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Son diferentes las consideraciones que cada persona tiene sobre la muerte, influyendo sobre todo las creencias religiosas; estas permiten una mejor aceptación. Pero se puede generalizar que cuando la persona sabe que va a morir, un sentimiento de pérdida, dolor y posible temor aparece.

No es conveniente ocultar este hecho a un paciente moribundo que es consciente de que va a morir. El hacer ver que nada ocurre sólo le impide mostrar su dolor y desahogarse.

Según los estudios, hay una serie de etapas que se atraviesan hasta aceptar esta circunstancia.

Etapas de una persona moribunda

Negación: Se rehusa el creer que se ha entrado en un estado terminal y se quiere creer que las pruebas son erróneas o que la enfermedad desaparecerá espontáneamente.

Enfado: Con el resto de la gente por su falta de preocupación, por el exceso de ella o por el simple hecho de que están vivos y saludables.

Negociación: En esta etapa se promete a dios o al destino que si la muerte no acontece se será una persona mejor o se rezará más.

Depresión: Este sentimiento surge cuando el sujeto se da cuenta de que la negociación no funciona y el final es inevitable. Se pierde todo el interés por las cosas, incluido el tratamiento médico.

Aceptación: Se reconoce a la muerte como la última fase de la vida o la transición a otra. No hay felicidad; los sentimientos casi son inexistentes. Esta etapa no siempre puede llegar a alcanzarse y a veces el moribundo muere completamente deprimido o enojado.

Aunque estas etapas suelen ser generales, hay variaciones dependiendo de la edad del moribundo. Para los ancianos, la aceptación es mayor. Los niños se niegan por completo a ella porque no quieren separarse de las personas a las que quieren, por ello necesitan de mucha compañía. Los adolescentes, sin embargo, valoran mucho en esos momentos el presente y la calidad de vida que tengan en el momento.

El duelo

Todas las sociedades han llevado a cabo ritos funerarios desde épocas remotas. Este hecho no sólo tiene un valor religioso, sino también psicológico.

En épocas pasadas era general la expresión pública de dolor ante la muerte de un ser querido (en occidente suele denominársele luto). En la actualidad, hay muchas sociedades donde este comportamiento va perdiendo fuerza y la expresión del dolor se hace de forma más privada, casi dando la impresión de que nada ha sucedido y nadie ha desaparecido para no regresar.

Cuando una persona siente este tipo de dolor, se ve rodeada de gente que la alienta a que se distraiga y anime, cuando en realidad lo que desea y necesita es expresar su dolor y compartir sentimientos. Incluso aunque la pérdida halla sido de alguien extremadamente anciano del que ya se esperaba la muerte. Todas las pérdidas, por comprensibles que sean, producen dolor.

Es importante prestar especial atención a los viudos/as ancianos por sus dificultades de adaptación a la nueva situación, y a los familiares de un niño o joven fallecido, por la incomprensión y el extremo dolor que este hecho provoca.

Según los estudios, las personas que no exteriorizan su dolor y lo privatizan suelen aislarse cada vez más de la sociedad, justo lo contrario que sería deseable. También tiene más posibilidades de enfermar, buscando medicamentos para su curación cuando lo que en realidad están reclamando es poder expresarse. Por eso los ritos funerarios están tan extendidos: proporcionan una fuga emocional para toda la presión que el dolor produce.

Esto no quiere decir que debamos aceptar los ritos funerarios socialmente aceptados en nuestra comunidad. Cada uno puede crearse su “propio rito” teniendo en cuenta que de lo que se trata es de reconocer que la persona ha muerto y no volverá jamás, y que debemos dar rienda suelta a nuestro enfado, ira, dolor expresándolos de la forma más abierta y descongestionante posible.

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