La Inteligencia Emocional es un concepto que Daniel Goleman puso en auge en la década de los noventa, y se concreta en nuestra capacidad para identificar, comprender, expresar y regular nuestras propias emociones y la de los demás de un modo eficaz y productivo.
Inteligencia Emocional es saber contar hasta diez antes de declarar la III Guerra Mundial, IE es saber ponerse en lugar del otro incluso cuando vemos que la postura que defiende está a 10.000 años luz de la nuestra, IE es oír una canción “despierta vecinos” después de que te haya dejado tu pareja y no la última canción de desamor del último cantautor triste de moda (y que nadie se dé por aludido).
La IE nos ayuda a relacionarnos mejor con los demás y con nosotros mismos. Es fundamental a la hora de adquirir autoconfianza y motivación en el trabajo, superar problemas de pareja, aumentar nuestra resiliencia ante las adversidades, gestionar conflictos internos e interpersonales, etc.
Sin embargo, a pesar de sus múltiples ventajas, no se nos enseñó IE en el colegio (ahora parece ser que sí que se está empezando a aplicar en el sistema educativo español). Nos instruyeron para prestarle más atención a los números que a las emociones (¿¿¿???).
Por fortuna, otra cosa que nos enseñaron en el colegio es a leer y a escribir. Y la escritura puede ser un vehículo magnífico, para la comprensión, salida y regulación de las emociones.
Se utiliza mucho en psicoterapia, y con razón: escribir es una manera de ponerle nombre a las cosas, de comprender cómo nos sentimos y por qué nos sentimos así, y de buscar una solución o un cambio.
Escribir saca esos pensamientos tan caóticos y desordenados que no paran de moverse sin dirección alguna dentro de nuestra cabeza (y ya sabemos lo estrechamente relacionado que está nuestro sistema cognitivo con nuestro sistema emocional), y los ordena en el papel, los verbaliza, les da un significado a partir del cual podemos hallar un sentido a nuestro sentir, un sentido que nos proporcionará más calma y bienestar.
Ejercicios sencillos para desarrollar el poder terapéutico de la escritura:
- Escribe un diario emocional. Es decir, centrado en las emociones. Describe evento que te haya hecho sentir de manera especialmente mal o bien. Haz que la escritura de ese diario sea un medio para desbloquear, para canalizar desde dentro afuera. Expresa tus emociones en el papel. Y finaliza el capítulo de tu diario con una solución al conflicto que ha supuesto la aparición de las emociones negativas (por ejemplo: “ahora sé que haber discutido con Susana es lo que me hace sentir así, por lo que cuando llegue a casa hablaré con ella y trataré de arreglar lo sucedido”), o con una conducta alternativa a la que está manteniendo tu emoción negativa (por ejemplo: “quedarme tumbada en la cama pensando en lo que pasó y que ya no puedo cambiar no me sirve de nada, así que voy a hacer alguna actividad que me anime y distraiga”).
- Vamos a ser positivos: escribe un diario de positividad. Hay tanta negatividad flotando en el ambiente que a veces nos dejamos atrapar por ella. La escritura puede ser un soporte para entrenar el “poner el foco de atención en lo positivo”. Escribe todas las cosa buenas que te pasen a lo largo del día durante un par de semanas como mínimo: eventos que te hagan sentir bien, logros (por pequeños que sean) e incluso cosas que no te pasen a ti directamente, como por ejemplo que hayas sido testigo de un gesto de generosidad o ternura.
- ¿Te gusta escribir? ¿Eres creativo? En ese caso puedes escribir un cuento, un relato, una pequeña fábula, una obra de teatro, una poesía… Además de una herramienta para liberar emociones, si realmente te gusta y consigues concentrarte en la tarea, puede ser una oportunidad magnífica para alcanzar el estado de flujo, que es ese estado en el que nos olvidamos de nosotros mismos y nuestros problemas, las horas se nos pasan volando, y somos muy felices.
- ¿Hay alguien a quien te gustaría pedir perdón o perdonar y ya no está, o no te atreves a decírselo? Escríbele una carta. La escritura también puede ser un medio para liberarte de la culpa o del rencor.
- ¿Existe en tu vida una figura de poder bajo la que te sientes sometido? Puede ser un padre, un profesor o un jefe. Escribe sobre él, describiendo sus imperfecciones, sus rasgos más ridículos y fallos o vicios más habituales. Verás que no es perfecto, que no es un Dios y que puedes hacerle frente. Su poder es sobre todo un regalo de tu imaginación.
Y ha llegado la hora de usar la imaginación para hacernos regalos a nosotros mismos.