En este blog he hablado en otras ocasiones de los sesgos cognitivos, del automachaque y del pesimismo. El “todo el mundo es malo” (sesgo de generalización), “soy lo peor que hay” o “no voy a conseguir nada en la vida”. En definitiva, pensamientos negativos, que poco nos ayudan a conseguir nuestros objetivos vitales y que mucho sufrimiento nos pueden causar.
Pero, ¿y qué pasa con las expectativas? ¿Y más cuando son buenas? Eso, valga la redundancia, es bueno, ¿no? Lo que voy a explicar en este post es cómo las expectativas positivas también se pueden convertir en un obstáculo para nuestro bienestar.
Para empezar, pondré varios ejemplos:
- Tú esperabas pasar un fantástico día de sol y playa pero una imprevista tormenta de verano te lo arruina y hace que te pases todo el día metida en la cama refunfuñando.
- Tú esperabas que ella fuera la mujer de tu vida y como vuestra relación se ha acabado eso significa que ya no estás dispuesto a conocer a nadie más y te quedarás solo hasta la tumba.
- Tú esperabas cumplir con la planificación que te habías marcado para hacer tus tareas y a medio camino te das cuenta de que no te va a dar tiempo así que te entra un ataque de pánico.
- Tú esperabas estudiar Medicina y cuando compruebas que no te llega la nota de corte decides no entrar en la Universidad, y de aquí en adelante presentarte a todos los castings de Hombres y Mujeres y Viceversa.
- Tú esperabas que cuando consiguieras un trabajo, un coche, una casa, te casaras y tuvieras hijos ya serías feliz y… ¡Oh, oh, resulta que no, que hay que seguir buscando! Y vaya, tu mundo se desmorona…
Esperar que nos pasen cosas buenas, está bien, y puede facilitarnos el alcance de las metas que nos hemos propuesto, ya que cuando espero lo que deseo, pongo más empeño en que ocurra. Las expectativas, así, pueden actuar como motor de nuestra conducta.
Pero aferrarnos a nuestras expectativas como a un clavo ardiendo es otorgarle el control de nuestras vidas. Y las expectativas no son más que ideas. ¿Vas a dejar que una idea controle tu vida?
Aferrarnos a las expectativas implica dotar de rigidez a nuestra forma de pensar y actuar, en lugar de flexibilidad, y limita por tanto nuestro proceso de toma de decisiones. Nos lleva a confundir deseos, con necesidades. Cuando nos empeñamos en que las cosas tendrían que haber salido como había planeado, dejamos de ejecutar acciones que nos acercan a cosas que no esperábamos, pero que nos sorprenden y que nos encantan. O:
No dejes que tus expectativas te nuble la visión de las alternativas.
E improvisar así un plan B, o un plan C, o un plan Z, o un Z1, o un Z2… Y salir a dar un paseo en este fantástico día de lluvia, acercarte a esa chica que ha cruzado una mirada cómplice contigo, relajarte y dejar para mañana lo que no es importante que hagas hoy, elegir otra carrera y que se convierta en la pasión de tu vida, o buscar insaciable mil nuevas formas de ser feliz.
En definitiva, se trata de que cuando vas más allá de las expectativas… es cuando empiezas a descubrir.