Hace algunos años tuve la oportunidad de viajar a Noruega para asistir al matrimonio de un íntimo amigo. La novia, una preciosa noruega proveniente de una familia numerosa y acomodada, se casaba con un destacado economista de refinadas costumbres. Después de un largo viaje llegué a Oslo un día despejado y soleado.
Rápidamente me fui a recorrer la ciudad, quería aprovechar al máximo el único día que estaría en Oslo: el museo de Munch, el parque Vigeland (el escultor de las emociones), la música de Grieg, la obra de Ibsen, etc. Todo está en esta lejana ciudad, donde el desarrollo y el bienestar se combinan con notable sencillez y austeridad.
En la noche viajé al pueblito donde se realizaría la boda.
El día comenzó con un magnífico desayuno. Entre bosques y lagos se disponía una mesa con arenques, salmón, huevos, panqueques rellenos con ruibarbo, strudel, carnes frías de todo tipo (incluyendo el ciervo de la zona), diversas variedades de leches y panes y un sinnúmero de quesos, siendo el más apreciado por los comensales el gejtost, un queso de cabra con fuerte gusto a manjar.
La familia de la novia vestía trajes tradicionales noruegos y bailaban y cantaban junto a los extranjeros Velkommen til Norsk. Definitivamente los mejores ingredientes de un desayuno estaban presentes: el relajo y la alegría, ambos indispensables para comenzar de la mejor forma una nueva jornada.
El desayuno es una comida que varía mucho de país en país.
Siempre sorprende lo que le traen a uno en la bandeja del avión a primera hora en la mañana. Tortillas aliñadas, tocino, salchichas, pepinos, riñones, incluso una vez me tocó en un avión una serie de almejas acompañadas con distintos tipos de algas marinas.
En muchas partes del mundo el desayuno no es una comida muy abundante.
Para los franceses (petit déjeuner), los italianos (prima colazione) o los alemanes (frühstück) el desayuno consta de una taza de café o café con leche, acompañado simplemente de una tostada o un croissant con mantequilla o mermelada (desayuno continental).
Los españoles, por otra parte, acostumbran a comer un desayuno más sustancioso, complementándolo muchas veces con churros, chocolate y pan untado con aceite de oliva.
En algunas culturas, el desayuno alcanza una importancia tal que es considerado la principal comida del día. El brunch que los estadounidenses comen los fines de semana, una herencia de los suculentos desayunos ingleses, es la máxima expresión de esta idea. Los cereales, los huevos, las omelettes, el tocino, los jugos de fruta, el café, el chocolate caliente, las papas fritas, los waffles, los bagels acompañados con queso crema y ciboulette y los muffin son sólo algunos de sus típicos componentes.
En América Central y algunos países de América del Sur son extraordinarios los desayunos con todo tipo de frutas y jugos tropicales. En algunos países es común comer además tortillas con huevos y también legumbres.
En Sichuan, la provincia china donde nació Mao, el desayuno es una comida que se prepara la noche anterior y consta principalmente de pescado, arroz y té.