“Podemos focalizarnos sobre lo exterior, o bien cerrar nuestros ojos al exterior y permitir que toda nuestra consciencia se centre interiormente; y entonces sabrás; porque eres un conocedor, eres consciencia. Nunca la has perdido. Simplemente la tienes enredada en mil y una cosas. Deja de dirigir tu atención a todas partes, permite que la consciencia repose en ti y habrás llegado a casa.”
(Osho Rajneesh: Meditación, la primera y última libertad)
La meditación no es un método, una ciencia o un arte, sino una habilidad latente en el ser humano; se descubre o no se descubre, pero hablando estrictamente no puede enseñarse. Como haría un profesor de natación que tira a los alumnos al agua para que descubran el truco de cómo nadar (vigilando, por supuesto, que no se ahoguen), los maestros de meditación sólo pueden lanzarte hacia tu espacio interior.
En la meditación hay unas pocas cosas que son esenciales; son muy pocas pero, sea cual sea el método empleado, son absolutamente necesarias.
La primera es alcanzar un estado relajado:
No luchar contra la mente, no controlarla, no concentrarse.
La segunda:
Observar, sin interferir y con una atención relajada, todo lo que ocurra; tan sólo se trata de observar la mente, silenciosamente. Y hacerlo, además, sin emitir ningún juicio o evaluación.
Estos son, pues, los tres requisitos: relajación, observación y no juicio.
Así, poco a poco, se produce un gran silencio interior. Todo movimiento interior cesa y nos convertimos en espacio puro. Hay cientos de técnicas de meditación; difieren en su organización, pero los fundamentos son los mismos: relajación, observación y una actitud de no juzgar.
La Meditación nos permite experimentar desde nuestro Ser verdadero, devolviendo a la Mente a su función original de intermediaria fiel y leal entre el Espíritu y la Materia y permitiéndonos vivir una existencia más equilibrada y armoniosa, y por lo tanto, más plena y feliz.