Reconoce primero tus propias faltas.
En la convivencia pueden aparecer conductas de la otra que nos saquen de quicio. Antes de que éstas se conviertan en motivo de disputa, tal vez podamos hablar del asunto con tranquilidad y llegar a un acuerdo.
Es más que probable que también hagamos cosas que molestan a la otra persona; debemos ser capaces de reconocerlo y, después, poner todo lo posible de nuestra parte para cambiar.
Por ejemplo, a veces pensamos “ya no me besa”. ¡Pues bésale tú!
¿Por qué vas a esperar a que sea siempre tu pareja quien se acerque a ti para demostrarte su afecto?
Tú también puedes tomar la iniciativa y, de hecho, haciéndolo participarás más en la relación. Si esperamos que nuestra pareja siempre esté pendiente, es posible que al final el trato entre ambas partes se vaya haciendo pasivo y frío y que nadie haga nada para cambiarlo.
Si discutes por un tema concreto, céntrate en la discusión. Cuando nos enfadamos con nuestra pareja, es frecuente que recordemos todas sus conductas que nos han molestado. Si se retrasa a cenar, es posible que mientras esperamos rememoremos otros momentos en que nos ha dado plantón o ha sido desconsiderado con nosotras.
Así, cuando llega a casa, podemos expresar un enfado que no tiene nada que ver con el presente. Si hay algo que te molesta, dilo, pero no saques a relucir otras cosas del pasado que ya deberían estar resueltas.