Los bebés recién nacidos tienen una
serie de reflejos o movimientos automáticos (no voluntarios) que se desencadenan
por un estímulo. Se desconoce el origen de estos reflejos, aunque algunos
tienen una finalidad de protección de la especie, como el de succión o el de
prensión palmar.
Uno de los más llamativos es el
llamado reflejo del abrazo de Moro. Para provocarlo se sujeta al bebé por los
brazos, tirando un poco de ellos hacia arriba y levantando ligeramente la
cabeza de la cuna. Se le suelta bruscamente.
El bebé abre los brazos y las manos,
y los vuelve a cerrar, como dando un abrazo, al tiempo que empieza a llorar.
Ante un ruido o movimiento fuerte el bebé puede reproducir este reflejo, que
desaparece hacia los 2 meses.