Sales hace un tiempo considerable con tu pareja (lo que entiendas por considerable corre por tu cuenta) y sientes que sigues por inercia.
No disfrutas del tiempo que están juntos, sus besos y caricias se han transformado en rutina y casi ni escuchas cuando te cuenta sus cosas aunque simulas hacerlo. A pesar de todo esto, lo quieres profundamente, pero es una forma de querer similar a la que sientes por un amigo o un hermano. Ya no estás enamorado.
Repetidas veces has insinuado, por medio de tus conductas, que no estás interesado en seguir con la relación pero nunca has sido explícita. Temes herirle si le dices que no quieres verlo/a más. Cuando te pregunta si te pasa algo, contestas con un tono poco convincente: “No, nada; estoy cansado/a”. ¿Cuánto tiempo vas a seguir así?.
Ay, ay, ay, el amor… o la falta de él, en este caso. Es necesario que consideres la situación por la que te estás obligando a atravesar. Se trata de una circunstancia que no le hace bien a ninguno de los dos. A tu pareja la lastimas con esta actitud. Y tú realizas un esfuerzo inútil porque lo más probable es que a la larga terminen peleándose cuando tu desinterés se haga más evidente y él o ella se sienta herido. Si fueras sincero, por lo menos no le estarías engañando ni creándole falsas expectativas. Además, piensa en el tiempo que esta persona podría ganarle a la vida si le permitieras encontrar a la persona que realmente la ame. ¿Y tú? No te mereces acaso una persona que te corresponda todo el amor que tienes para dar.
En resumidas cuentas, no sigas postponiendo el inevitable final. La honestidad es el recurso más justo para ambos; revélale tus sentimientos, quizás hasta pueden quedar como amigos.
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