Aunque el romano Marco Tulio Cicerón, es el abogado más conocido de la Antigüedad, no es menos cierto, que antes que él, en la Grecia clásica, el gran orador Pericles fue considerado como uno de los grandes abogados de su época. No menos famosos fueron otros grandes oradores, que actuaban de hecho como abogados, como Demóstenes, Isócrates o Hipérides.
El abogado en la Antigüedad
Hoy en día no concebimos la existencia de un juicio justo, sin la presencia de una parte acusadora (fiscal) y una parte defensora (abogado) que hacen su exposición ante el juez.
Sin embargo, esto que nos parece tan obvio, no siempre fue así. Por ejemplo, en el Egipto de los faraones, no se permitía la figura del abogado defensor, pues se creía, que un acusado, si contaba con un gran orador a su favor, podía distorsionar el veredicto de los jueces con su elocuencia.
Cuando el ciudadano egipcio recibía una condena, le quedaba la opción de reclamar ante el faraón, que representaba la reencarnación de Justicia y cuyo dictamen era inapelable.
En la Biblia se narra el juicio, ante el Rey Salomón, de dos mujeres que pugnaban entre ellas por ser la auténtica madre de un niño. Salomón decide partir el niño por la mitad con una espada y dar la mitad a cada madre. Horrorizada, la madre verdadera pide que entreguen su hijo a la falsa madre, antes que consentir la muerte de su hijo. Salomón, ejemplo de la sabiduría de la época, entrega el hijo a la madre que prefiere renunciar a su hijo y condena a la falsa.
Como podemos apreciar en el relato bíblico no existe la figura del abogado defensor. No será hasta la llegada del imperio romano cuando se crea la figura del “advocatus” predecesor de los actuales abogados.
Siguiendo en el contexto romano, si el prefecto de Judea, Poncio Pilatos, no se hubiera lavado las manos, cuando los judíos acusaron a Jesús y lo llevaron ante su presencia, el curso de la historia podría haber sido muy distinto. Con su lavatorio de manos, Pilatos entregó a Jesucristo a los hebreos, que lo juzgaron con su legislación, donde no existía el abogado defensor, y lo condenaron a muerte.
Si Pilatos hubiera aceptado el caso, Jesús habría sido juzgado por la legislación romana, hubiera tenido un “advocatus” y el resultado del juicio podría haber sido distinto.
La belleza de Friné
Casi quinientos años antes de que Marco Antonio mandara decapitar y colgar en el El Foso romano la cabeza del célebre abogado y orador Cicerón, en las ciudades griegas ya existían atisbos de lo que sería, más tarde, la figura del abogado.
En Esparta, en Atenas y en otras de las llamadas ciudades-estados de Grecia existía un personaje que ayudaba a los ciudadanos a defender sus litigios ante la asamblea popular. Los historiadores se refieren a él con distintos nombres: “orador”, “escritor” o “lológrafo”. Independientemente del nombre, su misión era escribir discursos que entregaban al acusado, para que éste lo leyera en su defensa ante los tribunales. En sus inicios, los juicios en Grecia no permitían la presencia de los abogados, aunque aceptaban que los acusados contrataran los servicios de escritores que les redactaban sus defensas. El primer lológrafo, del que existe constancia en los archivos se llamaba Anfitón y gozaba de un gran prestigio como orador.
Con el aumento de demandas y litigios, la justicia helena se volvió más tolerante y acabó aceptando que el lológrafo defendiera sus tesis ante el tribunal. Un ejemplo clásico de esta figura precursora del abogado lo encontramos en el célebre juicio de Friné.
El célebre escultor Praxíteles (siglo IV a.C) inmortalizó a la bella cortesana Friné, que posó como modelo para esculpir la Afrodita de Cnido. Friné, cuyo verdadero nombre era Mnesareté, era una hetaira, es decir una mujer libre que ejercía la prostitución, pero que tenía una exquisita educación y gozaba de un elevado prestigio social.
La belleza de Friné eclipsaba a todas las hetairas de su época y se hizo célebre por su actuación en las celebraciones del Dios Neptuno, bajando lentamente las escalinatas del templo, mientras se despojaba de la ropa y se introducía desnuda en el mar, para luego salir, entre las olas, como una Afrodita reencarnada.
Uno de sus amantes despechado, la denunció por conducta impía, exigiendo la pena de muerte para ella. Praxíteles contrató a un afamado orador en su defensa, pero el resultado no fue el esperado. Ante la previsible condena a muerte, recurrió a un ardid desesperado: desnudó a Friné y la envolvió en una alfombra roja, que empezó a desenrollar ante el tribunal al acabar su disertación en el juicio. Los miembros del jurado quedaron atónitos ante la perfección del desnudo cuerpo de la cortesana. El abogado pronunció una célebre frase:
“¿Creen ustedes que puede condenarse a semejante belleza?”
Friné salvó su vida y el abogado que la defendió, Hipérides, pasó a la historia, no tanto por su oratoria como por su astucia.
Pericles, estadista, abogador y orador
Pericles nació cerca de Atenas, en el año 495 a.C. Fue uno de los atenienses más famosos de su época, hasta el punto de dar nombre a una centuria, “el siglo de Pericles”, para referirse a la época en la que Atenas conoció su máximo esplendor artístico.
Su padre, Jantipo, había sido un célebre general que derrotó a los persas en Micala. Su madre, Agaristé, descendía de la familia de un poderoso legislador. Con estos antecedentes familiares, Pericles pronto destacó por la brillantez de su oratoria, por ser un inteligente estratega y un dirigente político de probada honradez. Los historiadores se refieren a él, como “el primer ciudadano de Atenas”.
Vivió rodeado por muchos de los personajes que más han destacado en la Grecia clásica: los filósofos Protágoras y Anaxágoras, el célebre escultor Fidias, Herodoto, el célebre cronista o el escritor Sófocles. Fue protector y amante de una de las más bellas y cultas mujeres de su época, la célebre hetaira Aspasia de Mileto. Fue un firme defensor del partido demócrata, ordenó la reconstrucción del Partenón y de la Acrópolis. Dirigió la vida política ateniense durante más de quince años. Luchó contra los espartanos en la guerra del Peloponeso y murió en una epidemia de peste, que asoló Atenas en el 429 a.C.
Pericles, dotado de una poderosa voz, destacaba por su oratoria. Fue un gran abogado, que ganaba los juicios con su imponente presencia, su formidable elocuencia y su atronadora voz, que le valió el sobrenombre de “El Olímpico”.
Cabe mencionar como anécdota, qué en todas las representaciones, pictóricas o escultóricas, que nos han llegado de Pericles, aparece siempre con la cabeza cubierta por un casco, que simboliza su cargo de Estratega. Sin embargo, sus detractores decían que era para ocultar una enorme cabeza, objeto de burla y chanza en las comedia de la época, donde le apodaban “cabeza de pera”.
Autor: Gerardo Castaño Recio, SEO de “Arteaga – Abogados Illescas“.