Vamos a hacer un experimento. Te voy a decir algo: eres un imbécil.
¿Cuál ha sido tu reacción? ¿Has creído firmemente en mi afirmación y eso ha hundido hasta tal punto tu autoestima que te has metido debajo de las sábanas para llorar:
“¡Sí, es verdad, soy un imbécil, lo sabía, no puedo evitarlo, déjame en paz!”, o por el contrario la has negado con rotundidad y te ha enrabietado lo suficiente como para buscar mi número de teléfono con el objeto de llamarme y transmitirme “con asertividad” tus impresiones sobre mi persona y ya de paso sobre las personas que conforman mi familia?
Si bien es cierto que todos, en algún grado, poseemos cierto nivel de imbecilidad (todos tenemos un Homer Simpson dentro), ¿quién soy yo para calificarte con tal apelativo si ni siquiera te conozco y por tanto no dispongo de ninguna evidencia a mi favor para sostener tan controvertida tesis? Imbécil de mí.
Pues como yo, tu mente te habla. Y como yo acabo de hacer, a veces te dice cosas sin razón ninguna y con menos utilidad aún. Esos pensamientos son el resultado de un sistema de creencias que hemos aprendido y consolidado a lo largo de nuestra vida. Y como pasa con la mayoría de las creencias, nos aferramos a ellas.
Es muy probable que no tomaras muy en consideración lo que te dije al principio del texto. “Sí, hombre, un imbécil yo, lo que sabrá el psicólogo loco éste”. Sin embargo, la misma frase, nacida de nuestro propio pensamiento, tendemos a darle una mayor validez.
La diferencia entre mi “eres un imbécil” y tu “soy un imbécil” es que el segundo es tuyo, y a ti te crees más, incluso en los casos de déficit de autoconfianza, ya que tu déficit de autoconfianza se sustenta precisamente en… “Ah, claro, si es que soy un imbécil”.
Sin embargo mi “eres un imbécil” y tu “soy un imbécil”, si quitamos esa diferencia, son lo mismo: una interpretación, una suposición, una idea. Y cuántas interpretaciones erróneas o suposiciones equivocadas se han hecho a lo largo de la Humanidad. Y cuántas ideas locas.
¿Cómo le demostramos al loco que está loco? A través de la evidencia empírica. Demuéstrame/te cuántas veces en tu vida no te has comportado como un imbécil y has hecho cosas de persona lista, sabia, con los cables bien atados. Seguro que no han sido pocas. Ese examen que aprobaste con tan buena nota, la vez que dejaste asombrados a todos con tu comentario, el amigo o amiga que nunca olvidará cuando le ayudaste… ¿Son esas acciones propias de un imbécil?
Nuestra vida es la mayor demostración de que
algunas de nuestras creencias se han anquilosado.
Sin embargo… He de confesar, por mi experiencia como psicólogo, que muchas veces no es tan fácil. Fijáos, estamos hablando de creencias, y éstas son muy difíciles de cambiar, incluso cuando nos demuestran que carecen de toda lógica o evidencia empírica. ¿Por qué si no hay tanta gente que cree en la existencia de un Dios pese a no haberlo visto nunca?
Por eso no basta con ver, ni con razonar, hay que HACER.
Por eso el título de mi post: HAZ LO CONTRARIO. Porque esos pensamientos inútiles y poco fundados que a veces rondan por nuestra cabeza, además de darnos una información errónea sobre nosotros mismos, o el mundo, o el futuro, también suelen invitarnos a hacer algo. O a no hacerlo. Cuando te des cuenta, inmediatamente, sin plantearte tan siquiera la duda: haz lo contrario.
Si te dicen que eres poco atractivo/a, te dicen “No te acerques a invitarle a una copa”. Haz lo contrario. Y actúa como si fueras el mismísimo George Clooney o la impresionante Marion Cotillard. Si te dicen que todo el mundo es poco digno de confianza te están diciendo que no te abras y muestres tu verdadero yo. Haz lo contrario. Si te dicen que eres un imbécil, quizá te están diciendo que debes elegir una carrera “facilita” porque no serás capaz de acabar la que realmente te gusta. Haz lo contrario. Oblígate a demostrarte a ti mismo que tus creencias se equivocan, oblígate a descubrir la verdad tras la mentira, que al final no será otra que la verdad que tú misma estés creando.
Claro que, es posible que ahora te estés preguntando: ¿y si hago lo contrario y sale mal, no estaré ratificando mi propia creencia? He aquí cuando tenemos que hacer una interpretación de la realidad lo más a nuestro favor que se nos ocurra. He aquí cuando tenemos que usar la autocompasión positiva y ser amables con nosotros mismos. Después de todo: ¿qué guaperas no se ha llevado nunca calabazas, a quién no le han traicionado alguna vez, y acaso no hay ser más imbécil que aquél que no lo intenta nunca?