En esta fase hay que estar preparados para la incomunicación y el
adiós. Son varios los años que habrán transcurrido desde que se conoció
el diagnóstico, tal vez ocho, diez o doce años. El agotamiento y la
debilidad física del enfermo de Alzheimer se hace patente en este
estadio, que corresponde al 7 de la escala GDS. Su fragilidad física se
verá agravada por el deterioro cerebral progresivo, y al mismo tiempo
el precario equilibrio anímico se desmoronará ante la más nimia
febrícula o por un simple resfriado. Qué decir si se trata de una caída
con fractura, de un cuadro neumónico, una infección urinaria o de
un estado carencial y de deshidratación. Las complicaciones serán, por
lo general, físicas, aunque los trastornos de conducta en forma de
agitación, gritos, lloros, actitud oposicionista, harán que se tomen
decisiones contradictorias y que se cambie de parecer de un día para
otro. Estamos al inicio de un fin que durará años. Desapareció el
lenguaje verbal y sólo resta el
lenguaje corporal para mantener un contacto con el enfermo. El paciente
es muy receptivo a cualquier muestra de afecto. Se le debe transmitir
seguridad y estima.
– Cogerle y acariciarle con afecto mientras se le habla.
– Sonreírle con frecuencia.
– Utilizar aquellos objetos personales queridos por el paciente, que le evoquen recuerdos gratos.
– No gritarle ni utilizar gestos rudos ni imprevistos.
– Utilizar las comidas como elemento social y de placer.
– Proponer paseos cortos, pasos de baile para mantener el ritmo,
juegos con pelota, aros, cintas, para mantener la actividad física.
– Realizar movilización pasiva y cambios posturales, tanto si está encamado como sentado gran parte del día.
– Mantener la higiene bucal. Proteger su piel. Evitar el estreñimiento.
– Realizar la higiene con suavidad y buscando un momento del día
en que se sienta relajado y tranquilo. Intentar convertirlo en un
momento especial de juego.
– Ante cualquier reacción extraña que se observe, es conveniente
averiguar si puede estar producida por alguna dolencia física (dolor,
fiebre, estreñimiento, etc.).
– Adecuar la alimentación a las necesidades nutricionales y de hidratación.
– En estos momentos, dos son las preguntas que se plantean: ¿Puede el enfermo estar en casa? ¿Es necesario su ingreso?
– La toma de la decisión se hará a corto plazo y debería ser
consensuada entre los familiares y el médico. La decisión dependerá de
varios elementos:
– De la capacidad física, psíquica y de apoyo que reciba el cuidador principal.
– Del estado físico del enfermo y de las enfermedades intercurrentes que se presenten.
– De la presencia o no de un equipo médico consolidado de referencia, que haga el seguimiento.
– De las condiciones del hábitat, socioeconómicas y de disponibilidad del grupo familiar.
Respecto a la nutrición, no se conoce una causa clara que relacione y
nos explique el adelgazamiento que aparece en el curso de la enfermedad
de Alzheimer, ni tampoco cuál es a ciencia cierta el origen del
probable exceso metabólico o del bajo aprovechamiento energético que
inducen a la pérdida de peso y a la extrema caquexia a la que se llega
en algunos casos.
Lo que sí se conoce es que existen causas tratables y reversibles de la
pérdida de peso, de los trastornos conductuales, funcionales o
mecánicos, como el rechazo a comer o la disfagia, que preocupan y
desconciertan a los cuidadores y que debemos aprender y enseñar a
manejar. Repasemos las situaciones y los factores de riesgo de la
malnutrición:
Fármacos que puedan provocar vómitos, irritación gástrica, constipación; que alteren el gusto; que interactúen con la nutrición.
– Polifarmacia no controlada.
– Enfermedades crónicas: insuficiencia cardiaca, insuficiencia renal, enfermedad gastrointestinal crónica, etc.
– Enfermedades dentales y periodontales. Dentición deficiente.
– Depresión.
– Detrimento del gusto y del olfato.
– Debilidad física.
– Bajo nivel socioeconómico, con dietas poco variadas.
– Aislamiento.
– Comidas no cocinadas y con alto contenido en grasas (embutidos, quesos, bollos, pasteles, natillas, helados, chocolate, etc.)