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Un siglo después de la creación del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, las mujeres siguen estando oprimidas.

Explicaremos por qué el marxismo sigue siendo una herramienta para la liberación.

Este mes se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora que, cada 8 de marzo, conmemora la realización de una huelga de obreras textiles que se desarrolló en Nueva York en 1908 tras la muerte de 146 trabajadoras que perecieron calcinadas debido a las malas condiciones laborales que padecían.

Esta jornada de lucha se creó a propuesta de la comunista alemana Clara Zetkin en la 1ª Conferencia Internacional de Mujeres celebrada en Copenhague en 1910 con el objetivo de inaugurar un día de protesta global contra la opresión de la mujer. Como cada año, millones de mujeres salen a la calle para reivindicar sus derechos. Sin embargo, los pasos de la lucha por la liberación de las mujeres son lentos y, en muchas ocasiones, son pasos en falso.

Es obvio señalar que, en el último siglo, las mujeres de los países occidentales han conseguido grandes avances en materia de derechos civiles y económicos. La incorporación al mundo laboral, el acceso a los anticonceptivos, el aborto legal o la flexibilidad de las leyes del divorcio son buenos ejemplos de ello.

Pero, por otra parte, también es necesario subrayar que la situación de las mujeres sigue siendo desigual respecto a la de los hombres en muchos sentidos.

Aunque el movimiento feminista ha conseguido grandes avances a través de la protesta, la presión política y las reivindicaciones sociales, la realidad es que la lucha por la liberación de la mujer parece encontrarse en un impasse. Aunque hemos conseguido incorporarnos al mundo laboral, lo hemos hecho en las mismas condiciones de explotación que la mayoría de los hombres.

Además, las mujeres sufren en mayor medida las consecuencias de la denominada “flexibilidad laboral”: tienen trabajos más precarios y salarios más bajos por el mismo trabajo y son las grandes protagonistas de los contratos temporales. Por otra parte, las mujeres padecen acoso sexual en el trabajo, cuentan con bajas por maternidad insuficientes y cuando pueden volver a trabajar se encuentran con que las oportunidades para conseguir la conciliación laboral son inexistentes. La mayoría de las mujeres no pueden optar por la reducción de jornada laboral por el mismo salario y tampoco pueden acceder a plazas de guarderías públicas ya que el número de éstas últimas es insignificante.

Aunque trabajan fuera de casa, es en ellas en las que sigue recayendo gran parte del trabajo doméstico y del cuidado de los niños y de los ancianos. Por si esto fuera poco, las mujeres tienen que soportar altos niveles de violencia: son asesinadas, violadas e insultadas por el simple hecho de ser mujeres y, en no pocos estados, no tienen derecho a decidir sobre si quieren ser madre o no.

Por último, el cuerpo de la mujer es considerado y tratado como una mercancía y éstas tienen que vivir una presión insoportable para responder a los cánones de belleza impuestos por la moda.

Asimismo, aunque contamos con más derechos sexuales, la mercantilización del cuerpo femenino ha provocado un gran retroceso en cuanto a la lucha emancipadora. Si bien en los años 60 y 70 la lucha por la liberación sexual consiguió que gran parte de las mujeres pudieran hablar de sexo sin tabúes y practicarlo libremente, la aparente liberación sexual que vivimos las mujeres se ha convertido en una cadena más. Y, ni que decir tiene que para la gran mayoría de las trabajadoras es imposible acceder a la imagen de “ejecutiva, delgada, madre ejemplar y a la moda” que nos venden los medios de comunicación. La liberación, por lo tanto, sigue siendo un espejismo.

Todo esto hace que para conseguir dar un salto hacia adelante en la lucha para la liberación de la mujer tengamos que ser conscientes no sólo de cuál es el origen histórico de nuestra opresión sino también de qué estrategias tenemos que seguir para alcanzar la emancipación total de las mujeres hoy en día.

El feminismo anticapitalista y el feminismo materialista

Dentro del feminismo existen diferentes perspectivas. Desde el feminismo liberal, que no cuestiona al sistema capitalista, al feminismo socialista, existe toda una variedad de enfoques que tienen como objetivo acabar con la opresión de la mujer.

De la misma manera, dentro del movimiento anticapitalista también existen diferentes posiciones al respecto: la anarquista, la materialista, la marxista o la autónoma, son todas teorías que comparten la idea de que la lucha por la liberación de la mujer tiene que ir de la mano de otras luchas emancipatorias y de un cambio global de la sociedad en la que vivimos para conseguir un mundo más justo, solidario, sostenible y democrático.

A pesar de la gran diversidad de teorías, en este artículo nos centraremos especialmente en dos perspectivas concretas: el feminismo materialista y la teoría marxista de la opresión de la mujer, ya que alrededor de estos enfoques existe un debate relevante en torno a diferentes cuestiones, como pueden ser el origen de la opresión o la importancia de la cuestión de clase.

Mientras que el concepto de patriarcado se utilizaba antiguamente para denominar a la familia nuclear en la que el hombre albergaba todo el poder, en la actualidad, algunos sectores del movimiento feminista que defienden la teoría del patriarcado afirman que los hombres y las mujeres constituyen dos clases diferentes que mantienen una relación de explotación a través de la cual los hombres extraen un beneficio (económico, social y psicológico) de la mujer. Aún así, gran parte del movimiento anticapitalista utiliza el concepto de patriarcado como sinónimo de la opresión que sufren las mujeres.
Una de las feministas que ha popularizado esta teoría del patriarcado es la investigadora Christine Delphy, quien afirma que “hombres y mujeres son dos clases en conflicto a través del cual los hombres se apropian del trabajo de las mujeres”. En general, las defensoras del patriarcado utilizan este término para explicar que éste es un modo de producción paralelo al capitalismo que mantiene a las mujeres en discriminación respecto a los hombres.

Como hemos comentado antes, muchas marxistas también creen en la teoría del patriarcado. Según Sylviane Dahan, militante de Revolta Global-Esquerra Anticapitalista, el marxismo no ha sabido dar una respuesta de por qué surge la opresión de la mujer sino que ha establecido una asociación “demasiado mecánica” entre la opresión y el surgimiento de la sociedad de clases y la propiedad privada.

Dahan afirma en su artículo, “Marxismo y feminismo: las amistades peligrosas (entre movimiento obrero y feminismo”, que la superación del capitalismo es necesaria pero no suficiente para la liberación de la mujer. Y aunque es verdad que en principio la revolución socialista no conseguirá esto de un día para el otro, la teoría marxista afirma que sentará las bases para su consecución.

Aunque las feministas materialistas no aceptan todos los supuestos de la teoría del patriarcado, sí que han adoptado muchas de sus hipótesis como propias, sobre todo respecto al origen de la opresión y respecto a quién beneficia la misma. Esto ha dado lugar a una sub-teoría que podríamos denominar “teoría del patriarcado materialista”, siendo una de sus precursoras la feminista-marxista Heidi Hartmann.

Tres causas principales han dado lugar a esta situación. Por una parte, la experiencia del estalinismo. Por otra parte, los enfrentamientos que han existido a lo largo de la historia entre el movimiento obrero y las reivindicaciones feministas. Y, por último, el hecho de que muchas organizaciones revolucionarias aceptaran el hecho de que después de la revolución social la opresión de la mujer desaparecería sin más ha dado lugar en varias ocasiones a que la cuestión de la mujer quedara en un segundo plano.

Algunos de los argumentos que utilizan los defensores de la Teoría del Patriarcado para justificar que el marxismo no posibilitará la liberación de la mujeres es afirmar que la prueba está en la experiencia de la Unión Soviética. El argumento es sencillo: si la URSS era comunista y existía la opresión de la mujer, eso quiere decir que el fin del capitalismo no acabará con la misma. A simple vista, puede parecer lógico.

Pero si analizamos de una manera más detallada esta afirmación nos daremos cuenta que es insostenible por una razón muy sencilla: la URSS no era ni comunista ni los países que la conformaban eran estados obreros degenerados, como aún argumentan muchos grupos de la izquierda anticapitalista.

Después de la Revolución Rusa en 1917, la situación de la mujer avanzó más que en cualquier otro momento de la historia. Éstas gozaban del derecho total al aborto y se despenalizaron la homosexualidad y el divorcio. Las mujeres tenían exactamente los mismos derechos que los hombres no sólo a nivel formal sino real. Y todo esto en una sociedad mayoritariamente campesina con estructuras muy reaccionarias de hace siglos.

Fue la experiencia de la revolución social y la implantación de la democracia obrera las que proporcionaron a las mujeres la liberación del yugo familiar. Éstas participaban en igualdad de condiciones en la vida pública: en el ejército, los sindicatos, las fábricas etc. Sin embargo, la corta vida de la democracia obrera no permitió que la liberación de la mujer se desarrollase en todas sus consecuencias. Aunque sí que sentó las bases de una sociedad libre de opresiones.

Sin embargo, la contrarrevolución estalinista acabó con todo lo conseguido hasta aquel momento. El aislamiento de la Revolución Rusa tras el fracaso de la alemana dejó a la primera en una situación catastrófica para poder avanzar económica y democráticamente. Esto dio lugar a que tras la llegada de Stalin al poder cambiaran las relaciones de producción (vuelta a la explotación de trabajadoras y trabajadores en las fábricas, falta de democracia directa, etc.) lo que provocó un cambio en las relaciones sociales que llegó a desmantelar todos los derechos conseguidos hasta entonces. De esta manera,a partir de 1933 se comienza a considerar la homosexualidad como un delito, se vuelven a poner tasas elevadas para conseguir el divorcio y el aborto se convierte de nuevo en algo ilegal.

El reverso en las políticas económicas fue tal que, aunque la economía estaba en manos del Estado, dejó de estar controlada por los trabajadores y las trabajadoras, imponiéndose así un sistema capitalista de estado. Por lo tanto, las feministas que aceptan el argumento de que el socialismo no acabará con la opresión de la mujer (por lo que pasó en la URSS) caen en un error fundamental al no analizar las consecuencias que la contrarrevolución estalinista tuvo en el modo de producción y en las relaciones sociales.

Respecto a la segunda causa, podemos afirmar que la relación entre los sindicatos o grupos políticos de izquierda, incluso socialistas revolucionarios, y el movimiento feminista no siempre ha sido amistosa. Las actitudes y comportamientos machistas de muchos de estos grupos respecto a las demandas de sus compañeras han dado lugar en varias ocasiones a que éstas entendieran que se tenían que separar de la lucha obrera. Durante la Revolución Española, por ejemplo, muchas mujeres fueron alejadas del frente para realizar tareas de enfermería o cocina.

También durante la Transición Española, aunque las mujeres comprendieron que su liberación vendría de la mano del fin del franquismo, quedaron relegadas, sin embargo, a tareas a las que se les asociaba normalmente, como las de secretariado, dando lugar a un gran conflicto entre hombres y mujeres en la lucha antifranquista. Esto provocó en algunos casos la separación de éstas en un movimiento aparte.

En el ámbito europeo también existen otros ejemplos. El Partido Comunista francés tenía posiciones antiabortistas y en defensa de la familia en los años 30’ y, en Italia en diciembre de 1975, la organización de extrema izquierda Lotta Continua forzó la presencia de un bloque mixto en una manifestación sola para mujeres acusándolas de amenazar a la unidad de la clase trabajadora. En muchas de estas ocasiones el movimiento de los trabajadores estaba dominado por ideas machistas.

De esta manera, el desencuentro entre las feministas y el movimiento obrero, por una parte, y el lastre del llamado “socialismo real” dio lugar a que muchas activistas comenzaran a buscar explicaciones alternativas a la pregunta del origen de la opresión de la mujer hasta la que entonces había proporcionado el marxismo.

La teoría marxista

Al contrario de la teoría del patriarcado, la teoría marxista no defiende el hecho que las mujeres y los hombres constituyan dos clases diferentes. La tradición marxista analiza la historia en función de la lucha de clases, pero las clases no están definidas en función del género sino de las relaciones de producción. En este sentido, en el capitalismo existen fundamentalmente dos clases: la capitalista, que posee los medios de producción, y la clase trabajadora, que tiene que vender su fuerza de trabajo para conseguir un salario. Los capitalistas extraen un beneficio económico, la plusvalía, del trabajo de los y las trabajadoras.

Éste es el mecanismo de explotación del capitalismo. Sin embargo, al mismo tiempo, éste necesita conseguir que la clase trabajadora, la cual es la única que tiene el potencial revolucionario para revertir el orden de las cosas por la posición que ocupa en el sistema productivo, no se una y no luche para conseguirlo. De ahí que durante siglos el capitalismo haya utilizado cualquier tipo de división social, de género, el color de la piel, la etnia, religión, la tendencia sexual,la nacionalidad, etc., para dividir a la clase trabajadora.

Por otra parte, el capitalismo también ha utilizado la opresión de la mujer para ahorrarse grandes cantidades de dinero en servicios públicos. La creación del tipo de familia nuclear en el siglo XIX sirvió para que ésta se encargase de alimentar a la clase trabajadora y del cuidado de los niños y niñas, los cuales serán la próxima generación de obreros.

El hecho de que el sistema privilegie un género sobre el otro no es la consecuencia de ningún orden natural sino de la necesidad imperante del capitalismo de imponer las ideas de la clase dominante para conseguir que la clase trabajadora no tenga conciencia de su potencial revolucionario. La opresión de algunos sectores de la sociedad es una condición sine qua non del capitalismo.

La prueba de esto se encuentra en la historia. Existen muchos casos en los que hombres y mujeres se han unido para luchar contra la explotación capitalista. Si antes poníamos el ejemplo de la Revolución Rusa, ahora también podemos hablar de la Comuna de París. Además, después de la Segunda Guerra Mundial, la existencia de un movimiento obrero fuerte y cohesionado organizado en sindicatos combativos dio lugar a una serie de logros sociales que repercutió claramente en una mejora de vida de la mujer tras la implantación de la sanidad y la escuela pública, la creación de comedores escolares y guarderías, etc. Si bien la lucha obrera debe ser siempre feminista, el feminismo que reivindica la luchas de la clase trabajadora es sin duda alguna el que consigue mejoras más contundentes para la calidad de vida de la gran mayoría de las mujeres.

Podemos afirmar que los capitalistas harán todo lo que esté en sus manos para conseguir que los y las trabajadoras no se unan para luchar contra ellos. De ahí que la estrategia del capital sea dividir a la clase trabajadora a través de la imposición de una ideología concreta.

Las mujeres, en tanto en cuanto no son una clase social, no son explotadas por el hecho de ser mujeres, según una concepción marxista de la sociedad. Las mujeres son oprimidas como mujeres y explotadas como trabajadoras. Una cuestión que es recurrente cuando hablamos de género y clase es el hecho innegable de que las mujeres que pertenecen a las clase capitalista también están oprimidas. Es cierto, la opresión, sea del signo que sea, trasciende a la cuestión de clase. Las mujeres burguesas también están oprimidas: sufren la violencia de género casi en la misma forma que las de la clase trabajadora, están relegadas a un segundo lugar en la vida pública y aunque lleguen a ser empresarias o políticas de renombre siempre estarán siendo juzgadas por ser mujeres. Sin embargo, las mujeres capitalistas sacan una plusvalía de las mujeres y los hombres trabajadores. De ahí que ellas mismas estén interesadas en continuar con esta opresión. La conclusión es que las mujeres capitalistas se benefician de la explotación de las mujeres trabajadoras.

Por otra parte, eso no quita que los y las socialistas revolucionarias no estemos obligados a luchar contra la opresión de la mujer burguesa. Debido a que el discurso sexista divide a la clase trabajadora, si aceptamos las críticas a la ministra Carme Chacón por su vestimenta o su maquillaje, estaremos reforzando las ideas de la clase dominante. Además, no es muy difícil encontrar otras muchas críticas contra ella, tratándose como se trata de la ministra de la guerra.

Como explica Tony Cliff, teórico marxista, en su artículo “La clase trabajadora y los oprimidos”; “al referirse a la clase trabajadora, Marx nunca usó la palabra oprimidos porque en primer lugar sabía que distintos grupos de personas oprimidas no se unen ni tan siquiera ante la opresión que sufren en común”.

El feminismo liberal lucha por las reformas legales del sistema político burgués que mejoran la calidad de vida de las mujeres y sirven para avanzar en la emancipación de la mujer. Sin embargo, el liberalismo burgués nunca irá más allá en la lucha por la liberación de la misma.

El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, por ejemplo,que está formado por más ministras que ministros, aplica políticas económicas que van en detrimento de las condiciones laborales de las mujeres trabajadoras. Si aceptáramos que las mujeres constituyen una clase social ¿cómo explicaríamos que la ministra de Igualdad, Bibiana Aído no proponga crear más guarderías o implementar la máxima de “igual trabajo, igual salario”?. La conciencia de la mujer como clase es inexistente ya que no se basa en las relaciones materiales. La afirmación de la feminista Delphy “nuestra clase es plural” es errónea y no sólo pone la solidaridad de género por delante de la clase social sino que elimina esta última.

En este sentido, las defensoras del “patriarcado material” caen en una falla teórica al intentar combinar dicha teoría con el marxismo, ya que lo aíslan de la sociedad de clases. Esto ha dado lugar a que en algunas ocasiones hayan tenido que recurrir a terceras teorías para explicar la opresión de la mujer. En su artículo, “El feminismo de la izquierda anticapitalista”, Lidia Cirillo, militante de Sinistra Crítica -organización de la izquierda anticapitalista en Italia- utiliza el psicoanálisis y la teoría freudiana de la castración (las mujeres se sientes inferiores porque no tienen pene) para explicar por qué existen las estructuras patriarcales.

Explicar la opresión de la mujer únicamente a través de teorías psicológicas obvia el origen material de la sociedad de clases y, aunque pueden ayudar a explicar algunas cuestiones relacionadas con la superestructura (autoestima, violencia de género, etc.) deja la lucha por la liberación de la mujer en un plano completamente idealista y utópico. Al utilizar la psicología para explicar la opresión, las feministas materialistas no reconocen el mecanismo del materialismo histórico, a través del cual es la vida material la que determina en gran medida la conciencia y no al revés.

La teoría marxista argumenta que realizando un cambio en las relaciones de producción se crearían los pilares básicos para avanzar hacia la liberación de la humanidad. Si aceptamos lo contrario no tenemos nada a lo que agarrarnos a nivel práctico, excepto esperar a que por una revolución cultural en el plano de las ideas la opresión desaparezca sin más. Esto no quiere decir que la lucha en el plano ideológico, cultural o educativo no sea importante sino que es insuficiente.

Origen y beneficio

Las dos cuestiones centrales sobre las que la teoría del patriarcado diverge del marxismo son: una, el origen de la opresión de la mujer y, dos, sobre quién se beneficia de la misma, las cuales están intrínsecamente relacionadas.

Para luchar contra algo, es imprescindible saber por qué existe. En este sentido, los marxistas han utilizado durante más de un siglo el estudio realizado por Frederich Engels El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado de 1884 para explicar el origen de la opresión de la mujer. Según Engels, antes del surgimiento de la sociedad de clases y de que las relaciones sociales estuviesen determinadas por la acumulación del excedente, existieron comunidades primitivas en las que la mujer y el hombre vivían en situación de igualdad. Aunque existía la división sexual del trabajo esto no comportaba que un género predominara sobre el otro ya que todas las decisiones se decidían en igualdad de condiciones y las tareas contaban con el mismo valor.

Fue la necesidad de proteger el excedente lo que dio lugar a la opresión, la cual es consecuencia de las relaciones de propiedad y no de la división sexual de trabajo, como bien apunta Xulia Mirón, del Partido Revolucionario de los Trabajadores, en su artículo “Explotación y opresión”. Como argumenta Mirón la superestructura política e ideológica que más tarde adopta el estado capitalista no proviene de las “esencias del hombres” sino que es un instrumento para someter a la clase trabajadora.

Por su parte, las defensoras de la teoría del patriarcado niegan el hecho de que la opresión de la mujer surgiese con la aparición de la sociedad de clases y argumentan que ya en las sociedades primitivas la división sexual del trabajo (el hombre salía a cazar , la mujer se encargaba de la agricultura, medicina, etc.) suponía que las mujeres estuviesen oprimidas por los hombres. Así, defienden la idea de que la opresión de la mujer ha existido siempre debido a la división sexual del trabajo.

La teoría marxista explica que aunque la opresión no surge con el capitalismo, fueron las características más profundas, las que pertenecen a las entrañas de este sistema, las que determinaron el origen de la misma: la acumulación del capital, la propiedad privada y la división de la sociedad en clases.

Además, desde un punto de vista materialista, la opresión no viene por la división sexual del trabajo sino por las relaciones de propiedad. De hecho, la incorporación masiva de las mujeres al trabajo “público” y la equiparación de tareas sin distinción del sexo no ha supuesto en ninguno de los casos su liberación. Si el problema era la división de tareas, ¿por qué con la incorporación de la mujer al trabajo no hemos acabado con la opresión?

Por otra parte,las feministas materialistas afirman que todos los hombres se benefician de la opresión de la mujer. Es ésta una cuestión que puede parecer sencilla. Planteemos el siguiente ejemplo:si en una pareja los dos trabajan y cuando llegan a casa es la mujer la que realiza las tareas del hogar, mientras el hombre descansa, está claro que el hombre está obteniendo un beneficio directo de la mujer. Mientras ella trabaja, él descansa.

Sin embargo, este planteamiento es completamente erróneo. Primero, porque los hombres en general no constituyen una categoría de análisis desde una perspectiva materialista, al igual que no lo son los negros o los chinos. Plantear esta cuestión en términos de comportamientos individuales es hacerlo desde un enfoque liberal. La teoría marxista, al contrario, analiza la sociedad en términos de luchas de clases.

Además, el hecho de que los trabajadores no compartan las tareas domésticas, no es porque sean personas egoístas o vagas, ni siquiera porque obtengan un beneficio de ninguna clase, sino todo lo contrario: es porque viven determinados por la ideología de la clase dominante. La realidad es que seguimos viviendo en una sociedad de clases y nuestras relaciones sociales se conforman dentro de este sistema. El feminismo materialista extrapola el concepto del beneficio a la plusvalía, sin embargo, los hombres no sacan ningún beneficio económico de la mujer como clase.

Es una obviedad que existen trabajadores y trabajadoras machistas, racistas, homófobos, fascistas, etc. La clase trabajadora no es revolucionaria en abstracto, al igual que tampoco es socialista ni de izquierdas de una manera idealista.

El problema estriba en que los que siguen afirmando esta hipótesis no tienen en cuenta esto y piensan que la clase trabajadora debe ser progresista, feminista, ecologista por “naturaleza”.

La clase trabajadora tiene contradicciones de clase. Otra cosa muy diferente es que ésta, por el lugar que ocupa en la producción tenga el potencial de revertir las relaciones de producción. Es a través de los procesos de lucha y de cambio social radical liderados por los trabajadores y las trabajadoras unidas cuando lo que parecía el orden natural de las cosas se vuelve patas arriba. La solidaridad de clase y las batallas contra el capital generan una transformación de las relaciones sociales. Durante una huelga, los trabajadores y las trabajadoras experimentan relaciones de solidaridad y de camaradería embrionarias de lo que pasaría en una sociedad comunista.

Los trabajadores simplemente no son conscientes de que la opresión de la mujer les perjudica a ellos como clase social. Además, esto no es siempre así. Existen miles de experiencias en las que los trabajadores se unen con las mujeres trabajadoras para acabar con la opresión. Si los hombres obtuvieran un beneficio de la opresión de la mujer ¿por qué se unirían a ellas para conseguir su liberación?

En este sentido, sería un paso adelante que las feministas anticapitalistas nos pongamos de acuerdo en que el único que se beneficia del trabajo doméstico de la mujer es el sistema capitalista.

Estrategias

Si los socialistas caemos en esta trampa impuesta por el capitalismo podemos enfocar nuestras estrategias dentro del movimiento anticapitalista desde un enfoque que no nos ayude a avanzar como movimiento.

El quid de la cuestión no es que discutamos largas horas sobre las comunidades primitivas sino acertar en las tácticas que tenemos que aplicar para avanzar en la lucha por la liberación de la mujer. De ahí que ésta tenga que ir ligada a una lucha más general por la emancipación de la humanidad, la cual, desde un punto de vista marxista, es la lucha por la emancipación de la clase trabajadora.

En el movimiento anticapitalista, existe un consenso sobre que el origen de la opresión es el capitalismo y las estructuras patriarcales, entendidas como sinónimo del machismo, sexismo, etc. Sin embargo, si aceptamos que el problema son los hombres, como categoría, estaremos enfocando nuestra estrategia al punto equivocado.

Podemos estar siglos hablando de la necesidad de un cambio de valores e ideas o de una revolución cultural, pero para acabar con la opresión de la mujer hace falta atacar las bases materiales del sistema que sustenta la explotación.

Además, a nivel táctico, en momentos en los que las ideas generales de la teoría del patriarcado han sido hegemónicas dentro del movimiento anticapitalista, y coincidiendo con un momento bajo de movilizaciones, éste ha tendido en ocasiones hacia dos estrategias de lucha diferentes que en muchas ocasiones chocaban con la lucha obrera: el separatismo y el reformismo.

Respecto al separatismo, es comprensible entender a las compañeras que en un momento de la historia tuvieron que escindirse de organizaciones de izquierdas donde primaban los comportamientos machistas. Si ya es duro luchar por nuestra liberación dentro de las dinámicas de la sociedad capitalista, me imagino que debía ser muy frustrante tener que luchar contra tus compañeros socialistas para que entendieran la importancia la lucha feminista.

Aquí se plantea a la clásica dicotomía de luchar desde dentro o escindirse. De hecho, es necesario que, en la actualidad, dentro de las organizaciones marxistas las mujeres estén organizadas alrededor de publicaciones y asambleas de mujeres independientes y que asuman el liderazgo de las mismas para conseguir que la lucha feminista sea una cuestión transversal para toda la organización.

Sin embargo, el separatismo debilita al movimiento anticapitalista en general, ya que el hecho que los colectivos feministas participen en los marcos unitarios hace mucho más fácil poder hacer girar los discursos y las movilizaciones hacia objetivos subyacentes a la liberación de la mujer.

La realidad es que en los sindicatos, asambleas y grupos revolucionarios existe una mayoría aplastante de hombres y, por eso, es fundamental que las mujeres participemos dentro de estos marcos. La actuación de las feministas en los foros sociales o en las asambleas de los movimientos sociales ha sido clave para que nuestras demandas estén dentro de las prioridades estratégicas de los mismos.

Algunos de los colectivos feministas acaban participando en las estructuras políticas legales o burguesas o se dedican exclusivamente al mundo académico lo cual es necesario pero insuficiente. El movimiento feminista reformista ha conseguido grandes victorias y en muchas ocasiones muy radicales, por ejemplo, con el logro del derecho al voto tras la lucha de las sufragistas.

También las luchas del movimiento feminista han sido fundamentales para conseguir derechos sexuales. Sin embargo, la separación del movimiento feminista puede puede provocar su aislamiento de las luchas populares. Así, como argumenta el socialista revolucionario Chris Harman, “el ser social determina la conciencia. Si te apartas de las áreas más importantes de la lucha de clases, al insistir en una organización separada de mujeres, inevitablemente te ves arrastrado fuera de las ideas que fluyen de la lucha de clases”.

Por un mismo objetivo

En otro sentido, cuando los y las socialistas revolucionarias trabajamos juntas en las asambleas, campañas y sindicatos, junto con las feministas anticapitalistas o junto con marxistas, que siguen utilizando el concepto de patriarcado como sinónimo de opresión, encontramos que son más las cuestiones que nos unen que las que nos separan. Si bien en la teoría podemos tener posiciones diferentes, en la práctica luchamos por un mismo objetivo, que es no es otro que derrocar el sistema capitalista y acabar con cualquier tipo de opresión machista, homófoba, racista, etc.

Como argumenta Chris Harman, mientras el capitalismo impide la realización de todas las potencialidades de la humanidad, también las posibilita: “produce un desarrollo de fuerzas tan inmenso que, por un lado, la producción puede ser llevada a cabo por cualquiera por mucho que las muy crudas “realidades biológicas” puedan ser impedimento para ello, y, por otro lado, crea la tecnología para transformar la biología humana (control de fertilidad, etc.)”.

El problema de la opresión de la mujer, como argumenta Lindsey German, marxista revolucionaria, está en la atomización y el aislamiento de la participación en la acción colectiva. De esta manera, la clave para salir de esta situación está en que, cuando las mujeres son independientes económicamente y participan en los sindicatos, las asambleas, etc., esto les da la confianza necesaria para luchar contra el sistema. Sin embargo, mientras que el cuidado de los niños y los ancianos siga recayendo en las manos de las mujeres, éstas seguirá siendo oprimidas. De esta manera, la estrategia por la liberación de la mujer nunca puede dejarse en el ámbito privado.

A corto plazo, puede parecer que la solución más sencilla sea que los hombres ayuden en estas tareas, pero esto, aunque es muy importante y positivo, es un proceso lento, insuficiente y difícil de garantizar. La solución debe pasar por lo tanto por una lucha conjunta por la socialización de estos servicios, que es lo que hará tambalear a la clase capitalista. Las demandas de creación de más colegios, comedores y residencias socializadas, organizadas democráticamente por los y las trabajadoras, no debe ser entendida sólo como una lucha “puramente” obrera, sino como un paso fundamental para la emancipación de la mujer. Es imposible negar que la minoría de mujeres de la clase capitalista ya cuentan con estos servicios, mientras que a la gran masa de mujeres trabajadoras se les niega.

Imaginémonos un mundo en el que las mujeres y hombres podamos decidir sobre nuestras vidas. Un mundo en el que las relaciones sociales estén basadas en la cooperación, la solidaridad y en la máxima marxista de “de cada cual según sus posibilidades, a cada cual según sus necesidades” y luchemos por ello entre todos y todas las trabajadoras unidas. La revolución socialista no conseguirá esto de un día para otro, pero si nos imaginamos un mundo así es más fácil pensar que todos los tipos de opresión acabarán desapareciendo.

Angie Gago

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