Un colega, psicólogo clínico, cuyo nombre preferimos mantener en reserva, nos solicita nuestra opinión respecto de la prevención, diagnóstico y tratamiento de los Trastornos por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDA y TDA-H)
Como creemos que nuestra respuesta puede interesar a otras personas la reproducimos a continuación, sin dejar de reconocer que otros profesionales, con otra formación y convicciones adquiridas en su propia experiencia clínica, puedan disentir.
A nuestro entender, la dificultad con el TDA y TDA-H reside en que no se cuenta con herramientas diagnósticas fiables y, sobre todo, en que tanto la falta de atención como la hiperactividad suelen ser manifestaciones de otras problemáticas.
De hecho fue durante casi un siglo un síndrome. Por ejemplo, se decía de un chico que era hiperactivo, pero no se pretendía que ese síntoma fuera la causa sino el efecto de un trastorno orgánico o psicológico.
Con el descubrimiento de la eficacia del metilfenidato en estos síntomas comenzó a suponerse una causa orgánica para el TDA ¿Siempre la misma?
Así el TDA ha terminado por ser una especie de cajón de sastre. Si un chico presenta dificultades de aprendizaje o conducta en el colegio, causa problemas en casa, o se muestra como lo que antes se llamaba “un niño inquieto”, se le supone un TDA (con o sin H), muchas veces ya desde el colegio.
– En algunos casos se le indica un tratamiento exclusivamente médico (pese a lo que dicen los prospectos), y sólo si no produce los resultados esperados se indica la consulta a un psicoterapeuta o, menos frecuente, psicoanalista.
– En otros se los llena de actividades de refuerzo del aprendizaje, incrementando así la presión sobre el niño.
Cuando finalmente llegan a la consulta nos encontramos con todo un espectro de problemas diferentes: desde niños psicóticos hasta niños desatentos e inquietos por problemas emocionales o psicológicos que se han pasado por alto. Algunos sólo presentan síntomas de falta de atención e hiperactividad sin causa aparente, pero son los menos.
Como la medicación puede ser eficaz en estos síntomas en cualquier niño, muchas veces enmascara la auténtica problemática de fondo.
Por eso creemos que la prevención pasa por modificar la escuela para que sea menos aburrida y que los padres les brinden otros estímulos que no sean exclusivamente la TV y el ordenador, pero eso cae fuera del campo de un psicólogo clínico.
El mejor diagnóstico, a nuestro entender, debe fundarse en establecer empatía con el niño, observar cómo funciona en la relación con su terapeuta (si puede conservar la atención en las sesiones debemos descartar un TDA) y en sus producciones (dibujos, narraciones, etc.) más que en test diagnósticos de dudosa eficacia. Y preguntarse siempre ¿qué distrae a este niño?, ¿qué lo inquieta?
El tratamiento dependerá de cuál sea la causa de su inquietud (siempre encontramos una causa psicológica, sin por eso pretender negar la posible participación de lo orgánico en la génesis del problema).
Si la falta de atención y/o la hiperactividad son muy marcadas y dificultan incluso la posibilidad de realizar un trabajo terapéutico, puede ser conveniente derivarlo a un psiquiatra para que indique medicación, pero siempre como coadyuvante y no como reemplazo al necesario trabajo psicoterapéutico.