Algo tan cotidiano como el aire que respiramos habitualmente
contiene y transporta ciertos niveles de sustancias químicas extrañas
y, demasiado a menudo, poco recomendables para nuestra salud. El
problema es que somos poco conscientes de hasta qué punto está
afectando a la salud global de la población actual la calidad del aire
que respiramos.
Por nuestros pulmones pasa una media de entre 10 y 20.000 litros de
aire al día, lo que nos da una idea de la importancia que reviste la
composición del mismo y, sobre todo, su calidad. Y es que además de los
compuestos propios -como el oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno o el
carbono-, el aire puede contener infinidad de partículas en suspensión,
muchas de las cuales están catalogadas como sustancias tóxicas y/o
perjudiciales a partir de ciertas concentraciones.
A las conocidas fuentes de contaminación atmosférica ambiental
-como las emisiones de gases de combustión del tráfico rodado, las
nubes de humo de las refinerías, centrales térmicas e industrias
diversas, e incluso la quema de basuras- se une una contaminación
interior poco conocida y cada vez más preocupante debida a la presencia
en el hogar de gran cantidad de productos químico-sintéticos como
plásticos, fibras sintéticas, disolventes, productos de limpieza,
ambientadores y aditivos químicos añadidos a los materiales de
construcción (PVC), a los muebles de maderas aglomeradas, a las
pinturas, barnices, lacas, etc.
La presencia en el interior de la vivienda de una o varias
sustancias químicas como el benceno, el formaldehído, el
tricloroetileno o el xileno pueden resultar altamente perjudiciales y
suelen verse incrementadas sus concentraciones en los edificios poco o
mal ventilados y en los que se climatizan con aire acondicionado.
El tricloroetileno es considerado como un cancerígeno hepático y
aunque se emplea en más del 90% en las tintorerías y empresas de
limpieza en seco o en el desengrasado de metales a la casa nos llega a
través de tintes, lacas, barnices, pegamentos…
El benceno es un irritante de la piel y los ojos pero con
exposiciones prolongadas, además de dolores de cabeza y pérdida de
apetito, incrementa las probabilidades de padecer leucemia.
El formaldehído podemos hallarlo tanto en cosméticos -como
conservante de gel de baño y champú- como en pinturas o fibras
sintéticas y, sobre todo, en las maderas aglomeradas de los muebles
actuales. Sus concentraciones se elevan con la presencia del humo del
tabaco y suele irritar los ojos, la nariz y la garganta.
En Inglaterra, el doctor Piking del Hospital de Withensawe (cerca
de Manchester) estudió a gran escala los problemas respiratorios,
dolores de cabeza y algunos tipos de alergias comprobando que en las
habitaciones que se ventilaban manualmente (abriendo las ventanas) el
aire contenía mayores concentraciones de polvo, microbios y pólenes
pero las personas que ocupaban tales habitaciones se encontraban mejor
y tenían menos problemas que las que permanecían en habitaciones
ventiladas artificialmente ya que, paradójicamente, aunque contenían
menos microorganismos producían más trastornos respiratorios y
alergias. Este tipo de situaciones entran en lo que habitualmente se ha
dado en llamar el “síndrome del edificio enfermo” que afecta a las
viviendas más modernas y especialmente a las oficinas y locales
climatizados con aire acondicionado. De hecho, debería llamarse
“síndrome de los edificios que enferman a sus moradores” ya que no es
el edificio quien está enfermo sino sus ocupantes.
Ante esta problemática casi inevitable en las viviendas actuales se
plantea la necesidad de purificar el aire interior y para ello existen
en el mercado sistemas de filtrado mecánico aunque en la practica se ha
demostrado que es muy útil el uso de las plantas de interior como
purificadoras del aire.
En ese sentido, las plantas en el hogar pueden cumplir una función
tan loable o más que la puramente estética y decorativa. Bill C.
Wolverton, ex científico de la Nasa, ha investigado durante los últimos
25 años la capacidad que poseen ciertas plantas para limpiar las
partículas que empobrecen o contaminan el aire del interior de las
casas. Y en sus estudios aparecen plantas tan comunes en muchos hogares
como las cintas, los helechos, la hiedra, la kentia o las drácenas.
Una planta tan vulgar como la hiedra posee una enorme capacidad
depuradora eliminando en 24 horas hasta 7,3 microgramos de
tricloroetileno por cm2. De hoja, unos 9 microgramos de formaldehído y
más de 10 microgramos de benceno por cm2 de hoja.
Las mediciones llevadas a cabo (resumidas en las gráficas) muestran
cómo las plantas pueden reducir o eliminar entre un 10 y un 80% de la
contaminación interior por lo que colocando algunas de esas plantas en
lugares estratégicos de nuestras casas y lugares de trabajo podemos
mejorar la calidad interior del aire.
Como no todas las plantas poseen la misma capacidad de eliminación
de contaminantes es conveniente combinarlas para obtener los mejores
resultados. La carencia de luz no reduce su capacidad purificadora e
incluso se dan casos en los que la incrementa.
Queda claro que, paralelamente, habrá que reducir las fuentes de
contaminación atmosférica -tanto externa como interna-, evitar el
despilfarro de energía, reducir el consumo de productos con sustancias
o desechos contaminantes y seleccionar cuidadosamente los materiales y
elementos que intervienen en la construcción y decoración de nuestro
hogar.
El ozono a nivel del aire respirado
Los experimentos llevados a cabo en el Servicio de Sanidad Vegetal
de la Generalitat valenciana en el centro de investigación de Silla
muestran el efecto negativo de la contaminación del aire ambiental y de
sus implicaciones en el desarrollo de las plantas de elevadas
concentraciones de ozono en el aire ambiental.
Plantas que dan mejores resultados y las más polivalentes
Hiedra (Hedera belix).
Sansevieria.
Drácenas (Dracaenas).
Cintas (Spotiphyllum).
Chamaedora (una variedad de palmera).
Mariano Bueno