Uno de los movimientos sociales más importantes del Estado es el de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales (LGTB). Las movilizaciones en el día del orgullo evidencian su fuerza; y sus encuentros estatales, las diferencias internas que lo atraviesan. Aportamos un texto sobre algunas de las tensiones que lo conforman.
Una lesbiana, mujer homosexual presentada frecuentemente como compañera de la lucha gay, es en la sociedad actual, y concretamente en el movimiento gay, casi como un ente que pasa desapercibido en este supuesto camino de liberación sexual e identitaria. Trata de dejar huella e impronta en un terreno hostil como el de la liberación homosexual, pero diversos elementos se lo ponen difícil (lesbofobia gay, han leído bien). Como un hilillo de voz temeroso que reivindica su libertad e independencia militante detrás de la estructura del movimiento LGTB, las lesbianas hartas de que otros hablen por ellas parece que día tras día se organizan y militan de manera intensa, independiente y al margen de sus compañeros originarios de lucha.
Para vertebrar un discurso lésbico independiente, visible y con lenguaje propio, deberemos en primer lugar asegurarnos de que percibimos en la lesbiana una mujer lesbiana, y no simplemente una lesbiana. Porque no hay derechos de las lesbianas si no existen y se garantizan previamente los derechos de todas las mujeres. La lucha de las lesbianas debería estar inserta en la praxis feminista (deseable) de una manera clara y rotunda. La homofobia en sus vertientes masculina y femenina no es en absoluto parecida. La lesbofobia, homofobia ejercida contra las mujeres lesbianas, es claramente distinta a la homofobia, ejercida contra los varones gays. La discriminación de las lesbianas es doble, por mujer y por lesbiana, siendo el componente mujer decisivo en este tipo de homofobia. Son les-ionadas.
Las lesbianas son, frecuentemente, según informes del International Lesbian and Gay Association, víctimas de acoso sexual en los centros de trabajo (sin contar la invisibilidad laboral), discriminadas en los centros de salud heterocentrismo ginecológico y educativos, añadiendo a todo esto la discriminación que en una sociedad sexista y machista como la actual sufre toda mujer por el simple hecho de ser mujer.
¿Os imagináis la situación discriminatoria que puede llegar a sufrir una mujer, lesbiana, anciana, campesina, viuda, prostituta, sin estudios, minusválida, de color, indígena, mutilada genitalmente y pobre?
Las gafas lilas feministas parecen ser la mejor herramienta para apreciar este tipo específico de discriminación que es tan parecida a la que sufren las mujeres heterosexuales, el machismo. Las lesbianas son vulnerables a un tipo de acoso, pobreza y marginación (económica, social) al que no son los varones gays. Las lesbianas, al igual que el resto de las mujeres, están enmarcadas dentro de un sistema económico-productivo en el que los varones perciben una remuneración superior a la de las mujeres ante el mismo trabajo desempeñado, ellas cargan todavía con las tareas domésticas, existe violencia machista y decenas de asesinadas. Perduran binarismos de género que caen sobre la espalda de la lesbiana como un dique de hormigón; existe, por tanto, el heterocentrismo/ sexismo/normativo.
El sistema patriarcal afecta lógicamente también a los varones gays (reproducción social, socialización sexista), pero de distinta manera que a las mujeres lesbianas (doble vertiente discriminatoria).
Referentes lésbicos
La existencia de referentes sociales de aquellas mujeres que construyen una identidad lésbica visible sin temor a represalias es necesaria en una sociedad heterosexista en la que todavía el ser lesbiana es motivo de rechazo social. Estamos ante un proceso que se retroalimenta a sí mismo; si no existen referentes, las lesbianas seguirán apreciando un contexto hostil no propicio para el desarrollo de (auto)identidad/es sexual/ es, y mientras este contexto heteronormativo siga en vigencia, no se llevará a cabo la explosión del armario lésbico y, por tanto, cre-acción de referentes liberadores.
Las adolescentes lesbianas, aunque en numerosas ocasiones no son conscientes, habitan hábitats inhabitables. Resisten en espacios no construidos por ellas (falocracia), se limitan a ser sujetos pasivos junto con el resto de mujeres. El socioespacio habitado es inhóspito y ajeno a las lesbianas.
Porque la mayor lesbofobia es la invisibilidad. El lesbianismo en las adolescentes, las inmigrantes, las ancianas y las transexuales femeninas es un tabú aún mayor. Las reglas- marco están perfectamente dispuestas en el metadiscurso: sólo se percibe la construcción lésbica como un proceso identitario de mujeres occidentales, blancas, de clase media y cosmopolitas.
La construcción de referentes visibles no consiste únicamente en cierta liberación mediática-festiva reducida en numerosas ocasiones a manifestaciones esporádicas o a declarar tal año el año de las lesbianas, semejando el calendario chino. La visibilidad lésbica es diaria, tiene nombre y sufre en carne propia la marginación y los estereotipos heterosexistas. Y no debe ser motivo de proyectos liberadores nada ambiciosos y localistas. Se debe garantizar la existencia de un marco social propicio para la liberacción lésbica intra-intergeneracional e interétnica.
Por esta razón, se requiere una visibilidad mayor que la actual en todos los campos de la vida cotidiana. Visibilidad familiar (por más que le pese a algunos jueces), visibilidad identitaria, visibilidad intergeneracional.
Pornografía heterosexista
La pornografía comercial-individualista, mercantilización cosificada de prácticas coitales, que no sexualeseróticas, cuenta desde su comienzo con un sujeto objetivado de lo más suculento para el ojo del buen varón heterosexual: la mujer. El cuerpo de las mujeres, estigmatizado históricamente en lo referente a la sexualidad, fue resumido en cuatro opciones: monja, virgen, puta-ninfómana y estirada-frígida. Semejante cosificación de la sexualidad femenina ha sido fecunda en el sustrato idio-cultural de nuestra/s sociedad/ es. La ligazón entre sexo, falo, penetración y fecundación se ha traducido en un fenómeno claramente predecible: la inexistencia discursivo-política del sujeto lésbico. Por tanto, el sexo lésbico es apreciado bajo una óptica falocrática- penetradora que se resume en la comercialización de coito/pornografía distorsionada.
Esta visión sesgada de la/s sexualidad/ es lésbica/s hace perdurable en el tiempo dos mitos: el primero define el sexo lésbico como morb-vicioso e incompleto (ausencia de falo). Y el segundo entiende que las prácticas sexuales lésbicas deben ir orientadas hacia la satisfacción eyaculadora del varón heterosexual (tríos).
La pseudo pornografía que se consume hoy en día es uno de los mayores atentados contra la identidad lésbica que se pueden cometer: la dependencia extrema de las relaciones lésbicas respecto al varón. Se viola en todos los sentidos un ámbito en el que el falo no es bien recibido. Por esta razón se impone por la fuerza el gran falo del machito de turno, ya que no asume ser repudiado como bio órgano penetrador.
En este acercamiento sintéticoaprehensivo a la esfera-marco de la lesbianidad, no tardamos en descubrir cómo la lesbofobia y la heteronormatividad constriñen a las lesbianas como en la Edad Media los ajustados corsés de las mujeres de la nobleza enderezaban la columna y desdibujaban los senos de cuerpos invisibles con el fin de no reconocer la existencia de un cuerpo femenino independiente, diverso y (auto)construido. En el caso de las lesbianas, el objetivo es les-ionar estructuralmente la identidad sexual-corporal-social con el fin de mermar todo su potencial liberador-emancipador.
Ángel Manuel Amaro Quintas
Diagonal
Ángel Manuel Amaro Quintas. Coordinador de Universitari@s Progresistas y del Centro de Estudios de la Mujer de la Universidad de Alicante