El amor maternal es tan grande que nos ciega. Por eso necesitamos de la comprensión, que nos abre los ojos y nos aclara la mirada.
Las madres ideales son aquellas que saben entender el alma de sus hijos, amándolos con sus virtudes y defectos.
Pero cuando una madre se llena de deseo muy vívido de perfección el amor crece desmesuradamente, a expensas de una comprensión que disminuye cada vez más. La madre se va cegando para no ver las limitaciones naturales de sus hijos. Los ama mucho, pero es; como si no lo viera en realidad, como si estuvieras amando a una criatura que solo existe en su imaginación.
Tomemos, por ejemplo, el caso de una mamá, que estaba empeñada en que su hija fuera una buena pianista. La niña era inteligente, despierta, con muy buena cabeza para las matemáticas. Pero mamá estaba empeñada en que tocara el piano con verdadero arte. La chiquilla no tenia oído musical ni sentido del ritmo o la armonía. Cuando no progresaba, la madre de que el talento musical es innato. Hoy la muchacha es una excelente farmacéutica y la madre recuerda aún, con temor aquella época de su vida en que quiso forzarla hacia un tipo de perfección inútil.
¿Que impulsa a una madre en una actitud así?
Es conveniente saberlo, porque todas nosotras llevamos en el fondo la posibilidad de cometer errores en la crianza de nuestros hijos. Según los psicólogos, es muy frecuente que la madre trate de realizar sus sueños infantiles a través de los hijos.
En el caso anterior, la madre había sido una niña pobre que anheló recibir clases de piano sin lograrlo, por los medios limitados de su familia. Al tener una hija, ella quiso darle lo que en su mente, era el paraíso para una chiquilla, sin darse cuenta de que ahora se trataba de un ser humano distinto, con personalidad propia.
Esto sucede a menudo cuando las madres insisten en seleccionar la carrera o profesi6n para sus hijos. La madre se empeña en que su hijo/a sea médico o abogado, o que estudie Arquitectura o Química Industrial.
Ella aspira a que sus hijos tengan las ventajas profesionales que a ella le faltaron. Alguna vez hemos oído decir. “Quiero que mi hija tenga una carrera independiente, para que no tenga que aceptar ordenes de nadie”, o acaso: “Mi hija tendrá un titulo académico para ganarse la vida, para que así no tenga que soportar ser mantenida por su marido”.
En estos casos, habla la voz del resentimiento y la frustración, que son malos consejeros. Los hijos deben estudiar por vocación, y deseo de superación, pero no para vencer los temores de una madre. Así ocurre que si al joven le gusta una profesión difícil o poco lucrativa, la madre se aterra porque piensa que su futuro, no esta asegurado: el mundo esta lleno de historias de artistas o literatos que tuvieron que luchar contra la presión de la familia.
Si la madre ha sido desdichada en su matrimonio, la tendencia a organizar la vida de las hijas es muy fuerte; las fuerzan a adoptar carreras lucrativas para que puedan defenderse si fracasan en el hogar; les critican y examinan los enamorados como si cada uno fuera peligroso enemigo de la felicidad futura. Son madres que adoran a sus hijas y no quieren verlas repetir los mismos errores.
Pero una buena madre con una buena dosis de comprensión sabe que cada hijo/a tiene su propia vida emotiva y que es imposible detallar el futuro amoroso de nadie, por mucho que el cariño nos guíe. “El amor es ciego”, ya lo dice el refrán. El amor de madre, que es; el más grande, es el más ciego de todos.
Cuando, ante nuestros hijos, el amor nos embarga y nos confunde, forcémonos a aplicar un poquito de comprensión: tratemos de verlos no como queremos que sean, sino como son en realidad.
A veces, buscando un ideal de perfección, se nos olvida la importancia que tienen los anhelos, las aspiraciones, el verdadero carácter de nuestros hijos. Lo damos todo para que sean felices “el día de mañana”, pero no nos acordarnos de ese pedacito de dicha que ellos esperan el día de hoy.