El silencio nos enseña el valor de las palabras [02-04-2020]
A pesar de que soy un melómano empedernido y la música, ya sea de pleno o de fondo, forma parte de mi vida de una manera esencial, hay reservado en mi “lista de reproducción existencial” un espacio dedicado al silencio. Generalmente este espacio, este paréntesis en mi vida, se produce en las horas previas al amanecer, mucho más silenciosas y tranquilas en los últimos tiempos. Me he dado cuenta de que el silencio nos enseña el valor de las palabras y lo poderosas que éstas realmente son. También he apreciado que nos ayuda a recordar quienes somos realmente, a reconectarnos con el centro de nuestro ser y la verdad de quienes somos.
Además, la quietud nos puede ayudar a encontrar la fortaleza interna, el coraje y la confianza para vivir en alineación con nuestro propósito. Esa misma quietud del silencio nos ayuda a hallar la tranquilidad, la paz que transciende todo entendimiento para poder mantener la calma en medio de todos los desafíos que la vida nos propone, ayudándonos a acceder a la sabiduría de nuestra alma, a la sabiduría del mundo que mora en el silencio para entrar en contacto directo con la fuente de todas las cosas, enseñándonos la compasión. Pues el mundo nos enseña a ser crítico con los demás, pretendiendo que nos demos cuenta de nuestras diferencias y que las veamos como una razón para mantener nuestra distancia los unos de los otros. Pero el silencio es muy sabio y nos enseña a abrazar la compasión, a reconocernos en nuestros semejantes, a amarlos como quisiéramos que nos amaran.
Así, en medio del silencio, tenemos tiempo para la introspección, para permitir que nuestro verdadero yo se nos muestre realmente una vez retirado el velo del ego, de nuestra mente consciente. Al principio, al menos a mí, puede producir vértigo, puede incluso asustar indagar en la “realidad” del otro lado del espejo, conocer a nuestro verdadero yo, pero una vez realizadas las oportunas presentaciones, se inicia el silencioso y esclarecedor diálogo interior que nos lleva a acallar a nuestro ego, a desactivarlo temporalmente para comenzar a ver el mundo real, tal y como debe ser.
El confinamiento, el parón forzado en nuestras vidas, ha puesto a nuestra disposición más tiempo del que, seguramente, habíamos tenido jamás, nos a hecho reflexionar y apreciar cosas en las que antes ni reparábamos, nos ha hecho conocernos y conocer, más y mejor, a los más próximos, a nuestros más allegados, a nosotros mismos, nos ha conducido, sin querer, a la “introspección forzada”, a la verificación de nuestro estado interno, a la reflexión profunda sobre lo que somos y sentimos, a ofrecernos la posibilidad de avanzar en nuestro desarrollo espiritual. Como decía Jung, quien mira hacia fuera, sueña; quien mira hacia dentro, despierta.
Así lo expresa Eckhart Tolle, “Cuando pierdes contacto con la quietud interior, pierdes contacto contigo mismo. Cuando pierdes contacto contigo mismo, te pierdes en el mundo.”
Pues bien, no perdamos el contacto con nosotros mismos, pero una vez terminado el “silencioso paréntesis”, que la música inunde el corazón y nuestros sentidos, que tampoco perdamos el contacto con los demás, pongamos un musical “estoy disponible” en nuestras vidas.
Os quiero bandid@s!!!
Hoy simplemente os dejo una canción que me gusta a rabiar, “Paranoid Android” de Radiohead, es la que más utilizo para empezar el día, sin pretensiones de buscar significados en su metafórica letra, sino simplemente por su enorme poderío musical, por sus altibajos musicales que pasan de la carga lírica a la dramática, de la melodía tranquila a la contundencia electrónica, casi delicadamente brutal. Ya suena en mis auriculares, las gatas me observan como cada día bailar, que pensarán, en la medida de mis posibilidades acompaño con mi cuerpo el ritmo y me dejo llevar. Que la disfrutéis tanto como yo.
