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Ocurre
una apoplejía cuando una parte del cerebro se lesiona por culpa de un
defecto en el suministro de la sangre con deterioro de las funciones
físicas o mentales dirigidas por el área dañada. La alteración puede
deberse a uno de tres trastornos vasculares: trombosis, embolias o
hemorragias.
El primero, la trombosis cerebral, sucede cuando una de las arterias
que suministra sangre al cerebro se estrecha, en general a causa de la
aterosclerosis. La circulación sanguínea por la porción estrechada y la
rugosa arterial resulta tan precaria, que la sangre forma un coágulo
(trombo), el cual bloquea la arteria en parte o del todo.
La embolia cerebral también es consecuencia de un bloqueo, pero sucede
cuando la enfermedad de cualquier otro lugar introduce en la corriente
sanguínea un pequeño coágulo (émbolo), que, transportado por la
corriente, se encaja en una arteria que suministra sangre al cerebro.
En la hemorragia cerebral, la arteria no se bloquea, sino que revienta.
La sangre escapa por la rotura al tejido cerebral colindante y lo sigue
haciendo hasta que la compensa un aumento de la tensión y se inicia el
proceso de coagulación. Los primeros efectos de la hemorragia pueden
ser mucho más graves que los de la trombosis o la embolia; pero, a la
larga, los de todos lo ataques apopléticos se parecen. Los resultados
de una apoplejía, cualquiera que sea su causa, dependen de la parte del
cerebro principalmente afectada.

Si
sufre un ataque de apoplejía, advertirá de repente que ha perdido la
capacidad de hablar o el movimiento de una porción del cuerpo; o
también, estando plenamente consciente, sentirá que un brazo o una
pierna pesa y se ha vuelto inútil. A veces el ataque de apoplejía
empieza con pérdida repentina de consciencia. Entre otros muchos
síntomas posibles están la torpeza de movimientos, visión borrosa o
doble, confusión y mareos.
Con frecuencia sólo fallan las funciones de un lado del cuerpo.
Se debe a que generalmente el daño queda limitado a un hemisferio
cerebral; el derecho dirige el lado izquierdo del cuerpo y viceversa.
En la superficie de cada hemisferio del cerebro hay áreas
especializadas en el gobierno de partes precisas del cuerpo o funciones
tales como visión, movimientos o habla.
E ahí que haya un conjunto característico de síntomas que indican qué
arteria cerebral funciona mal. Por ejemplo, puede usted sufrir sólo
debilidad o torpeza de movimiento en un brazo o mano, o en un lado de
la cara. Si lo afectado es un centro importante, como el tronco
cerebral (que enlaza el cerebro y la médula espinal), se presentará una
compleja combinación de síntomas o pérdida de consciencia.
En cualquier caso, los síntomas, a diferencia de los propios de un
ataque isquémico transitorio) persisten por lo menos 24 horas, y por lo
regular mucho más.

Los
ataques de apoplejía causan más muertes en la sociedad occidental que
las demás dolencias, salvo las cardíacas (vea, por ejemplo, enfermedad
de la arteria coronaria). Todas estas enfermedades se deben a menudo a
la aterosclerosis.
Cada año 1 persona de cada 500 sufre un ataque de apoplejía.
La mayor parte de pacientes cuenta más de 65 años (abundan más los varones que las hembras).
Sus vasos sanguíneos se ha estrechado por aterosclerosis, y lo que da lugar a presión sanguínea alta.
Cuando existe ésta a cualquier edad, puede producir un ataque
apoplético, porque debilita las paredes arteriales y fomenta la
formación de coágulos.
Desde luego, la presión sanguínea alta es la principal causa de las hemorragias cerebrales.
Tenga usted o no una presión peligrosamente elevada, la probabilidad de que sufra una apoplejía crece si fuma mucho.
Los ataques son también más frecuentes entre diabéticos y personas con alto índice de colesterol en la sangre.

Si los síntomas le inducen a sospechar la existencia de una ataque de apoplejía, consiga inmediatamente asistencia médica.
Excepto en los casos muy suave, en que la debilidad, entumecimiento o
mareo duran sólo un par de días, quienes han sufrido un ataque de
apoplejía necesitan por lo común ser internados en un hospital.
Para valorar de modo adecuado la situación, el médico le hará un
electrocardiograma y exámenes radioscópicos del pecho y del cráneo.
Aunque el tratamiento de las tres formas de ataque apopléticos es en
esencia el mismo, quizá se requieran diversas pruebas con objeto de
averiguar la causa y localizar la alteración.
Si existen razones para creer que la apoplejía obedece a una embolia
cerebral, el doctor necesitará radiografías especiales de las arterias
del cuello (arteriografías de la carótida).
La razón de ello es que, para evitar nuevos ataques, puede a veces
utilizarse la cirugía cuando el origen del émbolo se sitúa por debajo
de la arteria carótida “(vea ¿Cuál es el tratamiento?”, más adelante).
Si alguien surge un desvanecimiento, puede deberse a una apoplejía.
Cualquiera que sea el motivo, adopte las medidas de primeros auxilios (vea Accidentes y emergencias, ) mientras espera socorro.
Recuerde que, en la apoplejía, la persona en apariencia inconsciente, a menudo percibe lo que sucede a su alrededor.
Por lo tanto, domine su pánico.

Automedicación:Usted no podrá hacer nada si sufre un ataque de apoplejía; en cambio, puede hacer mucho para evitarlo o impedir su repetición.
Tómese la presión sanguínea con regularidad. Si es alta, consuma las
medicinas que le haya prescrito el médico. No fume ni coma alimentos
muy grasos, y haga ejercicio moderado con constancia.
Tratamiento médico:Lo
primero que hará el médico será valorar la importancia del ataque y
poner en práctica los procedimientos necesarios para mantener la
respiración y la circulación.
Se han introducido algunas nuevas técnicas para “visionar” el cerebro
sin que ello suponga incomodidad o un riesgo para el paciente. La TAC
(tomografía axial computerizada), la imagen por resonancia magnética
(IRM) o el escáner radioisotópico mostrarán con toda exactitud las
regiones del cerebro que ha sido afectadas, y si el ataque de apoplejía
ha sido causado por una trombosis o bien por una hemorragia.
Cabe la posibilidad de que se administre una terapia inmediata o
fármacos troboliticos para dispersar el coágulo de sangre o impedir que
se mueva hasta penetrar en la circulación cerebral. Alternativamente,
la cirugía servirá para retirar la presión sobre el cerebro o para
desviar los vasos sanguíneos dañados. La mayor parte de las personas
que ingresan en un hospital tras una apoplejía no están inconscientes,
y requieren ante todo fisioterapia, que tiene por objeto devolver la
funcionalidad a las áreas afectadas del cuerpo. Eso exige a menudo
extraordinaria paciencia y apoyo físico y moral, para contribuir a que
el enfermo recobre las funciones habituales.
Los nervios de una porción seriamente dañada del cerebro no se regeneran.
No obstante, un área ilesa logra a menudo “aprender” el control de la
actividad de la afectada, y ese “aprendizaje” es el objetivo de casi
todos los programas de rehabilitación.
Por ejemplo, si la apoplejía debilita las piernas, le ordenarán hacer
ejercicios, de dificultad cada vez mayor, en las barras paralelas hasta
que ande con una armadura o un bastón, y consiga caminar sin ayudas.
Tal vez sus familiares y amigos deban auxiliarle en el proceso. Que
acaso se prolongará mucho tiempo después de su salida del hospital.
Asimismo, si tiene alterada el habla, un terapeuta especialista le
adiestrará en la vocalización y pronunciación, que usted creyó antaño
tan naturales como respirar.
La prevención de otros ataques apopléticos tiene importancia evidente.
Le recomendarán que no fume, y acaso necesite dosis regulares de
medicinas tales como un hipotensor de la presión sanguínea, para
mantenerla baja.
Si se ha establecido el origen de su apoplejía como una embolia, los
análisis demostrarán tal vez que la fuente del émbolo está en la
superficie rugosa de un lugar de la arteria carótida, que ha estrechado
la acumulación de placas resultantes de la aterosclerosis. Desde el
punto de vista técnico, resulta posible localizar, limpiar y abrir esa
porción de la arteria. Actualmente, siguen evaluándose las
circunstancias exactas en las cuales vale la pena poner en práctica el
tratamiento.
Si la intervención quirúrgica es desaconsejada, el médico le recetará
un tratamiento que habrá de durar toda la vida, a base de
anticoagulantes, para impedir la formación de coágulos.

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