El remordimiento, y en ello coinciden todos los moralistas, es un sentimiento sumamente indeseable.Si has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros en lo posible y esfuérzate por comportarte mejor la próxima vez. Pero en ningún caso debes llevar a cabo una morosa meditación sobre tus faltas. Revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse. –Aldous Huxley. Un mundo feliz
(Prefacio del autor)-.
Un amigo empresario fue víctima de un asalto hace algunos meses. Un automóvil lo interceptó cuando llevaba una importante suma de dinero en su auto para realizar unos pagos en una obra. Los ladrones sabían que él portaba el dinero dentro de un maletín. De modo que lo primero que pensó fue que una de las ocho personas que sabían de su gestión estaba en coordinación con los asaltantes.
Casi excluye de la lista de sospechosos a su hermano, pero algo le dijo que debía incluirlo. Cuando la Policía descubrió que el autor intelectual era el hermano, éste estaba ya en los EE UU, donde reside. Yo le recomendé que no le dijese nada, que se olvide del asunto. Pero el hermano mismo se encargó de confesar el crimen (implícita y psicoanalíticamente) a través de un e-mail, donde le reprocha su comportamiento cuando ambos eran niños.
La culpa es aquel sentimiento que lleva al ser humano a colocarla sobre otro como una estúpida manera de limpiársela de uno mismo.
Remordimiento no es lo mismo que arrepentimiento.
El remordimiento siempre tiene que ver con otro. El arrepentimiento sólo tiene que ver con uno.
El hermano de mi amigo no se arrepintió. Por eso, tuvo que hurgar en sus historias personales para confesar no su culpa, sino la de su hermano, esperando en vano limpiarse así de la suya.