Lo reconozco: el cambio de horario me abruma. Que anochezca a las 6 y poco de la tarde, pufff…. Me suele provocar hastío. Soy hombre de sol y me gusta más el verano que el invierno. Por eso llevo mal el cambio de hora que todos los años acontence el último fin de semana de octubre.
Pero el caso es que… Sucede todos los años. Es inevitable (por ahora), igual que lo es que al periodo estival le siga el invernal. Lo que sí es evitable, o al menos modificable, es nuestra reacción a esos pequeños (o grandes) cambios que además de inevitables en muchas ocasiones son necesarios.
Por eso ayer escribí en mi perfil personal de Facebook la siguiente frase: “Hoy estaría triste si no fuera porque decidí ponerme contento”.
Así… ¿de fácil? ¿Qué pasa, que tenemos un botón en nuestra cabeza o en nuestro corazón que nos hace pasar de “mode s ad” a “mode happy” automáticamente?
Regular las emociones no es tan sencillo (y menos mal, porque eso nos podría convertir en seres insensibles), pero a fin de cuentas resulta un ejercicio de elección en el que la atención juega un papel fundamental: “Jo, vaya rollo, se está haciendo de noche ya, bueno… En lugar de quedarme asomado en la ventana viendo como anochece mientras pongo mi mejor cara de melancolía y abatimiento (para que quede certificado ante el mundo que me encuentro melancólico y abatido, porque éso es fundamental), voy a dirigir mi atención hacia qué cosas puedo hacer para sentirme bien: una actividad que me guste, hablar con alguien que sé que va a ponerme de buen humor, oír esa canción que me hace saltar de alegría…”
A esos nos referimos los psicólogos cuando hablamos de “poner el foco de atención”. Nuestra capacidad de atender a los estímulos es limitada: no podemos estar atentos a todo a la vez, igual que con dificultad podemos atender dos tareas al mismo tiempo (y si no trata de seguir leyendo este post mientras recitas la letra de tu canción favorita). Por eso si atiendes lo malo difícilmente podrás ver lo bueno; por eso si pones la atención en el “tengo un problema” difícilmente podrás hallar las soluciones; por eso si sólo te fijas en tus defectos difícilmente podrás encontrar todas esas cualidades que te hacen ser una persona única, irrepetible.
La realidad a veces es luz, y otras oscuridad; las emociones, todas humanas e inevitables, a veces son agradables y otras para nada lo son, y no se trata de reprimirlas, igual que no puedes impedir que anochezca (o prohibir que salga el sol la noche que deseas que no se termine), hay que pasar por ellas, pero se trata de pasar, no de quedarse. Cuando nos sentimos embargados (y uno de los sinónimo de embargar es: secuestrar) por emociones no positivas como la tristeza, es fácil caer en la trampa de la “visión túnel”: nuestra atención está enfocada únicamente hacia la fuente de nuestro malestar.
Sal del túnel, expande tu visión, y elige dirigir tu atención hacia aquello que te hace sentir bien, que te da fuerzas para empezar, o que te facilita una solución a tu problema. Elige lo útil, lo bueno, lo que te gusta. Que sea el verano o el invierno, que sea el día o la noche… eso ya, a tu libre elección.