Cuando descubrimos en nuestra adolescencia que somos diferentes a el resto de los compañeros que antes habíamos creído tan parecidos, nos es muy importante el defender y remarcar esas diferencias.
La originalidad muestra que ya no somos niños y que necesitamos cambiar el modo de vida infantil en el que éramos un grupo. Ahora somos una persona especial, capaz de pensar por uno mismo, que no necesita depender de los padres para tomar las decisiones propias en base a nuestros valores y deseos.
Si vestimos, actuamos, hablamos, vamos a lugares o escuchamos músicas diferentes, es porque queremos dejar claro que ya no somos el niño o niña de antes.
Cuando se quiere ser uno mismo, se pueden desarrollar conductas que, en algunos casos, resultan perjudiciales e incluso muy peligrosas.
Las conductas excéntricas, normalmente referidas al vestido, peinados…, tratan de llamar la atención de los demás para dejar clara la diferencia. Este comportamiento no implica peligro, al igual que la utilización de una jerga propia entre adolescentes que trata de distinguirse del lenguaje común utilizado por los adultos.
La rebeldía también es una forma de decir que se es único. Podemos rebelarnos, en general, ante la imposición de ideas que nos están impidiendo el pensar por nosotros mismos, ante la excesiva afectividad de unos padres que intentan retenernos en casa y ante el autoritarismo de algunas figuras (padres, profesores…), a las que tenemos que obedecer por la fuerza.
La conducta rebelde puede conducir a situaciones complejas y dolorosas, por lo que muchas veces es conveniente controlar un poco nuestra rebeldía para tratar de expresar nuestra originalidad, el dejar de ser niños, a través de otros cauces.
Una conducta que sí puede entrañar mucho peligro son las acciones exageradas, sobre todo aquellas en las que existe un enfrentamiento directo con éste, como el beber en exceso, incluso hasta llegar a el coma etílico, o el consumo de drogas, el adoptar conductas antisociales, el conducir temerariamente…