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El mismo día que Joe Biden es elegido candidato a la vicepresidencia por el partido Demócrata, la campaña de John McCain reprodujo varios videos de Hillary Clinton atacando duramente a Obama. Probablemente estos anuncios estaban destinados a una Clinton elegida en lugar de Biden. Pero aunque esta previsión no se cumplió, los estrategas del partido republicano debieron considerar que semejante trabajo crítico no debía echarse a la basura y optaron por mandarlo al aire de cualquier forma. Inmediatamente después, la publicidad de McCain llamó de forma explicita a los tristes partidarios de Clinton a votar por los republicanos, como ahora lo hace el antiguo candidato demócrata Joe Lieberman, sumándose a su ex rival en las elecciones del 2000, George Bush, en apoyo a McCain, con el argumento de la mayor experiencia de este último.

Poco antes de que el candidato republicano enunciara a su elegido para VP, una radio me llamó con motivo de este proceso. En ese momento se manejaban tres nombres, todos hombres, pero considerando el mercado electoral opiné que la vicepresidenta de McCain sería una mujer.

Desde entonces no hemos parado de escuchar grupos de mujeres y a Sarah Palin apelar a la conciencia de las mujeres para alcanzar el poder. Si bien es cierto que falta mucho camino para liquidar las desigualdades arbitrarias del poder, que es necesario que las mujeres alcancen y compartan todo el poder social que por mucho tiempo se les negó, quizás una mujer en particular no sea el mejor sustituto de las mujeres en general.

Todavía hoy existen feministas que se enorgullecen de Margaret Thatcher por haber sido una mujer de acero en el poder de uno de los viejos imperios, aunque las mujeres que mandaban azotar a los negros y a las negras esclavas ya abundaban desde siglos atrás. No deja de ser paradójico el hecho de que hayan sido precisamente Ronald Reagan y Margaret Thatcher quienes frenaron los movimientos progresistas, entre ellos los feministas, que se visualizaron en los años ’60 y que significó (aunque en realidad fue solo una consecuencia de un largo proceso histórico iniciado, a mi entender, en el siglo XV) una rebelión de las minorías: la descolonización y las teorías poscolonialistas que revelaron el mecanismo de un mundo oculto de derechos y opresiones; la rebelión de los negros en Estados Unidos y de los indígenas en otros países; la rebelión de las mujeres que tenían como bandera la libertad y la igualdad de derechos; la rebelión de los jóvenes en general, con el simbólico Mayo francés, las primaveras de Praga, de México, de Chicago, etc.

Todo eso, que fue apenas el rostro visible y ambiguo de un cambio histórico más profundo, fue revertido por la ola conservadora que, en mi opinión, estará llegando a su fin en la década próxima pero que puede ser retrasada en su movimiento, dependiendo de los éxitos o los fracasos de algunos recambios políticos en todo el mundo, especialmente en Estados Unidos. De cualquier forma, aunque postergado, el inexorable recambio generacional no dependerá de ningún partido político. Pero ahora nos importa la contingencia.

Sarah Palin es reconocida como una de las políticas más conservadoras entre los conservadores. Se la asocia, por ejemplo, a los grupos “pro-life”. El último slogan reza “Pro-vida, Pro-Palin”, en el asumido ideoléxico de que los otros no están a favor de la vida. Esta defensora de la vida apoya incondicionalmente la guerra en Irak y donde sea necesaria. Es miembra de la poderosa Asociación Nacional del Rifle. Se la puede ver en fotografías posando junto a sus niños, sonriendo tan bella como Diana, con un rifle en la mano al lado de un alce abatido por ella misma en la nieve, sobre un charco de sangre. Es probable que la afición por la caza y las armas por parte de la gobernadora de Alaska y de los conservadores “pro-vida” no sea por diversión ni por deporte sino por necesidad.

De forma significativa, el mayor revuelo que ha producido Sarah Palin en los últimos días fueron revelaciones como el embarazo fuera del matrimonio de una de sus hijas. El escándalo de la revelación, no el embarazo, se atribuye a la prensa izquierdista como el New York Times. Sin embargo el hecho sólo puede interesar a los conservadores, siempre preocupados por la vida sexual de los pecadores; no a los liberales, que ni siquiera se han interesado demasiado por el supuesto arresto de Sarah por manejar alcoholizada. Pero como siempre es bueno tener enemigos políticos de los cuales defenderse para salvar a la Nación, los diversos grupos de mujeres conservadoras, entre ellas Jane Swift, la exgobernadora de Massachusetts, declararon que todas las críticas a Palin son sexistas, ya que Palin es mujer. No es sexista que, según Hillary Clinton, para McCain y los conservadores sea aceptable que una mujer reciba un salario inferior por el mismo trabajo que un hombre porque ellas son menos educadas que ellos.

Sarah Palin es la actual candidata a la vicepresidencia de un partido compuesto y definido mayoritariamente por una fuerte ideología conservadora. De esta ala del espectro político norteamericano han salido teorías que para nada pueden llamarse progresistas y donde ser feminista es un insulto tan grave como ser gay, liberal o intelectual. De hecho los intelectuales de esta región ideológica odian a los intelectuales en general y sus libros, con un fuerte complejo policial, se dedican a hacer listas negras de personas, casi siempre colegas, a las que consecuentemente llaman “peligrosas” o “estúpidas”, como si un intelectual estúpido pudiera ser al mismo tiempo peligroso, como puede serlo un presidente estúpido. De sus plumas han salido pobrísimas teorías pero muy bien publicitadas, como las teorías del regreso del patriarcado según la cual el hecho de que la mujer cumpla con un rol fijo de madre casera produce familias de muchos hijos y por consecuencia sostiene la hegemonía de un imperio. Para ello no solo citan el declive del imperio Romano sino la alta taza de natalidad de las familias conservadoras del sur en comparación con la baja tasa de natalidad de las familias liberales del norte (e.g. Phillip Longman). Pero no cualquier tasa de natalidad es buena, aunque en eso no entraremos ahora.

No se puede decir que esta es una campaña llena de retórica porque no llega a tanto. Todo se reduce a repetir seis o siete clichés todas las veces que sea posible y cuando ni siquiera viene al caso también. Uno de los preferidos consiste en hacer hincapié en la experiencia del candidato y sus valores familiares, aunque tal vez eso no signifique subestimar la inteligencia del pueblo.

Pregunta: “¿Cuál es la idea central de su candidato?”

Respuesta (los ojos fijos hacia la cámara, el rostro impasible): “El otro candidato no tiene la experiencia necesaria”.

Pregunta: “¿Cómo resolverá su candidato los problemas de la economía?

Respuesta: “Nosotros queremos bajar los impuestos y el candidato rival quiere subirlos”.

Pregunta: “¿Hacia donde se dirige el mundo?”

Respuesta: “Nosotros queremos bajar los impuestos y el candidato rival quiere subirlos. Estamos en un grave peligro”.

Pregunta: “¿Cuál es el peligro mayor que enfrentamos?

Respuesta: “Nuestro nuevo candidato evitaría que ocurra otra vez lo que ocurrió en la presidencia de nuestro candidato anterior. Por eso representamos el cambio”.

Experiencia es la otra virtud suprema que se atribuye Sarah Palin cuando se sugiere que no la tiene. Casi tanta como George Bush, a quien ha sobrado experiencia aún antes del principio y que ha sido tan injustamente criticado y atacado por los demócratas y evitado recurrentemente por su propio partido, pero reconocido por los conservadores por sus valores familiares y por el respeto a su abnegada esposa. Un hombre que desde el comienzo destacó no sólo por su amplísima experiencia política sino también por su inteligencia y por su cultura, aunque a estas últimas dos facultades añadiese la generosa virtud de la discreción.

En resumen y en sus propias palabras, los conservadores son defensores de los valores de la familia. Es decir, la autoridad procede del padre y éstos tienen el derecho bíblico de definir qué es una familia y qué son los valores. Son respetuosos y no se meten en la vida privada de gays y lesbianas siempre y cuando éstos no pretendan obtener los mismos derechos civiles que las personas decentes. El rol tradicional de la mujer ha sido establecido por la tradición y cuestionarlos es parte de la corrupción y la falta de valores, todas características de los “agrios izquierdistas”, liberales y feministas.

No obstante, según las encuestas, millones de mujeres que antes apoyaban a Hillary Clinton se han pasado al bando republicano. El mercado electoral, como en otras ocasiones, se nutre de la contradicción de sus consumidores: aquellas mujeres que con pasión defienden en los medios y en los cafés el apoyo de una mujer como ventaja estratégica para el movimiento feminista sin importar que esa mujer signifique todo lo contrario, tanto o más de lo que significa su propio partido, podría significar para los más sofisticados una demostración de falsa conciencia, de manipulación absoluta. Algo así como la liberación femenina través de la consolidación del patriarcado o la feminización del feminismo.

Esperamos, en este contexto, que luego tan brillantes maestros del ajedrez político sigan prometiendo más libertad, democracia, justicia y decir siempre la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

Jorge Majfud
Alai-amlatina

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