Espectro mágico de la noche abovedada [10-05-2020]
En mitad de la noche, el cielo se da una tregua a sí mismo y despeja algunos pedazos. Entre jirones de estiradas nubes, emerge hermosa y plena la luna, a su derecha y un poco hacia abajo, se pueden observar varias estrellas, con una especialmente brillante entre ellas, Antares, la mas brillante de la constelación de Escorpio, que en estos días de mayo se puede ver a la perfección mirando al sur. A su izquierda, ligeramente hacia arriba están Júpiter brillante y Saturno un poco más apagado, como un caballero de brillante armadura y su fiel escudero cabalgando a su lado, en perfecta alineación.
Siempre me han fascinado el cosmos y las estrellas, en los últimos meses he profundizado un poco mas en su conocimiento, aprendiendo a situar planetas y a distinguir constelaciones. Me pregunto cómo verían el cielo nuestros ancestros, con que ojos curiosos explorarían los primeros hombres aquel cúmulo de puntos luminosos, que pensarían de aquel espectro mágico de la noche abovedada, en los albores de la humanidad.
A los seres humanos siempre nos han seducido las estrellas, la curiosidad y su estudio ya parten de varios milenios atrás. Del Megalítico se conservan grabados en piedra de ciertas constelaciones, nos han legado menhires y alineamientos de piedras orientadas hacia el sol naciente, con gran precisión en la predicción de los solsticios y equinoccios. Después Mayas y Mesopotámicos, a pesar de la distancia, coinciden en el tiempo con el inicio de las primeras actividades astronómicas, siguen admirando, a los astrónomos actuales, con la precisión de muchos de sus cálculos para los medios de que disponían. Me los imagino en sus pirámides o zigurats, observando el firmamento estrellado y anotando, generación tras generación, el movimiento de la bóveda terrestre, absortos, extasiados y fascinados por la belleza “divina” del cielo nocturno, de la vía láctea, de las fases lunares, agrupando estrellas para formar constelaciones.
Después desde los egipcios, cuyo calendario es la base del que adaptamos después y que utilizamos hoy, hasta nuestros días, los avances han sido cada vez mayores en proporción a la tecnología de que se iba disponiendo en cada momento.
Hoy buscamos vida en las estrellas, ya pusimos el pie en la luna, enviamos sondas a los planetas vecinos, hemos enviado una al sol. Preparamos, para un futuro inmediato, el viaje tripulado a Marte. Hemos enviado fuera del Sistema Solar un ingenio de fabricación humana, la sonda espacial Voyager 1, que cuarenta y dos años después de su despegue, se encuentra hoy a veintidós millones de kilómetros, casi a ciento cincuenta veces la distancia que nos separa del sol, que es muy lejos, al menos para la escala que manejamos en nuestra proporción humana, no así para las escalas y dimensiones del universo.
Es muy probable que nuestro futuro esté ahí, en el espacio, en las estrellas. Quisiera pensar que fuera más por nuestra curiosidad, por la necesidad de expansión, por la perpetuación amable y respetuosa de la especie, que por la avidez depredadora de recursos y el ansia de dominio y poder, reflejo de nuestro antropocentrismo. El futuro nos lo dirá, si antes no hemos colapsado y nos extinguimos quemados en nuestra propia pira de soberbia y codicia exacerbadas.
Se deduce fácilmente que el mayor peligro para nuestra especie no es el impacto de un asteroide, ni un supervolcán, ni tan siquiera una “plaga asesina”. Somos nosotros mismos. Nuestra historia nos recuerda, cíclicamente, que somos capaces de lo peor, por desgracia, pero también somos capaces de lo mejor. De que serviría celebrar nuestros triunfos en los avances y el conocimiento fuera de nuestro planeta, si dejamos que se desmorone nuestro mundo alrededor, como si no fuese con nosotros. Podemos lanzarnos a los brazos de la ignorancia, abandonarnos al conflicto, al odio y la división. Caer en la desesperación y pensar que el cambio climático es imparable, que nuestra extinción es inevitable. Pero también podemos ser adaptables y aunque esta “canica azul” es nuestro único hogar de momento, podemos cuidar de ella, curarla de nuestra mala acción, sabiendo que la Tierra no podrá ser nuestra casa para siempre como especie.
Este pensamiento puede que nos haga mejores, al menos si queremos que otros vengan después de nosotros. Somos exploradores, somos curiosos, de todos depende nuestra evolución hacia una especie diferente, más fuerte, más comprensiva, más inteligente, más sabia ecológicamente y espiritualmente evolucionada.
Probablemente, algún día visitaremos otros mundos, tal vez nuestros descendientes observarán nuestro frágil mundo desde colonias orbitales, desde donde se viajara a otros mundos. Puede ser que el ser humano se convierta en una especie interestelar, quizá una de muchas, quien sabe. Somos polvo de estrellas, de ellas nacimos, a ellas volveremos. Somos pequeños universos sumergidos en otros universos aún mayores.
Buen día a tod@s!!!
Os quiero Bandid@s!!!
“Existen tantos átomos en una sola molécula de tu ADN como existen estrellas en una galaxia promedio. Somos, cada uno de nosotros, un pequeño universo.” Neil de Grasse Tyson
Hoy os dejo una canción de otra “estrella” que se apagó ayer, uno de los padres del Rock & Roll, Little Richard. Mi tema preferido de este fenómeno es “Long Tall Sally”, breve, rítmico, intenso… ¡que lo disfrutéis…y lo bailéis!
*En la foto, desde mi casa esta misma noche, se puede apreciar perfectamente buena parte de la constelación de escorpio. Amplia la parte inferior derecha y la tendrás ante ti. A la izquierda de la ampliación de ve Antares, la más brillante, a la derecha de la ampliación de ven tres estrellas perpendiculares a la línea de Antares que son las principales que forman los brazos del escorpión.