Será que la Felicidad está reñida con el dinero…
El día en que el hombre inventó el dinero, comenzó una interminable carrera para acumularlo porque nunca parece ser bastante. Da seguridad, prestigio, poder y hasta belleza. ¿Cómo se podría vivir sin él?
El dinero no da la felicidad, pero se parece tanto… Como por arte de birlibirloque consigue acortar la insalvable distancia que media entre los sueños propios y la realidad. Su secreto mejor guardado reside en un poder camaleónico para materializarse en el objeto puntual de necesidades y anhelos.
Siervo y amo
El ingenio humano echó los restos al diseñar este sofisticado instrumento de libertad y dominación, una llave maestra que abre y cierra muchas puertas. No es sólo un aliado de lujo a la hora de saldar la deuda vital que cada cual contrae con sus metas, sino que también ejerce de almohadillado colchón ante los reveses de la fortuna en todos sus frentes. ¿Alguien da más?.
Ya lo dijo Jacinto Benavente: “El dinero no puede hacer que seamos felices; pero es lo único que nos compensa de no serlo”. Con su brillo ilumina el rostro más ostentoso de la dicha: la prosperidad. Es lo que ahora se llama calidad de vida, fuente inagotable de bienestar material a este lado del mundo. Al otro lado malviven dos tercios de la humanidad.
Y dinero llama a dinero… Por si suena la flauta y subirse a este carro, muchos depositan sus esperanzas en los juegos de azar. Cada año son muchos los millones de euros gastados en loterías. La abultada cifra no recoge la recaudación de los casinos, los bingos físicos y online, ni las máquinas tragaperras. ¡Qué Dios reparta suerte! 😀
Ansias de gloria
El deseo es santo y seña de la condición humana, el poder se define como la capacidad real para satisfacerlo y el dinero encarna a éste en todas sus formas. Este cóctel explosivo -deseo, poder y dinero- ha convertido el planeta en una jungla donde todo se compra y se vende. Al calor del consumismo, el vil metal ha tomado las riendas y uno se debate entre el ser y el tener, presionado por el concepto de vida feliz que te entra por los ojos.
La felicidad también está en venta y de hecho es un negocio muy lucrativo. El parné alimenta todos los mitos de una sociedad de pasarela, donde la riqueza interior no cotiza en bolsa. El lujo, la posición, el éxito, el prestigio, el don de gentes y la belleza se conquistan a golpe de talonario, aunque también se puede acceder a algunos de ellos en cómodos plazos.
Huérfanos de otros valores, la percepción del dinero se sobredimensiona porque tiene la virtud de tapar todos los huecos. Él resarce en cuerpo y alma ante la competitiva mirada de los semejantes, con los que uno se mide a través de los signos externos que delatan su poder adquisitivo. Las entidades bancarias, con las que a estas alturas todo el mundo tiene cuentas pendientes, son las que financian este alegre materialismo.
El placer de poseer
No tiene límite y el dinero se ha endiosado como el fin que dará los medios.
Tiene ya hasta su versión patológica registrada en los anales de la medicina: el comprador compulsivo. El tanto tienes tanto vales, sigue siendo moneda de cambio y hoy es la vara de medir el grado de ambición personal o el triunfo social de cada uno. Con el egoísmo por bandera, el mercado apela al homo economicus que todo llevan dentro y entran en escena la ambición y la codicia para tender interesados puentes entre los individuos.
Felicidad contante y sonante
La búsqueda del éxito inmediato y a cualquier precio se impone como patrón de conducta. Los famosos de baratillo y los tiburones de la especulación son las estrellas de esta “dinerofilia” o amor al lucro en la que todos estan inmersos.
Woody Allen lleva esta filosofía de vida hasta sus últimas consecuencias en La última noche de Boris Grouchenko (1975), donde el protagonista comenta: “¡Si Dios me hiciera alguna señal, como por ejemplo abrirme una cuenta de banco en Suiza!”. En los tiempos que corren el dinero es felicidad contante y sonante. Ésta se identifica con capacidad de consumo, una tarea que consiste en adquirir objetos de dudosa necesidad.