a la liberalización de las costumbres sexuales. Se admite que el estado sexual de un adulto comienza en la pubertad (en las chicas incluso a los diez o a los once años, y en los chicos a los trece o a los catorce) cuando el cuerpo empieza a madurar.
Sin embargo, la sociedad confía y espera que los jóvenes reconozcan que no son realmente adultos hasta mucho más allá de esa edad, cuando física, y quizá también emocional y mentalmente, son capaces de actuar como adultos. Los adolescentes no suelen estar muy conformes con esa espera, mientras las hormonas bullen en su interior. Por eso, no tiene nada de extraño que los adolescentes pasen por una etapa tormentosa y turbulenta, cuando sus cuerpos ya están dispuestos para el sexo, mientras que los adultos insisten en que aún no es el momento apropiado. Es comprensible que muchos jóvenes reaccionen amargados e irritados y que surja la conocida lamentación del “No me entendéis”.
Abismo entre padres y abuelos.
Actualmente, existe también una diferencia enorme entre los padres jóvenes y sus propios progenitores, probablemente mayor de lo que fue nunca. Y ello es debido a que el cambio ha sido también más rápido que en ningún otro momento. Hace cincuenta años el sexo era un tema tabú que apenas se mencionaba en las conversaciones familiares. Y en buena medida el puesto de una mujer casada seguía estando en el hogar, trabajando como ama de casa.
Por eso, nada tiene de sorprendente, que la abuelita de hoy se sienta incómoda y desgraciada cuando va a merendar a casa de su hija y se encuentra con la siguiente escena: su hija, que le sirve un pedazo de tarta comprada en una pastelería, charla animadamente sobre su trabajo y sus perspectivas de ascenso, mientras que el marido cambia de pañal a la niña pequeña, al tiempo que explica al mayor de cuatro años de donde vienen los niños.
Charla sobre los problemas.
Con la diferencia generacional aparecen las discrepancias y afirmaciones paternas como “no entiendo a los jóvenes”, “las cosas no eran así en mis tiempos”. Ante estas afirmaciones paternas, que denotan una incomprensión, el primer paso para buscar un acercamiento generacional, consiste en reconocer la existencia de un problema. Sí, las cosas eran diferentes… Pero las cosas siempre han sido diferentes. Y no por ser diferentes eran necesariamente mejores. Tras avanzar por el camino del progreso, cada generación se siente sorprendida ante las ideas y las actitudes de la generación siguiente.
Los padres de los que hoy tienen quince o veinte años han crecido en la aceptación de que hechos como la televisión, los viajes espaciales y las calculadoras de bolsillo han existido siempre. Sus hijos piensan lo mismo de internet, las redes sociales y los teléfonos móviles. No es extraño que su perspectiva parezca diferente de la de sus padres.
Tras haber reconocido la existencia de esa distancia generacional y advertido, que no hay nada nuevo en tales diferencias ¿cómo es posible que personas de generaciones diferentes logren un nuevo entendimiento? La única manera de conseguirlo es examinar sinceramente las dificultades y las diferencias, con ánimo dialogante y sin rencor. Explique a su hijo cómo se siente y cómo cree que se podría mejorar la situación.
Veamos una conocida situación: la hija quinceañera que desea ir a una fiesta que empezará muy tarde. Para ella, la invitación a una fiesta de adultos, con bebidas, música y baile, es algo importante: es un signo del desarrollo de su estado de adulto. Quiere ir acompañada de sus amigos, sentirse libre de decidir por sí misma cuándo y cómo regresará a casa. Lo último que desea es sentirse protegida (y por esto entiende ser vigilada y cuidada), cuando su padre vaya a recogerla en su coche a una hora determinada.
Para sus padres la invitación puede ser un signo del desarrollo de su hija como persona adulta, y algunos reaccionarán ante ese indicio con temor y angustia. Su niña ha crecido, lo que significa que se están haciendo viejos. Ya quedaron atrás los días en que ellos salían a divertirse, mientras que una “canguro” cuidaba de la niña. Ahora son ellos los que deben quedarse en casa. ¿Qué sucederá si se emborracha? ¿Y si la ofrecen porros o drogas? ¿Qué pasará si llega demasiado lejos con un chico? Sus primeras reacciones, perfectamente naturales, de envidia y de conciencia del paso del tiempo, son rápidamente reemplazadas por la irritación y el miedo causados por semejantes preocupaciones. Y nueve de cada diez veces la situación acaba con una terrible batalla campal.
Aprendiendo a transigir.
Las cosas resultarán mucho más fáciles, si ambas partes expresan sus sentimientos. Bastaría con que la hija dijera exactamente por qué la fiesta es tan importante para ella. Bastaría con que expresara que esa manifestación de su carácter de adulto es muy importante para su autoestima.
Por su parte lo padres podrían explicar, de una manera sincera y quizá algo humorística, por qué su primer impulso fue encerrarla: la ven como “una hormona con patas”. Así es fácil llegar a una transacción. Por ejemplo, el padre puede acordar con su hija una hora aproximada, y esperar en su coche al otro lado de la esquina. Si tras un tiempo prudencial, la chica no ha aparecido, entonces el padre irá a buscarla y llamará a la puerta. Si ambas partes dialogan, negocian y pactan unas condiciones, es posible que la hija reconozca que era poco realista exigir que no hubiese límite de tiempo. Pero claro, ambas partes han de transigir llegar a un acuerdo y poder comunicarse.
La abuelita mima a los niños.
He aquí otra situación familiar muy conocida. Los abuelos son quienes tradicionalmente llevan las chucherías a los nietos, especialmente en forma de dulces y golosinas. Una madre puede tener constantes disgustos y discusiones con la abuela (su madre o su suegra) porque ésta insiste en comprarles a los chicos dulces y chicles.
La madre puede explicar a los abuelos, que no es una maniática de la comida, pero que cree que los dulces y golosinas deben usarse en el momento adecuado. Sus explicaciones servirán de poco. Los abuelos argumentarán, que cuando ellos cuidan de sus nietos, ellos son los responsables, y que para un rato que pasan con ellos, no se van a enfadar o a discutir con sus nietos. Las discusiones pueden eternizarse, pero es poco probable que los hijos se pongan de acuerdo con los abuelos sobre el tema de las “chuches” de los nietos.
Si los padres son conscientes de que estas discusiones ayudan poco a solucionar el problema, pueden optar por otra estrategia y buscar un amigo, que haga de mediador, mayor que los padres y menor que los abuelos.
Se busca una reunión casual, una merienda, una charla distendida y como el que no quiere la cosa, se saca el tema de las chucherías y las golosinas. La madre puede explicar al “mediador” lo nocivo del abuso de los dulces de forma indiscriminada, y probablemente, el mediador le dará la razón.
La abuela o los abuelos, ante los argumentos razonables, de alguien distinto a sus propios hijos, probablemente recapacitarán y cambiarán de actitud. Seguramente, seguirán llevando chucherías a los nietos, pero lo harán con el consentimiento de sus hijos o al menos con una cierta moderación. Aún con ciertas diferencias y matices las dos generaciones (padres y abuelos) han encontrado un punto en común: velar por la salud de los nietos y no perjudicarles con hábitos nocivos.
Buscando intereses mutuos.
Muchas personas, tanto jóvenes como de edad, no ven la necesidad de establecer una relación o un acercamiento con otras generaciones. ¿Por qué tenemos que molestarnos? – dicen – ¿Qué pueden ofrecernos?
Las respuestas son simples. Las generaciones pueden obtener beneficios mutuos, si son capaces de esforzarse por compartir determinados intereses. Padres e hijos pueden compartir un interés en, por ejemplo, el rendimiento de la moto del hijo o en el del coche del padre.
Es probable que madres e hijas se muestren interesadas por los vestidos, la experiencia de una madre ayudará a la hija a evitar comprar ropas de mala calidad, y el sentido actualizado de la moda que tenga la hija, permitirá que la madre aparezca más juvenil y no luzca un “look” trasnochado.
Pero, aunque sean difíciles de desarrollar estos intereses compartidos, todavía existe una razón importante para esforzarse por salvar el abismo generacional: puede resultar muy estimulante hablar con quien tiene ideas diferentes a las propias y puede ser una manera de ensanchar la perspectiva vital, tanto de hijos como de padres.
Así se acortan las distancias.
El abismo generacional no es una situación exclusiva de las familias. Puede extenderse, también al ámbito del trabajo, y constituir una pesada losa. Para ilustrar esas diferencias, que parecen insalvables, vamos a ver una historia ficticia, pero que podría ser real:
El jefe de Catalina es lo bastante mayor como para poder ser su padre, y la diferencia entre ambos no se manifiesta solamente en la edad. Les resulta muy difícil establecer una comunicación sobre cualquier tema, que no sea del trabajo, por lo que su relación resulta demasiado rígida y formalista.
Ella le consideraba como una persona fría y distante. Un día Catalina mencionó que pensaba ir a Grecia de vacaciones. Al día siguiente, al acudir a su trabajo, encontró sobre su mesa un libro sobre Grecia, su historia y sus monumentos. Era el jefe que lo había puesto allí. Se sintió agradecida por su interés y, aunque no pensaba hacer nada más que tostarse al sol, bañarse y nadar, se llevó el libro por curiosidad. Al cabo de unos días, incluso el broncearse le resultaba un poco aburrido, y en consecuencia, consultó el libro y empezó a visitar templos y otros edificios históricos, y se enorgulleció de ser capaz de mostrar a sus amigos, las partes menos conocidas de Atenas, que pocos turistas ven. Regresó a su trabajo bronceada, en forma y rebosante de relatos e impresiones sobre todo lo que había visto.
“Al fin y al cabo es humano” – pensó cuando su jefe intercambió con ella, de buena gana, relatos y opiniones. Como es natural, comprendió entonces que tenían algo que compartir. Se volvió más tolerante y comprensiva respecto de él y la vida en la oficina mejoró de forma perceptible. Todo lo que se necesita para salvar el abismo generacional es una actitud abierta y la voluntad de hallar puntos de coincidencia entre tus propios intereses y los de los demás.
Una perspectiva equilibrada.
Una actitud paciente y una visión equilibrada sobre el estilo de vida de otras personas, constituyen la clave del éxito en las relaciones entre generaciones diferentes.
El hecho de que las generaciones, actúen de forma diferente, no significa que sea imposible el entendimiento entre una y otra. Mientras que exista un afecto mutuo y básico, las diferencias, que al principio parecen como barreras insalvables entre generaciones, pueden ser superadas.
Lo que hay que recordar es que las opiniones y el estilo de vida de una determinada generación jamás serán totalmente certeros o equivocados. Por eso, las diferentes generaciones han de reconocer el derecho de cada una a vivir como les plazca y a tratar con consideración y respeto los distintos valores. El abismo generacional puede ser salvado, y por los beneficios que aporta, merece la pena intentarlo.
PSICOLOGOS MADRID: Gerardo Castaño Recuero