Es normal que cualquier individuo haya tenido, en un momento de tensión, un cierto comportamiento agresivo. Cuando se pierde totalmente el control de la situación es habitual recurrir a los gritos. Un incidente aislado no debe preocupar, pero la agresividad se puede llegar a convertir en una patología si se da con demasiada frecuencia.
A la hora de dar una definición de agresividad, quizás, lo más conveniente es citar a Rusell. Para él, agresividad es “la producción de un estímulo nocivo de un organismo hacia otro con la intención de provocar daño o con alguna expectativa de que el estímulo llegue a su objetivo y tenga el efecto deseado”.
Es decir, como agresividad se entiende el acto intimidatorio que sirve de respuesta a otro considerado como ofensivo. Un acto desmesurado que supone una alta activación, tanto física como mental, de la persona que sufre ese comportamiento agresivo. Una respuesta agresiva no tiene por que ser un problema si se adecua a la situación desagradable. El problema viene cuando es demasiado excesiva.
Problema patológico
Cuando en una persona, la agresividad es algo frecuente puede llegar a ser una muestra de un problema patológico. Además de la frecuencia, es importante conocer las características de estos “ataques de rabia” como puede ser el tiempo de la duración y el grado de agresividad. Por ejemplo, una persona que se comporta a menudo de forma muy violenta requiere la ayuda de un especialista.
Una conducta violenta muestra que dicha persona sufre de una enorme inestabilidad e inseguridad en sí misma. No es una persona que se sepa expresar ante los demás con normalidad y de una forma adecuada ya que tiene una gran desconfianza en lo que le rodea. Piensa que va a perder el control de lo que le rodea continuamente, por lo que ante un problema, da una respuesta impulsiva y sobre todo excesiva.
¿Cómo evitar una conducta agresiva?
Introspección en uno mismo. Para lo cual uno debe reconocer que sufre un problema. Que un individuo se conozca mejor permite comprender el porqué de dicha conducta y el grado de implicación que supone tanto para él como para los demás. Es necesario conocer si dicha actitud es desmesurada y en que situación hay una mayor probabilidad de descontrol.
Es necesario tener una actitud positiva y objetiva de uno mismo y de cómo se comporta con los demás. No hay que ser ni demasiado benévolo ni demasiado exigente a la hora de determinar aquellas situaciones de descontrol y el modo en que se pierde la estabilidad. Establecer un listado de estas situaciones ayuda a identificarlas mejor y preverlas antes de que ocurran. Esto ayudará a que una persona agresiva vea cuáles son aquellos momentos conflictivos, qué posibilidades hay para solucionarlos de una forma pacífica, y si poco a poco se van alcanzando los objetivos planteados.
Relajación. Para llevar a cabo todo el punto anterior de forma reflexiva es necesario un cierto grado de relajación que permitirá alcanzar un equilibrio mental y psíquico. Para alcanzarlo se pueden hacer una serie de actividades que ayudan a liberar las tensiones acumuladas. El abanico de posibilidades a la hora de relajarse es muy amplio; desde la práctica de algún deporte a uno de los tradicionales métodos orientales. Estas actividades mantienen ocupada la mente durante un tiempo y permiten canalizar las tensiones. Está claro que es mejor desprenderse de la agresividad con una pelota en un partido de tenis que con el primero que se cruce en su camino.
Observar los resultados. Hay que ver si los objetivos planteados se van cumpliendo, si esto es así, hay que felicitarse por ello ya que se está empezando a recuperar el dominio en si mismo. En cambio, no hay que desanimarse si la realidad no es la esperada. Hay que seguir intentándolo ya sea por el bien de uno como del de los demás.