La Inteligencia Emocional es un concepto ampliamente difundido. En pocas palabras podemos decir de ella que es la capacidad para reconocer, comprender, expresar, regular nuestras propias emociones y la de los demás.
Y también es alcanzar la facilitación emocional.
Creo que todos entendemos, más o menos, en qué consiste reconocer una emoción (“estoy triste”), comprenderla (“estoy triste porque me he peleado y eso me hace sentir mal”), expresarla (a través del llanto, o de la apatía), y regularla (“voy a hacer algo que me ponga de buen humor y me quite esta pena”). Pero cuando hablamos de facilitación emocional… ¿esto qué es lo que es?
En psicología entendemos la facilitación emocional como el proceso en el cual mejoramos nuestro estilo de respuesta ante un estímulo, aumentando las probabilidades de éxito frente a las exigencias del mismo, gracias al estado emocional dominante en ese momento. Es decir:
– Facilitación emocional es cuando nuestras emociones nos facilitan conseguir nuestros objetivos.
Pongamos varios ejemplos, casos negativos y positivos:
- Te enfrentas al temido examen de conducir. Caso negativo: los nervios no te dejan dormir la noche anterior, llegas al examen con miedo y ojeras de Record Guinness, y lo primero que se te pasa por la cabeza es que en cuanto salgas del aparcamiento vas a atropellar a alguien (pensamiento que por cierto, no es que logre calmarte mucho, precisamente). Caso positivo: te tomas una tila (o dos), haces meditación, yoga, respiraciones profundas, e intentas visualizarte haciendo un gran examen, aprobando, y poniéndote tan contenta que acabas dándole un morreo a tu examinador o examinadora. Resultado: llegarás mucho más tranquilo a la prueba y con más confianza en ti mismo (acuérdate de llevarte chicles de menta, por si acaso…)
- Tienes un trabajo pendiente y no consigues sacar fuerza de voluntad para hacerlo. Caso negativo: pones el foco de atención en el marrón que te ha caído encima, lo bien que te sentirías si estuvieras haciendo otra cosa, lo amargante que es tu vida por tanto, te deprimes, al final no haces nada. Caso positivo: piensas en las consecuencias positivas que tendrá terminar el trabajo (orgullo, satisfacción, una buena nota en tu expediente académico, una alabanza del jefe…). Sin embargo: “pufff, es que todavía veo muy lejos esas consecuencias positivas…” ¡Peligro, peligro, fuerza de voluntad bajando a niveles mínimos! No pasa nada, en ese caso puedes pensar en alguna actividad agradable que vayas a hacer después de la tarea: “Venga, ahora me pongo a trabajar y cuando termine me veo una peli, me pongo a hacer ejercicio o… ¡cojo a mi pareja y le doy un buen achuchón!”.
- No siempre tienen que ser emociones positivas las que nos conducen al éxito. Estás demostrado que niveles medios de ansiedad son los adecuados para obtener un buen rendimiento. Imagínate que en el caso del examen de conducir, llegases tan relajado que prácticamente te sintieras flotando en una nube, ¿qué pasaría? Pues que efectivamente atropellarías a alguien nada más salir del aparcamiento porque… ¡es que ni siquiera tenías los ojos abiertos! Hay trabajos en los que más te vale “estar espabilado”, porque como seas demasiado tranquilo, te despiden. O imagina que los futbolistas salieran al campo sin un mínimo de tensión (bueno, eso ya pasa, son aquéllos a los que la gente les grita: “¡hay que sudar más la camiseta!” y a continuación se acuerdan de sus madres).
Pero, importante el matiz: niveles medios de ansiedad. No está demostrado que el estrés, la depresión, ni el mal humor, que son la alargación e intensificación de la ansiedad, la tristeza y la ira, ni tampoco la vergüenza ni la culpa, que llevan hacia aquéllos estados del ánimo, sean facilitadores de nada bueno. Así que si no fuera poco el motivo de “sentirse bien” para salir de estos estados, ahora ya tienes otro.