Los celos: ¿enemigos de la pareja?
¿Son los celos una prueba de amor? ¿Se trata de un sentimiento positivo? ¿O más bien son una fuerza destructora, un cáncer, un verdadero enemigo de la pareja?
Los celos son un sentimiento tan viejo como el mundo. Casi todos somos víctimas de ellos en algún momento de nuestra vida: la madre cuyo hijo único se casa, el funcionario que ve a su colega conseguir ese ascenso tan ansiado, y, claro está, el hombre que ve a su amiga mirar con cariño a otra persona. Este sentimiento punzante y terrible ha destruido no pocos hogares, carreras y vidas.
A veces, nos decimos que los celos enfermizos solo los sienten los demás, que nosotros somos abiertos y “modernos”. Pero cuando sobreviene una situación delicada, todas las buenas intenciones vuelan y aparecen los celos, horribles e incontrolables. Estos pueden, incluso, empujar a ciertas personas a hacer tonterías y a actuar de manera irreflexiva. ¿Por qué algunas personas son más celosas que otras?
El tipo celoso.-
Si su cónyuge flirtea abiertamente con otra persona durante toda la noche se sentirá, como la mayoría de la gente en su misma situación, celoso, desgraciado y menospreciado. Pero muchas personas parecen estar siempre celosos por nada, sin ninguna razón que justifique esta actitud. Se le reconoce fácilmente por su comportamiento de cara a su pareja. Hacen escenas sin venir a cuento y creen que su cónyuge lleva una vida paralela totalmente desenfrenada. Las mujeres celosas tienden a expresar su despecho con palabras desafortunadas o alusiones pérfidas, envenenando así, con toda tranquilidad, la vida de su compañero. Los hombres son, con frecuencia, más agresivos: algunos pegan a su mujer, las encierran en casa o le piden, con amenazas, una explicación detallada de cada uno de sus movimientos. Pero, en todos los casos, los caracteres celosos llevar rápidamente a la ruina de la pareja.
Es casi siempre la atracción, la fascinación que su pareja ejerce ante otras personas, lo que despierta los celos. Sin nuestro cónyuge es un Don Juan y le gusta demostrarlo, es posible que esto ponga enferma de celos a su esposa. Igualmente, si nuestra compañera es del tipo “mujer fatal” y atrae todas las miradas de los hombres, una sencilla fiesta en casa de unos amigos puede convertirse en una verdadera pesadilla. Del mismo modo, si tu compañero, ya sea hombre o mujer, brilla en sociedad, es activo e ingenioso, es muy posible que sea entonces su espíritu y su inteligencia lo que atraiga todas las miradas, provocando unos celos desmesurados.
Las mujeres y los hombres tienen generalmente actitudes diferentes ante sus propios celos. Así, las mujeres temen, si su compañero las engaña, perder el amor, la ternura y la seguridad afectiva y material, valores a los que suelen estar más apegadas. Los hombres, al contrario, consideran el hecho de haber sido engañados como una ofensa a su amor propio y tienen el sentimiento de ser ridículos o “cornudos”. No pueden soportar a su pareja ni al amante de ésta y no lo disimulan en absoluto. Pero se trate de hombre o de mujer, es siempre penoso ser engañado de forma hipócrita, cuando anteriormente en una relación reinaba la confianza.
Por lo demás, cuando los celos son injustificados o enfermizos, la pareja que sufre las consecuencias puede muy bien desear una aventura extraconyugal, porque la vida en común con una persona celosa se hace insoportable. Cuando se está a la defensiva, sabiendo que el menor gesto es vigilado, se tienen ganas de hacer saltar los barrotes de la prisión y de ir a otra parte, donde la atmósfera será, sin duda alguna, más sana.
El origen de los celos.-
El origen de los celos puede remontarse, en algunas ocasiones, a la más tierna infancia del sujeto. Sucede a veces que el nacimiento de un hermanito o una hermanita ocasiona crisis de celos en el niño. Este último se da cuenta, en efecto, de que su madre dedica mucho tiempo al recién nacido, que éste requiere cuidados constantes y que él es abandonado. A veces, vive esta disminución de afecto como una pérdida del amor maternal y como un rechazo por parte de su madre. El padre también tiene tendencia a besar primero al recién nacido, cuando vuelve del trabajo, y a saludar al mayor en segundo lugar. El niño puede entonces desarrollar un sentimiento de celos que quizá le acompañe toda su vida. Con frecuencia intentará llamar la atención portándose mal, haciendo toda clase de barbaridades, en fin, comportándose como un verdadero diablillo.
Esta actitud infantil puede reaparecer en la vida adulta. La persona experimenta entonces un temor continuo de verse suplantada en el corazón de su pareja por otro. Tiene miedo de que la abandonen, de que dejen de amarla y desearla. Poco a poco, la persona se vuelve suspicaz y manifiesta cada vez más sus celos. Ve peligro en todas partes y cree que a su pareja le atraen todas las personas del sexo puesto que encuentra.
Es importante comprender el motivo de celos y para ello es necesario tratar de averiguar el origen de los mismos. El objeto de nuestros celos pueden ser, a veces, una cosa y no una persona. Por ejemplo, una ocupación o actividad determinada puede convertirse de repente para uno de los cónyuges en una pasión. Al instante su compañero se sentirá abandonado. Poco importa que se trate del club de tenis, de los amigos, de un trabajo absorbente o de unos niños a los que se adora. La reacción del cónyuge celoso será simplemente decir: “¿Y yo qué?”
Los celos son, en parte, el sentimiento de verse injustamente abandonado. La pareja que, por ejemplo, se apresura a arreglar el grifo de la cocina de la encantadora vecina y deja el suyo, que gotea desde hace una semana, sino arreglar, se expone a cosechar toda una serie de reproches llenos de despecho y celos. Se comprende que a todos nos guste mostrar nuestro lado bueno delante de terceros, pero, a veces, no deja de ser injusto.
Las reacciones de las personas que se sienten, con razón o sin ella, abandonadas, son muy variadas. Algunas adoptan una postura de mártires: “Vale, ya me he acostumbrado a que me dejes solo. No, no pasa nada”. Otras manifiestan abiertamente su malestar y algunas que no pueden soportan la situación optan decididamente por la separación.
La situación económica de los dos es también un factor muy importante. Si la mujer no trabaja, corre más riesgos de tener celos y sentirse abandonada. Sí, por el contrario, trabaja, el hombre puede imaginarse que ella aprovecha el trabajo para tener aventuras extraconyugales. O también, si ella gana más dinero que él, ocupando en la pareja el lugar más importante en materia de decisiones económicas, el amor propio del hombre puede sentirse herido y tendrá celos de su mujer.
Las expectativas.
Se esté casado o no, la vida en común es un contrato en el que han de observarse ciertas reglas de comportamiento. Poco importa las que sean con tal de que sean comprendidas y respetadas por los dos. Desgraciadamente, esto está lejos de suceder en todos los casos. La mayoría de las parejas dan por supuesto que no tendrán nunca aventuras extraconyugales y se juran fidelidad hasta el fin de sus días. Si consideran esta actitud como el fundamento de su unión, la más mínima distancia o la más pequeña prueba de afecto por parte de uno de los dos hacia una tercera persona, puede conducir a unas relaciones negativas. Algunos hombres se complacen en despertar celos en su pareja. Mantienen, por ejemplo, un cierto misterio a propósito de sus viajes de negocios y de sus citas de última hora con un supuesto colega. De la misma manera, algunas mujeres flirtean porque tienen falta de confianza en sí mismas y quieren probar que todavía son deseables, incluso estando ya casadas. En ocasión de reuniones festivas, intentan seducir a algún hombre presente, nada más que para hacer reaccionar a su pareja.
Sin embargo, se puede amar sinceramente a la pareja y sentirse atraídos sexualmente por otra persona. Esto no quiere decir que encontremos a la otra persona más deseable que a nuestra pareja, sino, simplemente, que somos seres normales y que el otro sexo nos interesa. Sin por ello tener que aprovechar todas las ocasiones de tener una aventura, hay que darse cuenta de que el hecho de ser miembro de una pareja no hace a la persona ciega e insensible. Tanto para los hombres como para las mujeres, es normal que el otro sexo sea atractivo.
Así pues, sin duda, podemos seguir siendo hombres y mujeres y, al mismo tiempo, respetar las reglas que nos hemos fijado como pareja. Si hemos acordado que una aventura ocasional no acarrea consecuencias negativas, no hay que sorprenderse ni apelar a la injusticia cuando uno de los dos tiene un desliz amoroso puntual. También podemos elegir el ser fiel mientras dure la relación. Pero es importante para la pareja saber a qué atenerse y nunca es bueno mentir sobre las verdaderas intenciones.
Autor: Gerardo Castaño Recuero – Nuestro Psicologo Madrid