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Por causas diversas, una de las patologías más frecuentes a cualquier edad es el dolor de cabeza o cefalea.

 

Su origen es muy variado. Puede estar relacionado con alteraciones de la llegada de sangre al cerebro y a la cabeza, como sucede cuando hay artrosis cervical, o la contracción mantenida de los músculos que protegen la cabeza y que, por esta razón, reciben menos sangre y “gritan” con dolor.

Los estados de estrés, ansiedad o nerviosismo también facilitan la contracción de la musculatura del cuello y la espalda, alterando también la llegada de sangre a la cabeza, etc.

Uno de los tipos más frecuentes de cefaleas es la denominada migraña, diferente de las demás porque el dolor sólo afecta a la mitad de la cabeza. Se presenta un dolor agudo, penetrante, que “va y viene” y, además se acompaña de otros síntomas como náuseas, vómitos, vértigos, malestar general, mareos, etc. Otra de sus características es que, en muchos casos, la persona afectada “sabe que llega el ataque”, porque tiene unos síntomas muy particulares que anteceden al dolor de cabeza.

cefalea-migraña-dolor de cabeza

Síntomas que alertan

En unos casos es fotofobia o niebla en los ojos, disminución de la audición y especial sensibilidad a los oídos; en otros casos es depresión, fatiga, cambios constantes en el humor, irritabilidad, disminución de la sensibilidad o parestesias, alteraciones del movimiento, etc. En cada enfermo el “aura” ó aviso, caso de presentarse, es distinto al de los demás, pero ellos lo conocen perfectamente.

Si bien es cierto que apenas se conocen las causas precisas de la migraña, hay determinadas situaciones que favorecen su aparición. Cada paciente está más sensibilizado a algunos de estos factores que a otros. Entre ellos se encuentran el hambre; los niveles de glucosa en la sangre disminuyen mucho y, al ser el único alimento de las neuronas, éstas se encuentran más sensibilizadas.

El insomnio es otro de los aspectos sensibles. Un mal descanso eleva el tono o grado de contracción de los músculos, y los situados en la cabeza dificultan la distribución de la sangre en esa zona. La tensión premenstrual, que provoca retención de líquidos y con ello se modifica también la distribución de la sangre; las situaciones de estrés, irritabilidad, empleo de anticonceptivos, abuso del té, café ó tabaco, bebidas alcohólicas, tendencia al estreñimiento… también favorecen la aparición de este tipo de cefalea.

Dolor por etapas

Por lo general el ataque sigue un patrón dividido en dos fases muy claras, pero su duración puede ser variable de acuerdo con el tipo de migraña. La primera etapa, denominada predolorosa, dura entre cuatro y 60 minutos; en ella aparecen alteraciones de los sentidos, de la conducta o de la sensibilidad. En la segunda fase hace su aparición el dolor típico, que puede durar de uno a tres días y que, a medida que transcurren las horas, invade toda la cabeza.

No existen fármacos muy eficaces para la eliminación de este calvario, pero si una serie de medidas ó hábitos que además de disminuir las molestias, reducen la aparición de los ataques. La primera de ellas consiste en tratar debidamente las lesiones del cuello, en particular las de los huesos y músculos (artrosis cervical, contracturas musculares, etc.) para no dificultar la llegada de la sangre a la cabeza.

Más sueño, menos estrés

En segundo lugar, hay que proporcionar al cuerpo un sueño reparador evitando el insomnio, bien por falta de horas, por uso de un colchón inadecuado, posturas incorrectas, almohadas demasiado blandas, cenas copiosas o exceso de estimulantes después de la cena (alcohol, tabaco, café).

Otra medida que debe tomarse es procurar reducir los estados de tensión y estrés provocados por la actividad laboral, o bien como consecuencia de contratiempos diversos. Para ello nada mejor que relajarse: sentarse en un lugar oscuro y libre de ruidos, en una silla con los brazos caídos o bien cerrar los ojos y respirar lenta y profundamente durante cinco o diez minutos.

Otro aspecto a considerar es la situación en los días premenstruales. Conviene reducir el consumo de líquidos y “abusar” en el uso de alimentos ricos en complejo vitamínico B (hígado, avena, maíz, salmón, salvado, etc.). Desde un punto de vista puramente nutritivo o dietético, procure evitar los estados de hambre ó hipoglucemia -generalmente debidos a un cierto descontrol en el horario de las comidas- y disminuya el consumo de excitantes como alcohol, café, té, tabaco, etc.

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