La profesión odontoestomatológica se ha
desarrollado mucho desde la época de los sacamuelas de feria. La
eliminación del dolor, los materiales de restauración
cada vez más estéticos y resistentes, los avances en el
conocimiento de las enfermedades de la boca y su prevención. Aun
así hay cosas que todavía parecen casi milagrosas.
Hoy se pueden colocar raíces artificiales en
el hueso, sobre las que construir prótesis fijas en cualquier
situación. Sencillamente equivale a colocar un taco en la pared
para colgar un cuadro. Me dirán que clavos en el fémur
hace muchos años que se colocan y nadie le ha dado tanta
importancia. Pues imagínense que el clavo le sale a
través de la piel y además lo usa para colgar la bolsa de
la compra. Peor, que tiene la manía de moverlo constantemente
arriba y abajo. Pues eso es lo que soporta un implante dental. La
solución que hizo viables los implantes fue el concepto de osteointegración.
Descubrimos que si se deja el implante dentro del hueso un tiempo
suficiente, éste crece a su alrededor y el implante queda
soldado al hueso. De manera que después podrá aguantar el
estrés de la prótesis.
En determinadas lesiones es posible hacer crecer el
hueso perdido. Cuando tratamos una lesión periodontal grave,
levantando quirúrgicamente la encía, al cerrar lo primero
que cicatriza es la mucosa de la encía, la carne. Por eso todos
los defectos quedan rellenos y tapizados por la encía, sin dar
oportunidad al hueso de crecer y reconstruir lo perdido. Hemos
descubierto que en algunas ocasiones se puede poner una membrana de un
material especial (Gore-Tex, los esquiadores lo conocen) que impide a
las células de la mucosa crecer hacia abajo, sin molestar el
tránsito de fluidos que necesitan las células para
alimentarse. De este modo damos oportunidad a las células del
hueso para crecer y rellenar el espacio perdido.