¿No os habéis dado cuenta de que muchas veces nos desenvolvemos en la situaciones cotidianas de la vida como si alguien nos estuviera mirando?
Desafortunadamente, si así ocurre, lo normal es que no te des ni cuenta.
A veces ese alguien es Dios. Otras, los compañeros del colegio que se burlaron de ti por llevar gafas o tener pecas. A veces son unos padres demasiado restrictivos y severos. Otras una situación de ridículo en el pasado que ha acabado convirtiéndose en trauma.
Y en el plano de la consciencia, quizá un día olvidamos esa educación religiosa, esas burlas, esos castigos que no entendíamos, e incluso el bochorno que pasamos al sentirnos expuestos. Pero en el plano de la subconsciencia, la sombra alargada de esos eventos nos persigue.
Y se manifiesta en nuestra actitud y en nuestro comportamiento. Ya lo creo que se manifiesta.
Se manifiesta cuando no terminamos de hacer la cama hasta que no quede ninguna arruga visible.
Se manifiesta cuando estamos en alguna reunión social y nos reprimimos para hablar o actuar de la forma en la que somos naturalmente.
Se manifiesta cuando nos masturbamos y sentimos culpa.
Se manifiesta cuando estamos en un sitio público y controlamos nuestra expresión verbal.
Se manifiesta cuando estamos practicando algún deporte o juego y fallamos porque nos desconcentramos.
Se manifiesta cuando no nos atrevemos, cuando no arriesgamos, cuando no luchamos porque pensamos que la derrota será algo que Dios, nuestra madre o el abusón que tuvimos en el colegio no podrán perdonarnos nunca jamas.
Como ves, la influencia del pasado puede suponer un problema si queremos disfrutar de nuestro presente y proyectarnos con ilusión y esperanza hacia el futuro. Siempre acostumbro a dar una serie de pautas, orientaciones y estrategias a la hora de afrontar problemas como éstos, pero la verdad es que hoy no lo voy a hacer.
Porque no hace falta.
Si quieres ser feliz, por favor, no esperes más, de una maldita vez, VIVE COMO SI NADIE TE ESTUVIERA MIRANDO.