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Evadimos hablar de la muerte

 

Hablamos acerca de los mensajes ocultos y el propósito con el que los usamos.

 

Cómo escribir en forma positiva sobre un tema que nunca que ignoramos tanto, que tememos y que se tiende a evadir:

la muerte.

Hablando con una responsable del Instituto de Tanatología, A.C. (thanatos: muerte y logos: estudio o tratado), me asombra la naturalidad con la que habla de la muerte.

Tal vez usted como yo piensa: ¿para qué hablar de algo que está tan lejano?, lo que pasa es que vivimos con la ilusión de ser eternos y la sola palabra nos provoca angustia, ¿no es cierto?

Compartamos lo aprendido de ella y que, sin duda, es enriquecedor.

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¿Por qué no nos gusta hablar o pensar en la muerte?

Porque la muerte, el sufrimiento y el dolor son males opuestos a la felicidad, al gozo y al placer, sin embargo, es un hecho que no podemos vivir tratando de ignorarlos y esforzándonos para que la vida no siga su ciclo natural.

Usted y yo, como todos, nos relacionamos permanentemente con la muerte, vivimos con ella. Vida y muerte son una unidad, un binomio. La muerte puede causarnos repugnancia, miedo, rebelión, pero no puede causarnos duda.

La muerte es el destino más cierto que tenemos: todos moriremos.

La manera de enfrentar la muerte cambia de persona a persona, ni el médico puede vencerla, lo único que podemos hacer es pactar con ella y tomar una actitud positiva para enfrentarla.

La muerte, dice “Julio Sahún, en su libro Plenitud de Vivir”, es la única universidad donde se aprenden varias de las cosas más decisivas para la vida. Se aprende con las muertes.

La mayoría de las personas no tenemos miedo a la muerte misma, sino al proceso de morir. Y esto es normal porque la desconocemos. ¿Qué hay más allá?, no sabemos qué es exactamente, nos da miedo morir solos, que no haya nadie que nos acompañe, nos da miedo morir sin dignidad, perder la identidad, nos da miedo el dolor físico y el sufrimiento, tememos perder el autocontrol pero, sobre todo, lo que más nos asusta es enfrentarnos con la posibilidad de que nuestra vida haya carecido de sentido, de significado. Darnos cuenta de que acumulamos bienes materiales, le rendimos culto al cuerpo y ¿de qué nos sirvió?

De la muerte sólo sabemos a través de “pequeñas muertes”, que son pérdidas que tenemos a lo largo de la vida.

 

Qué cierto es que cada día morimos un poco. Para comprender, necesitamos convivir con las pequeñas muertes de todos los días. Por ejemplo, la pérdida de la infancia, la de la juventud, la de la confianza en uno mismo, la separación de nuestros seres queridos, incluso el no poder conseguir las metas que nos hemos fijado, o el nunca poder realizar nuestros planes e ilusiones. Lo anterior significa que al vivir se muere, entonces, la muerte le da un sentido a nuestra vida. Y aceptar esto es la mayor prueba de madurez del ser humano.

Tanto en la muerte como en la vida, continúa Sahún, hay algo sagrado, hay un misterio. Necesitamos sencillez para acercarnos e irnos introduciendo tanto en el enigma de la muerte como en el de la vida. No podemos captar las enseñanzas que surgen de la muerte si no tenemos una actitud de reverencia que nos ayude a comprenderla.

Si para mí, hasta ahora, la vida ha sido un proceso de acumular datos, cariños, prestigios y de buscar lo placentero para huir de lo doloroso, no podré comprender casi nada de la muerte.

Comparto con usted lo que Sahún escribe sobre las enseñanzas que surgen de este hecho:

La muerte, y sólo ella, nos dice que todo lo que podemos poseer en la forma como actualmente lo poseemos es caduco, por lo tanto temporal y pasajero. Es caduco nuestro organismo, el color de nuestra piel y hasta el apellido, lo es también la ciencia y el prestigio. Lo único que no es caduco es nuestro ser íntimo, nuestra interioridad, nuestra esencia. Cuando un día comprendo que voy a morir y me pregunto ¿qué va a subsistir?, necesito responder con la experiencia viva de lo que, en mí, es imperecedero.

Lo que importa, finalmente, es ser fieles a nosotros mismos, que podamos compartir la vida con el prójimo, cambiar en algo el mundo nuestro y el de ellos; sobre todo, valorar los placeres cotidianos, el amor, la comida, el trabajo, la amistad, porque, no lo olvidemos, la muerte es una realidad y debemos aprender a vivir con ella.

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