PSICOTERAPIA. 2. El proceso de la Psicoterapia
IV. El proceso de la enfermedad
1. De la misma manera que toda terapia es psicoterapia, toda enfermedad es mental. Es un juicio sobre el Hijo de Dios, y el juicio es una actividad mental. El juicio es una decisión, tomada una y otra vez, contra la creación y su Creador. Es una decisión de percibir el universo como tú lo habrías creado. Es una decisión de que la verdad puede mentir y debe ser mentira. ¿Qué otra cosa, pues, puede ser la enfermedad sino una expresión de tristeza y culpa? ¿Y quién podría llorar sino por su inocencia?
2. Una vez que el Hijo de Dios se ve culpable, la enfermedad no se puede evitar. Se ha pedido y se recibirá. Y todos los que piden la enfermedad se han condenado ahora a sí mismos a buscar remedios que no les pueden ayudar, pues su fe está puesta en la enfermedad y no en la salvación. No puede haber nada que un cambio de mentalidad no pueda afectar, pues todas las cosas externas son sólo sombras de una decisión ya tomada. Si se cambia la decisión, ¿cómo puede su sombra permanecer sin cambio? La enfermedad no puede ser sino la sombra de la culpa, grotesca y fea, puesto que imita la deformidad. Si una deformidad se ve como real, ¿cómo puede ser su sombra sino deforme?
3. El descenso al infierno sigue paso a paso un curso inevitable, una vez se ha tomado la decisión de que la culpa es real. La enfermedad y la muerte y la miseria acechan ahora la tierra en inexorables vaivenes, algunas veces simultáneamente y otras en siniestra sucesión. Pero todas estas cosas, por reales que parezcan, son sólo ilusiones. ¿Quién podría tener fe en ellas una vez que ha reconocido esto? Y ¿quién podría no tener fe en ellas hasta que lo reconozca? La sanación es terapia o corrección, y hemos dicho ya, y volveremos a decir, que toda terapia es psicoterapia. Sanar a los enfermos no es sino ofrecerles este entendimiento.
4. La palabra “cura” ha perdido reputación entre los más “respetables” terapeutas del mundo, y con razón. Pues ni uno solo de ellos puede curar, y ninguno de ellos entiende lo que es la sanación. En el peor de los casos, sólo hacen el cuerpo real en sus propias mentes, y una vez lo han hecho, buscan la magia para sanar los males con los cuales sus mentes lo han dotado. ¿Cómo podría sanar un proceso así? Es ridículo de principio a fin. Pero una vez comenzado, tiene que terminar del mismo modo. Es como si Dios fuese el diablo y fuera necesario encontrarlo en el mal. ¿Cómo podría haber amor allí? ¿Y cómo podría sanar la enfermedad? ¿No son estas dos preguntas una sola?
5. En el mejor de los casos, y la palabra tal vez sea cuestionable aquí, los “sanadores” del mundo pueden reconocer que la mente es el origen de la enfermedad. Pero su error estriba en la creencia de que ésta puede sanarse a sí misma. Esto tiene algún mérito en un mundo en donde el concepto de “grados de error” tiene significado. Sin embargo, sus curas siguen siendo temporales, o, aparece otra enfermedad en su lugar, puesto que la muerte no se ha superado hasta que el significado del amor se entienda. Y ¿quién puede entender esto sin la Palabra de Dios, dada por Él al Espíritu Santo como Su regalo para ti?
6. Toda clase de enfermedad puede definirse como el resultado de una visión del yo como débil, vulnerable, malvado y en peligro, y por consiguiente en necesidad de constante defensa. Sin embargo, si el yo fuera realmente así, la defensa sería imposible. Por lo tanto, las defensas que se han buscado tienen que ser mágicas. Tienen que superar todos los límites percibidos en el yo, al mismo tiempo que fabrican un nuevo concepto del yo en el cual el antiguo no tiene cabida. En una palabra, el error se acepta como real y lo manejan las ilusiones. Cuando la verdad se trae ante las ilusiones, la realidad se convierte en una amenaza y se percibe como maligna. El amor se vuelve algo temible porque la realidad es amor. De esta forma se cierra el círculo contra las “intrusiones” de la salvación.
7. Por lo tanto, la enfermedad es un error y necesita corrección. Y como hemos enfatizado ya, la corrección no puede ser alcanzada estableciendo primero lo “correcto” del error para luego pasarlo por alto. Si la enfermedad es real, en verdad no se puede pasar por alto, puesto que pasar por alto la realidad es insensatez. Sin embargo, ese es el propósito de la magia: transformar en realidad las ilusiones a través de una falsa percepción. Esto no puede sanar, puesto que se opone a la verdad. Tal vez una ilusión de salud sustituya la ilusión de enfermedad por un corto tiempo, pero no durará. El miedo no puede ser ocultado por las ilusiones durante mucho tiempo, puesto que es parte de ellas. Escapará y adoptará otra forma, pues es la fuente de todas las ilusiones.
8. La enfermedad es locura porque toda enfermedad es mental, y en ella no hay grados. Una de las ilusiones a través de las cuales se percibe la enfermedad como real es la creencia de que la enfermedad varía en intensidad; que el grado de amenaza difiere de acuerdo con la forma que toma. Aquí radica la base de todos los errores, pues todos ellos no son más que intentos de transigir, que se hacen por ver sólo una parte Ínfima del infierno. Esto es una burla tan ajena a Dios que tiene que ser inconcebible por siempre. Pero los locos lo creen porque están locos.
9. Un loco defenderá sus ilusiones porque ve en ellas su salvación. De esta manera, atacará a aquél que trate de salvarlo de ellas, al creer que lo está atacando. Este curioso círculo de ataque-defensa es uno de los problemas más difíciles que debe enfrentar el psicoterapeuta. De hecho, esta es su tarea central: el corazón de la psicoterapia. El terapeuta se ve como alguien que está atacando la posesión más querida del paciente: la imagen de sí mismo. Y como esta imagen se ha convertido en la seguridad del paciente tal como él la percibe, el terapeuta no puede verse sino como una real fuente de peligro, que debe atacarse e incluso matarse.
10. El psicoterapeuta, pues, tiene una tremenda responsabilidad. Debe enfrentar el ataque sin ataque, y por tanto, sin defensa. Su tarea es demostrar que las defensas no son necesarias y que la indefensión es fuerza. Esta tiene que ser su enseñanza, si su lección ha de ser que la cordura es seguridad. No puede enfatizarse con suficiente fuerza que los locos creen que la cordura es una amenaza. Este es el corolario del “pecado original”: la creencia de que la culpa es real y está completamente justificada. Por lo tanto la función del psicoterapeuta consiste en enseñar que la culpa, por ser irreal, no tiene justificación. Ni tampoco es segura. Y así pues, tiene que permanecer indeseable además de irreal.
11. La doctrina única de la salvación, es la meta de toda psicoterapia. Alivia la mente del insensato peso de la culpa que carga tan fatigosamente, y la sanación se logra. El cuerpo no se sana. Tan solo se reconoce como lo que es. Visto correctamente, se puede entender su propósito. ¿Para qué se necesita la enfermedad entonces? Con esta única sustitución, todo lo demás se logrará. No hay necesidad de complicados cambios. No hay necesidad de largos análisis y discusiones y búsquedas fatigosas. La verdad es simple, puesto que es una para todos.