Son una parte del cuerpo que solemos descuidar; sufren el maltrato de un calzado mal diseñado y los cambios de temperatura pueden provocarles sabañones. Sólo el cuidado periódico asegura pies suaves y bien cuidados. La desodorización de los mismos puede ser un problema, en especial en los meses del verano, cuando los calzados deportivos y los materiales sintéticos pueden acentuarlo. Las plantillas desodorizadas en el calzado pueden ser útiles.
Puedes tener la fuerza de Hércules y el ingenio de Zeus, pero si te duelen los pies, entonces tienes un talón de Aquiles. Los dolorosos callos, duros y blandos, son una verdadera tortura. Estas feas y pequeñas hinchazones y tumoraciones son en realidad una acumulación de desechos de células muertas de la piel, resultado de la fricción e irritación entre los pies y los zapatos, o incluso entre huesos adyacentes en el mismo pie.
Los callos y callosidades pueden reducirse con una piedra pómez luego del baño, pero en casos más severos lo mejor es consultar un podólogo para que cure las lesiones y jamás intentar la “cirugía del baño”, con tijeras, cuchillitas u hojas de gillette.
Lo creas o no, a veces los pies sudan mucho sencillamente porque trabajan más de lo debido. Un defecto estructural como pies planos o una ocupación que te mantiene desplazándote todo el día por todas partes podría ser el culpable subyacente. Cualquiera de estas dos posibilidades aumenta la actividad de los músculos de sus pies. Y en la medida en que trabajen más, más sudarán, en un intento por refrescarse.
Aunque los pies sudorosos no necesariamente huelen mal, la humedad es una invitación abierta para las bacterias, que sí producen olor.
Parece elemental, pero es necesario conservar los pies escrupulosamente limpios. Emplea agua caliente y jabonosa para lavarlos con tanta frecuencia como se requiera, incluso varias veces al día si sudas mucho o si notas que despiden olor. Frótalos suavemente con un cepillo suave, aun entre los dedos, y asegúrate de secarlos muy bien.