Parecen inofensivas y sin riesgo, pero las compras se pueden convertir en una pasión desmedida para algunas personas. Por este motivo, hay mucha gente que no es consciente de su enorme adicción a las compras. Piensan que es un comportamiento inofensivo y que todo el mundo lo hace. A pesar de esto, comprar sin razón va relacionado con la salud mental directamente.
Muchos especialistas relacionan las compras compulsivas con la ludopatía puesto que el afectado no sabe lo que hace, cree que es un comportamiento normal y le es muy difícil controlarlo. Normalmente, comprar de manera exagerada sirve para aplacar un sentimiento de ansiedad. Al evitar esta sensación angustiante con una compra, es cuando se siente placer y ganas de repetir esa acción tantas veces como sea posible.
A pesar de que se trata de una acción personal, los expertos la relacionan con un espectro más amplio, con el conjunto de la sociedad. Esto tiene su explicación, indudablemente, vivimos en una sociedad del consumo, todo nos llama a comprar: la publicidad, las películas,… y esto crea en muchas personas la necesidad de cubrir unas carencias que posee y de satisfacerlas «tirando de tarjeta», más y más cada vez.
Normalmente, los perfiles de los compradores compulsivos son muy diversos aunque casi todos tienen unos factores comunes como son la baja autoestima, la sensación de vacío y soledad o la ansiedad. A pesar de lo que pueda parecer, este tipo de actitudes las tienen personas que, en realidad, no poseen unos niveles económicos muy boyantes. Mujeres y hombres que no pueden permitirse gastos excesivamente elevados y menos si se trata de «caprichos».
Síntomas claros
Para que se entienda mejor, hay una clara diferencia entre un comprador compulsivo y otro que no lo es. El primero siente un placer desmedido a la hora de comprar. Sería una sensación parecida a la que producen las drogas. Busca ese instante de agrado y placer, pierde el control de sus actos y llega a arrepentirse en muchas ocasiones. Un comprador normal, por su parte, siente satisfacción por haber adquirido lo que deseaba, pero no lo hace como vía de escape para mejorar su ánimo o cubrir cualquier otra necesidad mental.
Las compras realizadas de manera desmedida pueden terminar en arrepentimiento. A la hora de comprar hay que pensar si realmente se necesita ese artículo, cómo se va a combinar y cuántas veces se podrá usar.
Lo mejor es visitar varios lugares y comparar precios. Luego, seleccionar algo con lo que nos sintamos cómodos, con un nivel de calidad aceptable y que la relación con el precio sea justa.
Los límites se ven cada vez más lejos en determinadas épocas del año. Las estupendas rebajas son la temporada más temible para las personas que no se controlan comprando. Son innumerables los reportajes que aparecen en los medios de comunicación hablando de la temporada de rebajas, de los peligros que corren las tarjetas de crédito y de lo que se malgasta, pero muchas personas hacen «oídos sordos» a este asunto.
Lo que en principio era una escapadita sin consecuencias, les arroya y se hace dueña de su voluntad. Se empieza por entorpecer su vida diaria, les impone rutas y les priva de otras actividades. Por último, les hace acumular objetos inútiles, dejando a su paso graves problemas económicos.
Sin embargo, el fenómeno de los compradores compulsivos no es nuevo, y la historia está llena de evidencias de este problema. Por ejemplo, se cuenta que la esposa de Lincoln, Mary, acabó sus días en una institución mental, después de una vida llena de escándalos y excesos. Mary fue una mujer demasiado adelantada en su época y todo el mundo conocía su afán por viajar a Nueva York, con el pretexto de redecorar la Casa Blanca. En realidad, gastaba cantidades ingentes de dinero en caprichos.
Las compras compulsivas son otro del los llamados «males de los siglos XX y XXI», pero esto no nos tiene por qué preocupar en exceso si somos conscientes de lo que hacemos y de hasta dónde podemos llegar. Así que, sal de compras cuando realmente lo necesites y ten cuidado con la tarjeta de crédito.