Convivir y trabajar o trabajar y convivir…
No importa cómo se combinen las palabras, lo concreto es que trabajar con la pareja no es tarea de niños. Más aún sí la oficina está en la misma casa. Aquí los testimonios de parejas y sus fórmulas de “sobrevivencia”.
Matrimonios: Todo bajo el mismo techo
Los arquitectos Rodrigo Toro (29) y Carolina Luna (30) encontraron que la lista de ventajas que tenía la idea de instalar la oficina en la casa era, con creces, más larga que la de las desventajas y que el desafío estaba en tratar de arreglar siempre sus diferencias. “Parece que encontramos la forma de mezclar el trabajo con el amor”, dice Rodrigo. Casados hace más de tres años, trabajan juntos desde que se titularon, pero desde hace un año y medio que lo hacen en su propia casa. Diseñan, construyen y hacen remodelaciones.
La rigurosidad en el horario ha sido la clave para mantener la armonía. Pero claro, no todo fue ideal desde el primer día. “En algún minuto se estaba transformando en una tortura, porque trabajábamos de día, de noche y también los fines de semana. Faltaba tiempo para compartir como pareja”, cuentan a la vez.
Carolina llegaba cansada del trabajo en terreno y Rodrigo estaba en reunión, “entonces me encerraba en la pieza o me iba a leer a la plaza porque sentía que no tenía un espacio donde esconderme del trabajo, que en vez de llegar a mi casa llegaba a la oficina de nuevo”. La solución fue ordenarse y ocupar sólo el horario de oficina para equilibrar la situación.
La mayoría de sus conversaciones se desarrolla en torno a la arquitectura, al igual que sus vidas. Remodelaron y decoraron a gusto su departamento “de tal manera que se pudiera complementar la casa y la oficina en el mismo lugar pensando en que aquí se van a recibir clientes. Por eso todo tiene un diseño neutro, no muy doméstico”, explica Carolina. Intentan no agregar elementos más personales pues no les interesa compartir su intimidad. Para ellos, la receta es la complementación y la organización, pero por supuesto, el amor. Una fórmula que depende del calce de las personalidades tanto en lo doméstico como en lo laboral.
Las manos en la masa
Maritza Varas y Arturo Pino, ambos de 48 años, aseguran haber encontrado la receta perfecta, no sólo del pan que amasan y venden a diario, sino también de cómo sobrevivir conviviendo las 24 horas del día. Sienten que su relación se ha transformado en una gran amistad, ya que “cuando trabajamos somos compañeros, no nos tratamos como marido y mujer para no involucrar los problemas del hogar. Y en la casa es todo al revés, nos olvidamos del negocio y pasamos a ser matrimonio”, comenta Arturo.
Maritza no tiene idea lo que es un pre o pos natal, ya que tuvo que acostumbrarse a la rutina de criar a sus cuatro hijos en la panadería que administra con su esposo desde hace 25 años. Incluso, con el último de sus niños, tuvo que regresar al trabajo -y con la nena en brazos- a los siete días del nacimiento. “Instalamos un colchón en la bodega para poder mudarlo y darle pecho”, cuenta Maritza. Dice que no sirve como dueña de casa, pues su lugar está en la panadería con su marido y que, a pesar de que Arturo tiene un genio atroz, no se cansa. “Me abraza y me besa delante de toda la gente y en la noche nos dormimos abrazaditos. Creo que trabajar juntos nos une más”.
Pese a que les gusta su sistema de vida, sienten que están cansados por lo extenso del horario y el poco tiempo que tienen para salir, ya que la panadería funcione de lunes a sábado de ocho a ocho. Pero siguen adelante, porque su panadería “Masitas” –que ahora también es restauran- les ha dado la satisfacción de tener casa propia, salir de viaje al extranjero y tener hijos profesionales. Así trabajan con ganas “buscando el premio”. La parte más dura es que cuando uno de los dos se enferma por que tienen que ir a trabajar como sea para que al otro no le toque el doble. “Igual estamos contentos y sabemos que tenemos suerte de llevarnos bien en estos 25 años que llevamos trabajando juntos”, dice Arturo.
Fuera el trabajo
Paz Osorio (30) y Claudio Bruna (28) suman tres años viviendo juntos y hace uno que asumieron el riesgo de transformar parte de la casa en una empresa de comunicaciones. A pesar de que trabajar así tiene sus ventajas -no hay horarios de llegada, no hay que trasladarse hasta la oficina en metro o a la hora del taco y siempre es posible comer en casa o tomarse una siesta- para ellos las cosas no han funcionado tan bien como lo esperaban al comienzo. “Tenemos dos ámbitos que se nos mezclan y en los que estamos las 24 horas juntos. Y es difícil porque en ambos hay que estar al cien por ciento” cuenta la periodista María Paz Osorio.
Claudio explica que el tener el computador a dos pasos de todo significa que sus almuerzos, por ejemplo, son constantemente interrumpidos por el teléfono, el fax o los e-mails. Además les cuesta mucho ponerle fin al día, porque no hay un quiebre.
Al tener mezclados todos sus mundos, Paz y Claudio reconocen que su vida se fue deteriorando. Discutían, porque María Paz encontraba que Claudio trabajaba mucho pasaba muy poco tiempo en la ‘casa’. Cuando los conflictos surgieron trataron de limitar el horario. Sin embargo, la tarea no fue fácil. De ahí que decidieran, poco tiempo atrás, arrendar una oficina para sacar, de una vez por todas, el trabajo de su casa y viceversa, “porque si estoy trabajando no puedo estar pendiente de que el arroz o el pollo se está quemando”, dice Claudio.
Sin pelos en la lengua
Constanza Blaitt (25) y Francisco Sasso (28) se conocieron dos años y medio en la peluquería de Sebastián Ferrer donde llegaron como aprendices. Ella con tres años de Odontología en el cuerpo y Francisco con un paso frustrado por Construcción Civil y Música.
Tal fue la conexión que consiguieron desde un comienzo que, “llegamos a tener como una pequeña peluquería dentro del salón de Sebastián, éramos un súper buen equipo. Cuando estaba muy atareada, le pasaba los peinados a Pancho y yo le seguía cortando a otra persona”, cuenta Constanza. La complementación no sólo fue profesional. Al poco tiempo de haberse conocido ya estaba pololeando.
Con todos estos ingredientes dando vueltas para nadie fue extraño que la pareja apostara por independizarse. Y así fue, en enero del 2002 abrieron su propia peluquería -Blaitt y Sasso- y seis meses después se casaron. “Y la experiencia ha sido increíble -dice Constanza-. Es súper rico estar con tu marido y que entienda tu cansancio y lo absorbente que es este trabajo. Poder llegar más tarde a la pega o irme para la casa más temprano, y al revés, yo comprender que esté agotado porque lo vi trabajar de pie todo el día y sorprenderlo con una tina con sales de baño”.
Hablan el mismo idioma y tienen objetivos en común, pero a pesar de estar trabajando siempre uno al lado del otro, sienten que tienen su espacio propio dentro de la peluquería, porque al estar cortando o peinando se concentran en su cliente en un cien por ciento y “es como estar en mundos distintos”, acota Francisco.
Un capítulo más
Mónica Carrasco y Jorge Gajardo son una pareja de actores que, además de trabajar juntos hace 14 años protagonizando al matrimonio de la serie Los Venegas, viven juntos hace 22. Como pareja y como Venegas les ha tocado de todo. Hasta el incendio de su casa. “Son roles que se confunden. En la calle la gente nos pregunta dónde vamos a hacer el programa ahora que se nos quemó la casa, porque piensan que nuestro hogar es el mismo que el de Los Venegas, convencidos de que se pone la cámara por la ventana”, dice Jorge.
Piensan que Los Venegas los consolidó como pareja; sin embargo, afirman que éstos no se parecen en nada a los Carrasco-Gajardo. Y aunque sienten que a veces son invadidos por la dupla de ficción, dicen tener suficiente control para no confundir la pareja que son con Los Venegas, y viceversa. Pues desde que empezó el programa que se transmite a la hora del almuerzo, se propusieron separar la casa del trabajo para no limitarse profesionalmente. Aunque a veces se asustan de su doble realidad, ya que muchos de los hechos que les han pasado en la casa se repiten en los libretos por coincidencia.
Para ellos, trabajar y vivir juntos se da de maravilla. Sin embargo, como dice Jorge, “es peligroso, porque si están malas las relaciones personales o de trabajo, se influyen mutuamente. Entonces cuando vemos que hay peligro de latearnos, buscamos espacios para no toparnos”.