Tengo miedo a volar,…también tengo miedo al barco, así rezaba una conocida canción.
La solución que proponía construir puentes para evitar el vuelo está lejos de ser factible con los medios técnicos actuales. Así que muchas veces no queda más remedio que afrontar ese miedo, que en ocasiones llega a ser una fobia difícilmente controlable.
El miedo a volar es un mal cada vez más extendido y cuyo tratamiento entraña una dificultad especial. Según un estudio realizado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el 17% de la población española tiene miedo a volar en avión, siendo las mujeres más temerosas a las alturas (23%) que los hombre (11%).
El miedo a volar es responsable de trastornos psicosomáticos, pero puede llegar a provocar daños físicos como úlcera duodenal aguda. Si bien el número de personas afectadas por este mal es relativamente elevado, son muy pocas las que acuden en busca de ayuda. Las que lo hacen, debido a las especiales características de esta fobia, se encuentran con dificultades importantes a la hora de hacerle frente.
Muchos miedos en uno
En primer lugar, el miedo a volar se caracteriza por estar compuesto de varios miedos a la vez, repartidos en dos grandes áreas. Por un lado, las dudas sobre la seguridad del vuelo en sí mismo; por otro, la ansiedad que provoca saberse encerrado en un vehículo del que no se puede salir a voluntad y sobre el que no se tiene ningún control. Los expertos han contabilizado hasta 25 fobias distintas relacionadas con el vuelo, entre ellos el miedo a las alturas, a las masas, la claustrofobia, etc.
Por otro lado, la propia percepción de riesgo influye negativamente, aun siendo falsa. Es un hecho probado que muere mucha más gente en accidentes de carretera que en accidentes de avión, pero aun así el automóvil inspira mucha más confianza: desde niños se recibe información sobre su funcionamiento, es el propio conductor quien decide cuándo y dónde parar, etc.
El funcionamiento del avión, por el contrario, sigue siendo un misterio para una gran mayoría, y su control escapa al conocimiento de la población de a pie. Esto provoca una mayor ansiedad al volar, que a su vez realimenta los posibles miedos previos.
Miedo indirecto
Otro elemento que influye indiscutiblemente en la complejidad de la fobia a volar es la espectacularidad de los accidentes aéreos, y el tratamiento que se les da en los medios de comunicación. Cada vez que un avión se estrella, las información al respecto es bombardeada durante semanas en prensa, TV y radio, como ocurrió por ejemplo con el 11S. Esto aumenta la posibilidad de generar miedo indirecto, de imaginarse a uno mismo en la situación, lo que a su vez aumenta el miedo a que ocurra algo similar.
Por otro lado, los clásicos métodos de exposición gradual al factor que provoca el miedo no funcionan bien en el caso del vuelo. Se pueden visitar aeropuertos, aviones, cabinas de control, hablar con personal de aire y de tierra, etc., pero el salto desde esas experiencias al vuelo en sí es demasiado grande como para que la inmersión sea eficaz. Además, con el precio actual de los billetes de avión, la terapia de repetición de la experiencia está fuera del alcance del bolsillo medio.
Autocontrol e información
El único remedio efectivo para solucionar el miedo a volar es, por tanto, una combinación de autocontrol e información. El secreto parece radicar en reflexionar sobre lo que se teme y lo que realmente se debería temer. Los expertos recomiendan sentarse a reflexionar sobre cuáles son los miedos o los problemas que se tienen, y pensar fríamente cuáles son sus soluciones, buscando fuentes objetivas de datos.
Después de ese proceso suele llegarse a la conclusión de que el vuelo es seguro. De todas formas, conviene tener a mano todos los datos para usarlos como tranquilizante en caso de ataque de pánico. Aún así hay casos en los que se sigue temiendo por la seguridad del vuelo. Si es así, tampoco conviene forzar la situación: lo mejor será buscar un transporte alternativo y seguir profundizando en las cuestiones dudosas hasta encontrarles solución.