Las personas vivimos entre dos mundos.
Esto suena muy peliculero, pero es así, siempre ha sido así: somos seres conscientes. El “yo pienso, luego existo”. Bueno… Algunos más que otros.
A un lado está el mundo exterior: el entorno, el clima, los demás, las interacciones, el Facebook… En el anterior post exponía una serie de fuentes de satisfacción que podemos encontrar en ese mundo para, gestionadas de forma adecuada, mejorar nuestro bienestar… y que van más allá del Facebook.
Al otro lado está nuestro mundo interior: sistema de creencias, valores, actitudes y emociones. En este mundo encontramos elementos no muy agradables como las rumiaciones, las preocupaciones, los pensamientos negativos y las emociones incómodas como la tristeza o el miedo, y elementos más agradables como los recuerdos bonitos, los sueños e ilusiones y las emociones elevadoras del estado de ánimo como la alegría o la serenidad.
No es bueno encerrarse en este mundo. Es decir, la introspección abundante, la excesiva autoconciencia, suele ser predictora de trastornos como la depresión o los relacionados con la ansiedad.
Pero tampoco es bueno huir de él. Es importante aprender a conectar con ese mundo.
El problema es que, en la época actual, vivimos tan absorbidos por los elementos del mundo exterior, que esto se ha convertido en un auténtico desafío. Jornadas de trabajo avasalladoras, auge de las nuevas tecnologías que nos hacen estar continuamente conectados/desconectados (¿te suena la imagen de un grupo de gente reunida y la mayoría de ellos no se miran porque están hablando por whatsapp?); un ritmo de vida que nos “obliga” a ir siempre con el piloto automático puesto.
¿Qué es esto del piloto automático puesto? Lo explico: ¿no has tenido a veces la sensación de que te mueves por inercia, sabiendo exactamente cuáles son los pasos que tienes que dar, pero sin tener ni idea de cuál es el destino? Y sigues, y sigues, casi arrastrado por alguna fuerza misteriosa (¿rutina, sociedad, dinero…?). Y esa fuerza es tan, en apariencia, poderosa, que eres incapaz de pararte a pensar cuál va a ser el siguiente paso, o si necesitas un cambio de dirección. Eres incapaz de pararte un momento a reflexionar o a mirarte hacia dentro.
En este sentido, disciplinas como el mindfulness (atención plena) nos ayudan precisamente a esto. A pararnos, a centrarnos en el “aquí y ahora”, y mirarnos por dentro pero como si fuéramos observadores externos de nuestras propias emociones y pensamientos. Sin embargo, no es de esta técnica, ahora muy en auge, de la que quiero hablarte ahora (quizá en otro momento). Precisamente, por su modernidad, puedes encontrar una gran variedad de artículos sobre ella haciendo una sencilla búsqueda por Internet.
Quiero exponerte una hipótesis, que alberga un conflicto, y luego ofrecerte la solución a ese conflicto. Verás, a veces pienso que nos dejamos absorber por los elementos del mundo exterior porque le tenemos miedo a esos elementos poco agradables que merodean nuestro mundo interior: nuestros miedos, traumas o visiones negativas de nosotros mismos. Y eso sucede porque no los vemos como “elementos poco agradables” sino como monstruos que nos aterrorizan. Y nos aterrorizan tanto que huimos de ellos y sin darnos cuenta nos metemos en un bosque oscuro, en el que no entra la luz, y en el que nos perdemos. Ese bosque está lleno de grandes árboles que nos impiden ver la claridad del sol (nuestra propia claridad mental), y en las copas de esos árboles anidan las rumiaciones, las preocupaciones y las obsesiones. Es el bosque del pensamiento disfuncional, el pensamiento que no sirve.
La solución está en atreverse a salir del bosque y enfrentarnos a esos monstruos a través de un diálogo interior y un pensamiento productivo, útil, funcional: ¿cómo me siento (autoconciencia emocional), por qué me siento así (causa), cómo puedo resolver esa causa (soluciones)? Quizá nos demos cuenta de que esos monstruos en realidad no son tan aterradores como creíamos, que incluso no había razón alguna para tenerles miedo, y que en el fondo nos estaban ofreciendo una oportunidad única para conocernos mejor a nosotros mismos.
Y si no te he convencido, simplemente recuerda este chiste: “Un hombre va al psicólogo y le dice: – Doctor, tengo un problema: en mi casa veo a un monstruos gigante de dos cabezas y tentáculos alrededor de todo el cuerpo, ¿tiene solución? Y el psicólogo le contesta: – Sí, sí que la tiene, pero el tratamiento durará un año y le costará alrededor de 6.000 euros. A lo que el hombre replica: – Pues déjelo doctor que ya voy yo a mi casa y me hago amigo del monstruo”.
Hala, pues a qué esperas para hacerte amigo de tu monstruo.